Galdós, por encima
A principios de los setenta, Rafael Gil regresó provisionalmente al cine inspirado en grandes novelas del pasado siglo, como ya hubiera hecho en los años cuarenta (El clavo, La fe, La pródiga ... ). Ahora, sin embargo, se trataba de productos de mayor solidez. Si Buñuel había filmado obras de Galdós, él también podía adaptar a la pantalla autores de prestigio, aunque los textos concretos no ofrecieran excesivo interés. Ése fue el caso de El abuelo, rebautizado en el cine como La duda, película en la que Gil contó con la colaboración de Fernando Rey, el viejo Don Lope de Tristana.Gil no ahondó en el texto con la incisión de Buñuel y se quedó en las simples intenciones. La peripecia de ese anciano aristócrata que regresa a España y desconfía de que alguna de sus dos nietas no hubiera sido engendrada por su hijo se quedó en el simple melodrama, en el recitado superficial de un texto que tampoco tenía, a primera vista, mucho donde escarbar. Presentada en el Festival de San Sebastián de 1973, en el que obtuvo el primer premio El espíritu de la colmena, de Erice, Fernando Rey recibió el premio al mejor actor y dos menciones del sindicato vertical del espectáculo. Más tarde, La duda fue proyectada con éxito en su estreno y repetida luego incesantemente en las carteleras como recurso de la multinacional distribuidora para cumplir los requisitos legales respecto a la exhibición de cine español.
La duda se emite hoy a las 22
15 horas por la primera cadena.
La crítica, en cambio, no fue tan entusiasta. Luis Urbez, en la revista Reseña, señalaba la simple traducción a imágenes del texto de Galdós y la posibilidad de que la amargura del personaje de Rey se limitara a la de un simple cascarrabias, al exagerarse las tintas melodramáticas; a lograrlo colaboraban "la falsa rigidez de los personajes infantiles, el esquematismo de la ambientación y un comentario musical basado en la simpleza del allegro-fúnebre, tan poco afortunado como fácil". Triunfo, por su parte, no mostró entusiasmo alguno por La. duda.
Las eventuales propuestas de Erice, Saura, Olea, Aranda, De la Iglesia, Armiñán o Gonzalo Suárez, entre otros, eran escasas y no siempre afortunadas. Marsillach ofrecía ese año su primera y hasta ahora única película como director, Buñuel estrenaba El discreto encanto de la burguesía, Bardem conectaba por vez primera con Marisol, y algunas películas extranjeras se iban conociendo sin los brutales cortes de antaño. El mínimo esfuerzo de Rafael Gil, que en aquellos mismos tiempos adaptó también Nada menos que todo un hombre, de Unamuno, y La guerrilla, de Azorín, fue suficientemente respetado, aunque Urbez deseara, con razón, "que algunos dejaran de zarandear nuestra literatura". Gil le hizo caso y poco después se especializaba en las adaptaciones de las novelas de Vizcaíno Casas. En ello anda aún.
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