_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Marbella

Marbella es el clavel en la solapa del recepcionista. La España diferente de Fraga no era sino una extensión abusiva y geográfica de la Costa del Sol. El póster turístico del cuarentañismo se desgarró como un tigre de papel contra el esquinazo de los rascacielos locos emergidos del mar, pero nadie guardó un duro para autopistas, y hoy se llega a Torremolinos, a Fuengirola, a Marbella, por la misma carretera provinciana e incierta de Gabriel Miró. Un camino de cabras en función de autopista para uno de los mayores complejos turísticos del mundo. Con unos cientos de parados se arreglaba eso. Marbella es el clavel, o el nardo de alma árabe y española, en la solapa reverencial, frente al dólar de alma judía y monetarista.

En las extensiones refrigeradas del Don Meliá, de un lujo que ya va teniendo una lectura casi histórica los jeques del petróleo montan su campamento gitano de churumbeles desnudos y hembras embozadas, sobre las alfombras de sueño horizontal, sobre los divanes de paz y confidencia, sobre los mármoles de confort y kilómetro. Don Meliá, cruce de razas que no se mezclan, aunque vayan apretadas y verticales en el ascensor: alemanes de baño estricto, españoles con esa cosa de nuevo rico que tiene el español, vestido o desnudo, en cuanto deja la oficina; árabes occidentalizados que se compran zapatos en la zapatería eligiendo por el procedimiento de tirar al aire los que no les gustan. Y árabes arabizados que viven su monacato medieval y su horterismo con turbante, ajenos al airwell como a una lepra sutil de los blancos.Marbella es un sopor diurno y un champán de frivolidad nocturna en la copa azul del mar. La princesa de Kent, rubia y bella, quiere que Antonio baile esta noche para ella, aunque Antonio está recién. operado del estómago, pero no parece prudente explicarle a una princesa británica que los españoles también tenemos estómago. Pat Kennedy no viene este año, hombre, como casi todos los años, porque se va directamente, en otoño, a las modas de París. A los duques de Alba les han robado del chalet hasta los yogures del frigorífico. "Todas las casas están siendo robadas". De modo que "venden Marbella" y quizá no vuelvan. Es lo que más se escucha este año entre la jet marbellí:

-Nosotros vendemos Marbella, ¿sabes? Esto ya no es lo que era.

Entre los ladrones, los jeques y el Ayuntamiento socialista, que ha suprimido las playas privadas, esto ya no es lo que era. Por un caminito corto y obligatorio, el pueblo llega hasta el mar y se baña en bolas a espaldas del señorito y de la señorita. Marbella /jet se ha vuelto sobre sí misma, se ha recluido en sus piscinas de agua levemente salada, pero la sal, como en aquella remota novela de los cuarenta, "viste luto". El Pico, la deliciosa casa que alquilaba Sisita todos los áños, este año la ha alquilado su amiga Marisa Borbón. Hablo de la zona sagrada de Los Monteros, claro, que es un paraíso terrenal de la peseta. En pocos kilómetros cuadrados, el chalet de los Coca, enigmático; el de los Fierro, bello y perdido entre árboles esbeltos (a Alfonso Fierro lo veo en las fiestas de madrugada); el de los Villaverde, que no vienen; el de don Alfonso y don Gonzalo.

Los millones florecen por encima de las tapias monacales, como bungavilias, coloreando la soledad del mar y del dinero. El gran lujo es un monacato por la otra punta, un ascetismo al que se llega por exceso, pero casi todos los conventos del oro están en venta y el sueño de la oligarquía nacional es colocarle la casa solariega y el tresillo de la abuela a un jeque. Los Ridruejo ya han entrado en tratos, pero nada. Para seguir soñando con eso, el todo Marbella duerme la siesta.

Mañanas del Don Meliá, un despertar de frutas y narcisos. Noches del Don Meliá. Un susto de colonias como ratas de hotel a 14 inversa. Bajo temprano al bar de la piscina para leer y escribir. La locura barroca, de un barroco vivo y agresivo, que son los miles de senos desnudos de Ibiza (de donde vengo), en Marbella se atenúa en el bañador de cuello vuelto y el -buen tono de-toda-la-vida. Esto es como un barrio de Salamanca con tolditos donde hubiera entrado el mar cogiendo a todas las señoras en la deshabillé de sus cuartos de baño.

(He venido a Marbella en invierno, traído por el Ayuntamiento socialista, a dar alguna conferencia, y un seiscientos de Fuerza Nueva recorría las latitudes del mar y el silencio pegando gritos patrióticos y conminatorios con un altavoz.)

A mediodía, almuerzo en el buffet libre, entre árabes agitanados, turistas resignados y españolas aparatosas, porque la española desnuda, o semi, es aparatosa en el agua, y hasta la hay (evitemos nombres) que se pone de pelo cardado, pendientes de boda, bañador estampado y tacones altos y rojos. La española ha aprendido a desnudarse tarde y mal, y encima no se desnuda. El español desnudo saca tripa tripona como en un priapismo gastronómico y fondón. En cambio, me he encontrado en Los Monteros a Carmen Cervera, ya saben, la ex de Espartaco Santoni, ex de un catalán pujolista y casada hoy, o a punto, con un barón alemán del acero. El alemán ha reconocido al niño de Carmen y le ha puesto de padrino al nuevo Paul Getty, de la dinastía de los grandes millonarios norteamericanos. Carmen va sencillita, con una camiseta barata que tiene al ratón Mickey estampado sobre las tetas. Y la madre de Carmen, de turbante / toalla y Hola en la mano.

Han atracado en Puerto Banús o por ahí con un yate / acorazado y la Marbella / jet se les ha rendido. Aquí no hay ya un gratin gratiné, querido Areilza, como bien sabes, pero piensa que en los. buenos, viejos y felices tiempos de nuestro amado Proust, el "todo Saint-Germa¡ne" se rendía ante la nobleza dudosa y la belleza indudable de Odette Swarin. Aunque Carmen Cervera no sepa quién es Odette Swarin. Ni fal.ta.

Lo que más le agradece la Marbella /jet a Carmen Cervera es que siga conservando su aire y su aura de chica que ha tenido suerte, sin más, aunque su suerte sea fabulosa. Todo en Marbella, en la Marbella de mis años macarras, va teniendo un aire de "el año pasado en Marbella", algo así como una defunción. luminosa, disuelta en el aire de oro, defunción que se diagnostica, como una gaviota negra entre tantas gaviotas, blancas, en la frase de moda que ya he citado:

-Pues nosotros me parece que vendemos Marbella...

Las nietas de los grandes banqueros siguen enamorándose del profesor de tenis, como en las novelas de Corín Tellado. Es el romanticismo monetarista de Marbella. Recorro la Costa del Sol en un descapotable rojo, con gorra de visera, muy americana, que me he comprado, pero las pequeñitas atacan de nuevo, en Puerto Banús, me reconocen y vienen a por autógrafos. Es hortera dejarse ver de día en Marbella no siendo noruego o chico de los helados. Por la noche, al fin, baila Antonio, ya de madrugada, en Rodeo Beach, para la princesa de Kent, como ella le había pedido (ya se ha dicho), y se le saltan los puntos de la operación, pero Antonio es una carroza muy profesional, aparte de genial. Farrah-Fawcet Majors, de melena rubio / tabaco rubio, traje negro y largo, que sólo le llega por medio pecho. Don Jaime de Mora, absolviendo con su monóculo a los periodistas que siempre le rodean como al cura de CJC las moscas. (Traigo en'la maleta la asombrosa Mazurca para dos muertos, de Camilo, que tengo que hacerle un prólogo para una tirada monstruo, por ver, hombre, de trabajar un poco entre tanto rule y no perder la disciplína: el libro, al que hago una tercera lectura, es el puro y mero discurso literario generándose y devorándose a sí mismo: eso que persiguen ahora todos los novelistas del mundo, aunque esto no lo hayan visto en la Mazurca los críticos y profesores de tercerita (no de tercera clase, please).

No sé si estarás de acuerdo conmigo, Camilo, en que el español desnudo es sexualmente de derechas y gastronómicaniente de izquierdas: se come unas paellas berroqueñas para matar las hambres históricas.

Camilo Sesto, que venía conmigo en el avión, ha actuado, en una de las noches más cuajadas de Marbella, para un público que viene a verse a sí mismo ("en un acto social" cada uno disfruta de los demás": Baudelaire). Ya cuando algunas parejas se echaron a bailar, mientras el cantautor cantaba, tomándole por un vocalista de orqÚestina de los cuarenta, Camilo Sesto tiró el micrófono, saltó por la tapia de atrás y se perdió para siempre. Muy fuerte lo tuyo, compa.

Por la escalera de la azotea, que está más fresca, me cruzo a Ana Castor. Un viejo de smoking se liga una francesa solitaría, joven y bella, que está en 50.000 púas y no sé si admite tarjeta Visa, como las respetuosas de mi. barrio madrileño. Sólo el mar y la madrugada depuran estas flestas. Es cuando anoto nombres en el puño de mi camisa, como Jordán, Enrique de la Mata, Sean Connery, duquesa de Sevilla, Alfonso Hohenlohe, Manolo Santana, barón de Rotschild. Y en este plan.

De noche, sí, parece que se, salva todo un poco, todavía. Pero estamos viviendo, ya digo, el año pasado en Marbella. Hasta las mercerías las hacen ya como mezquitas o alcazabas. Todo es de un arabismo recalentado, urgente y hortera. Y lo peor es que a los árabes les gusta y les halaga. Hablo con un arábigo del petróleo:

-Ustedes, los europeos, van a estar completamente invadidos por Rusia dentro de muy pocos años.

-Ah.

-No conví ene invertir en España, invertir en Europa. Nosotros ahora invertimos en Bahamas y toda la zona del Caribe. Yo compro islas, edifico un complejo turístico en cada una y me reservo un apartamento de cada complejo. Viajaré de isla en isla.

Parece que es la versión / visión árabe del milenio. Y mientras llega el milenio y se trasladan con sus tribus a Bahamas, los churumbeles y las mujeres duermen la larga siesta de su raza sobre los tapices occidentales y los sofás forrados en Manchester.

Si Marbella se hunde en el mar, co mo Venecia, el Club de Golf es el Titanic de Marbella, e incluso tiene algo de crucero lujoso y antiguo, dramáticamente varado y vacío en las extensiones de lo verde, de donde parece que acaba de retirarse el agua. En el paisaje hay una torre que es un insulto doble a la tierra y el mar. Iban a construir otras dos, pero el Ayuntamiento socialista lo ha parado a tiempo. Incosol, en lo alto de una montaña, ya no tiene los bustos de Franco y Villaverde, en mármol verde. Ahora es de Coca y, con todo su lujo desorientado y su paz prefabricada, tiene algo así como un cruce de balneario y clínica de lujo para la hora final, como las que soñaron Guy de Mauppasant y Somerset Maugham.

Incosol, regalo final y desmedido de Franco a su yerno, es algo así como el palacio de la eterna juventud, ya dentro de la vejez, cruzado de clínica de urgencia. Se nota sin notarse que Incosol oculta algo: quizá lo ¡nocultable.

Por las mañanas, ya digo, trabajo algo en el bar de la piscina. O hago como que trabajo. Me engaño a mí mismo. Durante el resto del día no existo, que es lo correcto. Por la noche, Menchu nos espera en Puerto Banús, donde al gran dinero nacional se le ve la oreja de oro, como la de aquel hippy secuestrado, Paul Getty III. Después de todo lo escrito, la crónica de Marbella me parece que está sin escribir. De modo qué, como los tebeos infantiles, continuará. En contrapunto con toda esta movida de lujo, el pintor Ginès Liébana, más hacia el sur de Marbella, en un apartamento recóndito, me espera con su niño, tranquilo, silencioso y recién bañados los dos, mimando él el retrato que le ha hecho al poeta Pablo García Baena, su paisano cordobés. Duerme en la terraza y guisa él mismo. Ante un paisaje de landas comemos queso y tomate. Hablamos de poetas y pintores. Llega la pintora Larrañaga. El niño de Ginés se ha herido en una uña y sube demudado y exigente. Marbella / jet muere, quizá, pero en la sangre fresca y alarmada de este niño sigue la vida. Ginés Liébana, el beato la¡co de Marbella.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_