Defensa de las oposiciones

Aprovechando la divertida parodia que hizo Francisco Umbral sobre el opositor, calificándolo de despolitizado de derechas, desexuado, etcétera, quiero manifestar, ya en serio, que me parece cierto que las oposiciones no conceden per se el reconocido prestigio que muchas veces se atribuye a los cargos de libre elección de la Administración y que justifica su nombramiento por parte de las autoridades políticas. Estoy también de acuerdo en que algunos (los menos) funcionarios de carrera pierden todo interés profesional, vegetando dentro de la Administración, una vez han conseguido su plaza en propiedad. Pero no es menos cierto que gran parte de este desinterés y otros aspectos negativos de su gestión vienen motivados por el desconocimiento que de la propia Administración tienen algunos de los cargos elegidos por su reconocido prestigio o por su fidelidad política, pues, habida cuenta de que estos últimos siempre suelen ocupar puestos directivos, las instrucciones claras y correctas que de ellos deberían emanar, así como la atención a los criterios de los funcionarios, no siempre equivocados, brillan por su ausencia. La oposición es, con todos sus defectos, la forma de adquirir previamente esta formación administrativa básica y necesaria con el menor coste para el Estado-