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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El desinflado fútbol español

EL PRINCIPIO de temporada futbolístico se presenta emocionante, y no tanto por la calidad de los equipos o los pronósticos sobre los resultados, como por la gran cantidad de conflictos que, acumulados durante años por la ineptitud de sus protagonistas, amenazan con estallar en las primeras semanas de competición. La principal característica de la gestión de Pablo Porta durante el tiempo en que ha estado al frente de este deporte ha sido, precisamente, dejar que los problemas se pudrieran. De este modo, en el momento en que debe dejar paso a otro presidente, existe la sensación de que el fútbol español se halla al borde de un precipicio, y este vértigo, debidamente manipulado, juega paradójicamente a favor de Porta, como si él pudiera ser, a estas alturas, el único capaz de resolver el desaguisado que ha fabricado.A una semana del inicio de la Liga la situación es bastante dramática. En estos momentos la Federación Española no es una institución moderna que promueva y ponga orden eficazmente en este deporte; como se vio tras los incidentes dé la final de Copa, no hay un Comité de Competición prestigioso que sepa arbitrar correctamente en los problemas; a casi nadie le merece tampoco garantías la estructura arbitral organizada alrededor de José Plaza; inicia sus pasos de forma tardía y titubeante el nuevo Comité del Fútbol Profesional, que tiene frente a sí muchos más problemas de los que razonablemente puede abordar; la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE) no' ha encontrado ninguna ayuda para consolidarse y como asociación sindical de los futbolistas carece de cualquier ambición que no sea estrictamente monetaria; los clubes españoles deben en su conjunto, aproximadamente, 12.000 millones de pesetas; siguen sin ponerse unas bases estables al diálogo entre el fútbol y la Administración sobre el tema de las quinielas, y entre el fútbol, la radio y la televisión sobre las retransmisiones, lo que supone, este año, la novedad de que el campeonato se iniciará sin que se conozca siquiera el calendario de todos los partidos y sin que exista ninguna previsión de lo que será ofrecido a los telespectadores y a los oyentes de las radios. Los conflictos, como se ve, están absolutamente garantizados en este principio de Liga.

Al margen de los que son simplemente estructurales, la mayor parte de los problemas del fútbol español tienen un fondo económico. Las enormes cantidades de dinero que dejan en taquilla los aficionados -España es uno de los países con las entradas más caras- resultan insuficientes para mantener el tren de vicia de los clubes y sus descontrolados despilfarros. La ausencia de mecanismos legales que obliguen a las directivas a responder de su gestión, ha posibilitado un endeudamiento irresponsable de la mayoría de las entidades. El declive es manifiesto: el encarecimiento progresivo de las localidades ya no permite siquiera igualar la situación de unos años atrás, en los que nuestros campos de juego se convirtieron en una especie de meca para los futbolistas mundiales más destacados. Ni siquiera con una obligada vuelta a la mística de la creación de cantera ni con unas improvisadas -pero no auditacias- campañas de austeridad, saben los clubes, en estos momentos, resolver sus deudas y enfocar debidamente el futuro. Porque el problema sigue siendo mucho más elemental que eso: el fútbol español mueve mucho dinero pero nadie se ve obligado a responder seriamente de él.

En vez de abordar el fondo del problema y buscar la manera de rentabilizar las enormes cantidades de dinero que ya se manejan, los dirigentes de nuestro fútbol presentan a la opinión pública una cuestión absolutamente diferente: cómo conseguir más dinero para continuar con el descontrol de siempre. Y su objetivo está muy claro: que sea el Estado el que posibilite, a partir de ahora, cosas como que el Levante de turno contrate al Cruyff de turno, o que dirigentes con la faraónica costumbre de poner su nombre al estadio de la entidad no tengan ninguna limitación en e 1 capítulo de los gastos de representación que cargan a sus asociados. Y como no se atreven a solicitar que los clubes pasen a estar financiados directamente por el INI (entre otras cosas porque eso les obligaría a enseñar los libros de contabilidad), pretenden que sea TVE la que cada año, duplicando si hace falta la partida del ejercicio anterior, ponga todo el dinero que les haga falta a cambio de los derechos de retransmisión de los partidos. Más razonable es, sin embargo, la pretensión de que vaya hacia el fútbol un porcentaje mayor de lo, que actualmente generan las quinielas. Hasta ahora se dedica un 1% y el fútbol pide el 5%. Pero ese dinero de momento debe canalizarse hacia una multiplicación y mejora de las instalaciones y para reforzar el fútbol de base, con el objetivo de que, mientras no exista una transparencia total en las finanzas futbolísticas de los clubes, ese dinero no pase a su libre administración.

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El conflicto de más trascendencia popular es el que afecta a las transmisiones televisivas. TVE ha cambiado este año de postura: quiere que las cámaras estén en los estadios, pero no a cualquier precio, y que de ese precio se deduzcan sus derechos sobre la publicidad estática de los recintos, y desea ofrecer sólo partidos interesantes y en domingo. Se trata de una actitud más coherente que en otras negociaciones salvo en un punto: su deseo de exclusividad absoluta respecto a las cadenas autonómicas. Con esta pretensión introduce un elemento de puja que, por ser todas las televisiones actuales de carácter institucional, perjudica necesariamente a presupuestos públicos, al tiempo que recorta la posibilidad de que las televisiones catalana y vasca desarrollen su propia -y legítima- política deportiva. Por lo demás, cuando todo el país intenta superar la crisis económica con multitud de sacrificios laborales, esta inhabitual postura de TVE huyendo de los derroches es positiva.

La complejidad de este panorama hace temer por el, futuro de lo que es uno de los entretenimientos predilectos de los ciudadanos españoles. El enrarecimiento de la situación, la mediocridad del nivel de juego, la multiplicidad de intereses y el encarecimiento, están creando un clima de insatisfacción entre los aficionados. La pasada temporada descendió notoriamente la asistencia a los campos, y este verano ha estado muy generalizada -con escasísimas excepciones- la actitud de dar la espalda a los denominados torneos veraniegos. No son caprichos del balón: muchos están jugando muy mal y van a acabar perdiendo el partido.

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