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El Gobierno Peres-Shamir necesita actuar con celeridad para poder superar sus divergencias internas potenciales

El Gobierno de unión nacional creado por Simón Peres y por Isaac o Shamir no dispondrá de los tradicionales 100 días de gracia que normalmente se conceden a un nuevo Gabinete. Y esto por dos razones esenciales: ante todo, los problemas que asaltan a Israel son tan agudos, tan críticos que si no se pone inmediatamente en práctica un plan de acción, el nuevo Gobierno se verá rápidamente desacreditado. En segundo lugar, la coalición contra natura entre los laboristas y el Likud sigue siendo muy vulnerable, a pesar del apoyo que le prestan 90 de los 120 diputados de la Kneset.

Sin duda, lo que amenaza a este Gobierno no es la oposición, numéricamente debilitada. El peligro le viene de dentro, de cada uno de sus dos campos, que no han digerido todavía y han aceptado sólo a regañadientes, con muchas dudas y desgarros, esta repentina alianza con sus enemigos tradicionales.En virtud del acuerdo, Shamir sucederá a Peres en la presidencia del Gobierno dentro de 25 meses, y tanto los laboristas como el Likud tienen nueve carteras cada uno en un Gabinete de 25 ministros, que se completa con representantes de pequeños partidos independientes y confesionales.

Si el Gobierno Peres-Shamir demuestra que es capaz de funcionar y, sobre todo, de actuar en concordia sobre temas claves, como la defensa o el económico, la, desconfianza recíproca se disipará poco a poco. No totalmente, eso nunca. Pero el nivel de duda, de sospechas históricas, disminuirá considerablemente.

Si, por el contrario, el dúo Peres-Shamir vacila y duda, en lugar de afrontar con rapidez y resolución los graves problemas del momento, la oposición, presente en cada campo, incluido el seno del Gobierno, sacará sus garras.

Sharon saltará

Un hombre como Ariel Sharon, por ejemplo, saltará en cuanto tenga ocasión para sacudir la barca y degollar a dentelladas a los dos capitanes desafortunados. Crucificará, ante todo, a Isaac Shamir, a quien disputa el liderazgo del partido de Beguin, el Heruth.La tensión es menor entre los laboristas, pero también los adversarios de Peres y los descontentos de todo tipo le observan y acechan el menor paso en falso.

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Los dos dirigentes, Simón Peres e Isaac Shamir, son muy conscientes de ese ambiente. Reina entre ellos una cierta connivencia, una comprensión mutua, que no sólo se basa en una simpatía personal, que facilita su trabajo en equipo, sino, y sobre todo, en sus intereses recíprocos y complementarios. Se saben condenados a entenderse y a triunfar. De lo contrario se intentará dar muerte a este monstruo de dos cabezas en ambos campos.

El discurso de Simon Peres sobre su programa de Gobierno fue largo, elocuente y equilibrado, y en él abordó el conjunto de la problemática israelí, desde la grave crisis económica a la evacuación de las tropas de Líbano, pasando por tender una mano pacificadora al rey Hussein de Jordania; por una oferta de "reforzar las relaciones" dirigida al presidente egipcio, Hosni Mubarak; por una invitación a la Unión Soviética para restablecer relaciones diplomáticas, e incluso por el compromiso. de desarrollar los enclaves árabes, pues "el Estado de Israel", dijo, "no pertenece solamente al pueblo judío, sino a todos sus habitantes".

Sin embargo, este corresponsal ha podido saber que el Gobierno creado por Peres y Shamir tiene previsto dedicarse preferentemente a dos problemas básicos: poner en funcionamiento un amplio plan de saneamiento económico, estudiado hasta en sus más mínims detalles, y tomar disposiciones para evacuar lo más rápidamente posible (se habla de un máximo de seis meses) las tropas de Líbano.

Todos los demás problemas -iniciativas de paz, colonización judía (que será prácticamente bloqueada, salvo la creación de cinco colonias previstas para este año), los problemas entre la comunidad hebrea y los enfrentamientos entre laicos y socialistas- tendrán que esperar.

El programa de saneamiento económico preparado por el ministro de Hacienda, Isaac Modai, será sometido a un grupo de expertos financieros y económicos, y será estudiado y aprobado por Peres y Shamir. Las grandes líneas de ese plan son: relanzamiento del crecimiento industrial y agrícola mediante inversiones selectivas, recortes en el gasto público y estímulo del ahorro a largo plazo.

En lugar de las devaluaciones importantes, que provocan un aumento de la inflación, se pretende llevar a cabo con regularidad devaluaciones moderadas. Finamente, el plan prevé la firma de un "pacto social" entre los sindicatos, la patronal y el Gobierno, por el que se congelarían los precios y los salarios durante un período relativamente breve (de cuatro a seis meses) para estabilizar la situación. Posteriormente, toda subida de salarios dependerá del alza del rendimiento.

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