Cae un rabo
Hubo un rabo, que le cayó en suerte a El Soro. Hacía mucho tiempo que no veíamos un rabo; o más exactarnente, cortar un rabo. El rabo de ayer en Guadalajara nos retrotraía a la época de Manolete, donde otorgaban rabos y hasta patas. Decían las reseñas: "Domingo Ortega, dos orejas, rabo y pata en su primero, dos orejas, rabo y dos patas en su segundo".Con aquella casquería acabó el buen gusto y el sentido de la media, pues el triunfalismo de la época habría llegado a premiar a los toreros con porciones cárnicas de toro: medio de babilla, kilo de riñonada, me ponga cuarto y mitad de falda para guisar. Ahora está prohibido dar patas y casi había caído en desuso conceder rabos. Tampoco está Domingo Ortega para cortarlos, ni los demás leones del escalafón de los años 40, que sabían lidiar al toro como sedebe. Sin embargo, está El Soro.
Plaza de Guadalajara
20 de septiembre. Primera dejeria.Cinco toros de Manuel González y sexto de Gabriel Hernández, con trapío, algunos sospechoso de pitones. Niño de la Capea. Estocada baja y descabello (silencio). Estocada (pitos). Emilio Muñoz. Cinco pinchazos bajos y dos descabellos (silencio). Seis pinchazos atravesados pescueceros -primer aviso, adelantado-, tres más -segundo aviso- y descabello (bronca). El Soro. Media (dos orejas y rabo). Estocada y otra desprendida (vuelta a hombros).
Con El Soro estaba en Guadalajara un presidente de pueblo, cuyo papel en el palco es seguir las indicaciones que le hagan los toreros. Basta con que Corbelle le mire de hito en hito, pongamos por ejemplo, para que se apreste a flamear el pañuelo con los síntomas del mal de san Vito. Guadalajara tiene una capitalidad reconocida y una espléndida plaza de toros que este año ha sido ampliada, pintada y hermoseada pero en lo que a categoría se refiere, el coso es pueblerino, por la gracia de su presidente. Ahora mismo, un rabo en Guadalajara tiene menos valor que una oreja en San Sebastián de los Reyes, sin ir más lejos.
El Soro banderilleó reuniendo a cabeza pasada pero como corría igual que si le persiguiera el sastre, enardeció a las masas, y ahí empezó a ganar el rabo. Lue go, la entrega del torero, en conjunción con la pastueña embestida del toro, produjo una faena con pases "de todas las marcas", según decían los antiguos revisteros. La calidad no resistía el análisis más elemental. Sin embargo al público le daba lo mis mo, porque los otros toreros le habían aburrido de muerte en sus anteriores toros, y procedía desquitarse. Pidió orejas, el pre sidente concedió rabo, y los trajines de El Soro quedaron recom pensados conni creces.
Al sexto lo banderilleó El Soro aún más a cabeza pasada y la faena no pudo contener pases "de todas las marcas", dado que el toro desarrollaba sentido y con frecuencia se iba al bulto. Estuvo afanoso y valentón, y al final exhibió una oreja no concedida que El Jaro había decidido cortar para regalársela a matador. Bien hecho, en el fondo, pues El Soro merecía un premio suplementario por torear lo que no había querido Paco Ojeda. Paco Ojeda figuraba en el cartel y como los veterinarios rechazaron por impresentables los Torrestrella anunciados, decidió no comparecer y le sustituyó a última hora El Soro.
Es comprensible la actitud de Paco Ojeda: los nuevos toros tenían cuajo, lo cual no deja de ser una falta de respeto para el torero de la impávida verticalidad. Niño de la Capea y Emilio Muñoz, que también estaban anunciados, sí comparecieron, en cambio, aunque no parecía su propósito glorificar la tauromaquia en. Guadalajara. Más bien parecía lo contrario. Niño de la Capea actuó de trámite. Y Emilio Muñoz mostró una incapacidad manifiesta tanto para disimular el respeto que le imponían los toros como para aplicarles, con mínima técnica, trasteos de recurso. Con semejantes mañas, jamás ganará rabos este Muñoz venido a menos; ni en Guadalajara. Durante la época en que daban patas como rosquillas no se habría comido ni una y ahora mismo es un torerito del montón. La más pura imagen del antitoreo fue ayer Emilio Muñoz.
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