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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El futuro del socialismo

El autor de este artículo expresa su preocupación por la falta de debate teórico del socialismo español, que ha cumplido 100 años sin que se haya registrado ningún intento apreciable de revisión y adaptación doctrinal de los viejos principios. Sugiere el articulista que los intelectuales de izquierda deberían ayudar al PSOE a romper el silencio sobre lo vivo y lo muerto de sus ideas.

Con frecuencia los socialistas, como justificación última de nuestras decisiones políticas y de gobierno, apelamos a la necesidad: el Gobierno, solemos decir, hace lo que debe; lo que es p6sible y necesario hacer.Los imperativos de eso necesario e ineludible son, al mismo tiempo, expresión de un sincero voluntarismo y síntomas de nuestras limitaciones; y, en ocasiones, chocan de bruces con los deseos acuñados en el corazón y el ideario del centenario partido socialista. Eso explica que, junto a la estimación globalmente positiva del balance de la acción de gobierno, una cierta melancolía embargue las conciencias de esos curtidos socialistas de siempre. De alguna manera, esa aparente o real sanción de las penurias del presente, que se trasluce en algunos de nuestros comportamientos políticos, frena con creces el natural optimismo del pensamiento socialista. A veces, muchos militantes se estremecen ante afirmaciones y actitudes que no casan con el canon socialista. Y es ese implícito y solidario respeto ante lo irremediable, ante ese ineludible deber ser del realismo lo que apacigua esas esporádicas convulsiones.

A nadie se le escapa que la conciencia de nuestro socialismo se halla discretamente repartida entre el aprecio al tino estratégico de sus actuales dirigentes y la fidelidad, nostálgica y ritual a las formulaciones de aquel viejo ideal revolucionario del socialismo originario.

A pesar de contar en su haber con más de 100 años de presencia política en la historia contemporánea de España, como referente privilegiado de los impuls6s progresistas de renovación y modernización social, el socialismo español no ha procurado ningún intento apreciable de revisión y adaptación doctrinal y teórica de los viejos principios. Las causas, claro está, son múltiples, aunque, sin duda, la ausencia de largos períodos de estabilidad democrática y, sobre todo, las condiciones de una tan cruenta guerra civil y de la implacable e interminable dictadura posterior explican en buena medida la razón de esta asignatura pendiente de nuestro socialismo. Pues bien, a mi juicio, esa inadaptación y penuria teórica representan un horizonte sombrío para el futuro del socialismo.

Entiendo, pues, que había que principiar una tarea de dilucidación que espante la pereza intelectual y las rutinas del socialismo como pensamiento. Alguien pudiera preguntarse si es ahora el momento para estos menesteres, estando, como estamos, metidos de lleno en una dura apuesta de gobierno. Sin embargo, a poco que se conozca al PSOE por dentro, uno debe sentirse preocupado, a medio plazo, por la acumulación de distancias entre los viejos deseos y el diseño de posibilidades factibles. No es descabellado pensar, por ejemplo, que el día en que se produzca la circunstancia del relevo democrático alquien quiera transformar en acusación o frustración ese abismo entre la retórica de siempre y las realizaciones y logros de nuestro paso por el poder, por muy extraordinarios e históricos que ésos hayan sido.

Combatir el pragmatismo sin límites

Algunos, cuando se airea la necesidad de remozar el acervo teórico del socialismo, reclaman la vigencia de las fuentes y advierten que, al socaire del revisionismo, se pretende desarbolarlo ideológicamente; de esta forma, dicen, no existirán reparos al desenfreno pragmatista de la actual dirección política del partido. Pienso, por el contrario, que si alguien se siente sinceramente preocupado por las carencias ideológicas del socialismo actuante, ése debiera ser el más interesado en un proceso de renovación y adecuación valientes.

Si verdaderamente se quiere combatir la irresistible ascensión de un pragmatismo sin límites, procúrese un referente ideológico que sea capaz de sostener racionalmente las exigencias del pensamiento y el impulso de la voluntad frente a tanto pesimismo de lo real. Una inconfesada apología del presente reside inconscientemente en quienes se consuelan en un ritual y en una simbología, testigos respetables de los mitos del pasado, sin advertir que sus proclamas carecen de virtualidad para irrumpir transformadoramente en la práctica política de cada día.

¿Por qué no empezar con coraje a discernir cuáles de nuestros viejos postulados conservan hoy no ya su operatividad política, sino incluso su vigencia racional? Alimentar seriamente nuestra esperanza requiere, en primer término, ajustar cuentas con la cultura del socialismo y con la forma tradicional de concebir la política. De lo contrario, no tendría que sorprendernos si alguien termina algún día acusándonos de cinismo. Una leal y nada oportunista contribución de los intelectuales progresistas para con el partido socialista podría consistir en ayudarle a romper ese silencio sobré lo vivo y lo muerto de su pensamiento. Me parece, pues, que el futuro del socialismo exige que vayamos comenzando a hablar del socialismo del futuro.

¿Acaso no sería doctrinal y políticamente fructífero comenzar a extraer consecuencias del carácter posmarxista de ese socialismo futuro? De lo contrario, ya comienza a ocurrir que a la necesaria recusación de los mitos organicistas y del optimismo infundado de cierta tradición marxista suceden intentos de resucitar una suerte de socialismos metafísicos o piadosos acerca de cuya naturaleza la crítica marxiana de la ideología ha dado cumplida y definitiva cuenta. Es cierto, entonces, que la lección de Marx no debería ser indiscriminadamente olvidada, pero no lo es menos que buena parte de nuestro discurso se ha quedado inservible como prognosis razonable. Habría que preguntarse, en ese sentido, por la vigencia de muchos de los supuestos de la analítica marxiana sobre la desigualdald e intentar una nueva determinación y justificación racional de los principios y los medios de esa voluntad de igualitarismo que define al socialismo.

¿Tiene, por otra parte, explicación el que sigamos manteniendo los restos de una teoría instrumentalista del Estado y una concepción jacobina de la política? Parece, más bien, urgente interiorizar desde una perspectiva materialista, y no idealista, crítica, pero no vergonzante, nuevas ideas sobre el presente y el futuro del Estado como necesidad y de la democracia como método.

Y, por último, no parecería descabellado liberar a nuestra forma de entender la acción política de resabios fundamentalistas e impregnarla de espíritu laico. Y no, por ello, los partidos tendrían que reducir su función a la de promotores de tecnología para la alternancia de las diferentes elites. ¿Por qué no recuperar aquella consideración ideal de los partidos como instituciones ideológicas y éticas, a la vez que espacio donde se recrea a diario, a través de la discusión racional, el pacto entre las exigencias de unos principios y las resistencias de la realidad a hacerlos suyos? Pienso que ni el socialismo como ideal de la razón práctica ni la voluntad de ir haciéndolo historia representan un interés agotado, pero su porvenir exige comenzar cuanto antes la renovación de sus contenidos y la de su fundamentación racional, cosa en la que, por otra parte, ha descansado su particular plausibilidad.

Las ideas de la cultura socialista o se alimentan mirando al futuro o terminan convirtiéndose en fantasmas. Y en los fantasmas no merece la pena reconocerse.

Estos y otros interrogantes estimulan ciertamente a los prebostes del conservadurismo a vocear la muerte del socialismo -cosa que, por otra parte, siempre han alentado sin escamotear medios-, y contribuyen igualmente a que antiguos ejercitantes del mismo lamenten su desaparición, su traición o su naturaleza imposible. Quedan, sin embargo, quienes piensan que no es para tanto, y por ello se esfuerzan con cierto optimismo de la inteligencia y la voluntad en mantener una apuesta racional por el futuro, y se empeñan, de la manera que sea, en acercar a la historia concreta de los hombres algo de aquella vieja aspiración ilustrada en favor de la igualdad, la libertad y la fraternidad.

es profesor de Filosofia y diputado del PSOE por Cádiz.

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