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El frustrado viaje del Papa a la URSS puede afectar a la 'ostpolitik' vaticana

Juan Arias

El frustrado viaje de Juan Pablo II a la Unión Soviética puede afectar a la ostpolitik vaticana desarrollada por el secretario de Estado del Papa, Agostino Casaroli. Esta era ayer la opinión de los observadores, ante la sorprendente, a su juicio, falta de autorización de Moscú para que Casaroli viajase a Lituania en representación del Pontífice. El impulsor de las relaciones con el bloque socialista, sin embargo trató de desdramatizar ayer el caso y afirmó que no descarta que el papa Wojtyla pueda conseguir su deseo de desplazarse a la mencionada república soviética

Las autoridades soviéticas no sólo no han concedido al Papa el permiso para entrar en Lituania, como hubiese deseado con motivo del 500 aniversario de la muerte de san Casimiro, sino que se lo han negado al mismo secretario de Estado, cardenal Agostino Casaroli, a quien Juan Pablo II quería enviar como su delegado apostólico.Y es esta noticia, revelada públicamente por el mismo papa Wojtyla, lo que más está impresionando en los ambientes político-religiosos de Roma.

Si por una parte podría haber muchas razones para que Moscú temiera en este momento la presencia del Papa polaco en la Unión Soviética (alguien ha comentado que es como si Jomeini pidiera permiso para ir a la ciudad soviética de Bakú, de mayoría chiita), se explica mucho menos que las autoridades del Kremlin hayan impedido la entrada en Lituania al cardenal Casaroli, conocido mundialmente como el líder de la ostpolitik y del diálogo con los países del Este ya desde los tiempos de Pablo VI.

Y en este sentido, hay quien teme que el verdadero, fracaso de toda esta historia pueda recaer sobre los hombros del importante secretario de Estado.

Hay quien se pregunta por qué Juan Pablo II ha querido revelar no sólo que Moscú ha dicho no a sus deseos de entrar en territorio soviético, sino que dicha prohibición ha sido hecha extensiva también a Casaroli, cuando en estos casos la diplomacia vaticana va siempre con pies de plomo.

Según algunos comentaristas, Juan Pablo Il ha querido que se sepa que la prohibición no sólo se le hacía a él, Papa polaco y conservador, sino que Moscú la había querido extender incluso a un personaje tan poco sospechoso como el cardenal Casaroli, considerado siempre en el Vaticano como progresista y de izquierdas.

Parece ser que Moscú ha entendido que Casaroli no iba a la Unión Soviética en pos de un deshielo de las relaciones entre el Vaticano y Moscú, y que si asistía a las celebraciones de Valnius, lo haría como la sombra del Santo Padre.

El cardenal Casaroli, que estaba estos días de vacaciones en los Dolomitas se ha limitado a no dramatizar las cosas. Ha dicho que quizá todo sea menos radical de como lo ha presentado la Prensa, y que no excluye que el Papa pueda, en otra ocasión próxima, conseguir su deseo de entrar en Lituania para poder encontrarse con los dos millones y medio de católicos de aquel país y con sus 705 párrocos.

Lo que no se ha descubierto en esta historia es si ha existido un claro no de Moscú a la entrada del Papa en Lituania. La fórmula usada por Juan Pablo II ha sido: "No me ha sido dado asistir a las ceremonias". Es posible que más que de un no escrito de las autoridades soviéticas se haya tratado de una no respuesta a un deseo formulado explícitamente por el Papa.

Por otra parte, se trata de dos diplomacias muy complejas, donde cada palabra va medida dos veces y puede, la misma, significar muchas cosas.

El Papa insiste en que espera poder un día entrar en la Unión Soviética. Ayer, el diario comunista L'Unitá, desde la capital soviética, afirmaba que Moscú "no piensa responder ni polemizar con el Papa ante sus revelaciones". En realidad las autoridades soviéticas estarían sopesando el impacto de la autorización a nivel de la imagen internacional.

Lo menos que se puede decir es que, por ahora, en la balanza del Kremlin han pesado más las razones para no permitirle al radical Papa polaco lo que ya habían negado al liberal y dialogante papa Montini.

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