Fabius, principal incógnita de la 'rentrée' política en Francia
¿Por qué Fabius ha sido nombrado primer ministro y para qué? Esta es la primera pregunta que empiezan a balbucir los franceses, porque casi dos meses después de su nombramiento, a pesar de que no ha tomado vacaciones, las únicas palabras-programa que ha pronunciado son modernización y unión.Pero nada de eso es nuevo: el ex presidente Valéry Giscard d'Estaing predicó inútilmente durante todo su septenio en favor de una desdramatización política, de manera que, por ejemplo, el conservador Chirac y el comunista Marchais pudiesen comer juntos sin que se produjera un cataclismo nacional. Por otra parte, la modernización de Francia es el abecé de este país y de todos los que quieren contar en el tercer milenio.
Fablus aún no se ha descubierto de manera autónoma, con ideas propias, ante los franceses. El primer ministro continúa siendo el hombre fiel a ojos cerrados de Mitterrand. Pero esto constituye un bagaje político limitado. El próximo día 5 de septiembre se presenta ante la opinión pública a través de una emisión política de las que definen.
Síndrome de juventud
Del resultado de su comparecencia en los medios de comunicación dependerá también el futuro del síndrome de la juventud que ha despertado Fabius en la oposición, donde los líderes que merodean la cuarentena empiezan a encontrar viejos a Chirac (51 años), a Barre (59) y a Giscard (59). Esta nueva hornada de políticos -o, para ser más precisos, algunos de sus representantes más significativos- empieza a ver a los socialistas de otra manera desde que los comunistas abandonaron el Gobierno. A su vez, Mitterrand multiplica los esfuerzos para establecer contactos que en su día podrían servirle para aglutinar otra mayoría política de la que, además de los comunistas, serían excluidos los socialistas más extremistas.Un elemento esencial de esta bruma política que caracteriza la llamada rentrée francesa son los dos problemas más agudos de los últimos tiempos, divisores a ultranza de las dos Francias: la cuestión escolar, después de haber sido retirada la ley socialista, parece ser que se abordará en términos conciliadores; la otra cuestión caliente, la del referéndum que Mitterrand quiere celebrar a toda costa para consagrarse como presidente mayoritario, sí parece que se examina pensando en la concordia nacional.
Una última y gran incógnita: la aparición espectacular de la extrema derecha en Francia. Las elecciones regionales de Córcega la han confirmado como un componente del espectro político no menos importante que el comunista. La izquierda se ha vuelto menos simplista en sus críticas al discurso de Le Pen (inmigración y seguridad ciudadana). Y la derecha, por boca de sus portavoces más significativos, ya no duda en proclamar que "si es necesario aliarse a Le Pen para vencer a los socialistas en las elecciones legislativas de 1986, habrá alianza".
A la izquierda gobernante y a la derecha en la oposición, la crisis económica les ha descubierto algo que ambas formaciones consideraban -o aparentaban considerar ante sus electores- como imposible: que la una como la otra son esclavas de la misma política, en lo económico, en lo social e incluso en el plano internacional. Las dos han perdido su identidad, y ninguna aporta ideas nuevas seductoras. Así comienza el nuevo curso en Francia.
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