Deng Xiaoping, el gran timonel en la sombra
Su posición en la jerarquía china es tan intangible como la de Gadafi en Libia o Jomeini en Irán. No es nadie en la escala del partido, tampoco ocupa posición alguna en el Gobierno, y, sin embargo, su poder es probablemente mucho más efectivo que el de los anteriores. El líder de Teherán es cuando menos guía reconocido de la revolución, y el coronel de Trípoli hace y deshace pese a estar apartado del poder ormal. Deng Xiaoping, que hoy cumple 80 años, es únicamente presidente de un consejo de asesores, los ancianos del areópago de Pekín, al que de ordinario se jubila a los próceres que un día fueron y que aguardan con dignidad y silencio el fin de la jornada.Deng es el retrato en negativo de su gran antecesor Mao Zedong. Allí donde el Gran Timonel organizaba, con la aquiescencia de los que se sienten inquilinos de lo eterno, el culto gigante a la personalidad, Deng Xiaoping prohíbe que se le dispense otro tanto, aunque no ignora que un culto a ras de tierra puja incontenible. Su figura recibe hoy el homenaje de la nación de manera íntima y variada: piras de incienso se queman en familia por su longevidad y sus obras se editan por docenas de millones de ejemplares.
El hombre que figuró siempre en el entorno de Mao hasta su primera purga con la revolución cultural en 1967, vivió en una próxima distancia del fundador acabando por despertar con su actitud una suspicacia recelosa. Amparándose en una sordera, sin duda cultivada, Deng se excusaba de no entender bien al gran líder, y obraba repetidamente por su cuenta. Así, cuando, ya casi en el estertor de Mao, fue rehabilitado en 1976 por primera vez, quiso lanzar su propi a revolución, extraña contrafigura de la ortopedia maoista, que, únicamente a la muerte del gran líder, con su segunda recuperación del poder en 1978, podría poner en práctica.
Si la revolución de Mao pretendía relanzar una nueva libertad de crítica dentro del partido, ahogada en su propio vértigo de derramamiento de sangre y caos material, Deng ha querido restablecer una libertad de iniciativa personal en lo económico, pero sin liberalizaciones intelectuales rumbo a lo desconocido.
Finalmente, allí donde Mao quería renovar y purgar el partido eliminando el mandarinato trasplantado al poder, que concluyó con el crecimiento de sus filas hasta los 40 millones de militantes, Deng persigue idéntico objetivo apuntando a fines diametralmente opuestos. No habrá purgas masivas; al completar el filtraje iniciado en octubre, se espera que unos 40.000 afiliados hayan dejado el partido, al tiempo que se somete a los restantes a una reválida consistente en la lectura fuera de horas de trabajo de las obras de Deng.
Es el mismo feudalismo al que atacaba Mao el que Deng quiere erradicar; es un partido también nuevo el que pretende construir; es una China fundamentalmente distinta aquella en la que sueña el anciano corredor de fondo. Una China que esté preparada en 1997 para digerir el enclave capitalista de Hong Kong. Fecha en la que este retrato en negativo de Mao espera cumplir sus 93 primeros años, siempre ejerciendo en la sombra la sustancia del poder.
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