Mono común
Quedamos en que el hombre era un mono inconsciente que se pasaba el día jugando con un palito. Iba desnudo, se creía inmortal, carecía de horario, se alimentaba de nueces, no tenía problemas de estreñimiento, se revolcaba en la hierba y cualquier novedad le daba mucha risa. En aquel tiempo, en medio del gran silencio terrestre sólo se oían enormes carcajadas de primate, ya que nuestros abuelos, en ese momento, estaban cubriendo el mundo. Hoy, los psicoanalistas de Nueva York cobran tarifas muy altas por devolver a sus clientes a ese estado de gracia. Las cosas han llegado a tal extremo que la alegría, la desenvoltura, la naturalidad y la coherencia mental del chimpancé se ofrecen como modelo a la clase sofisticada. Pero no resulta fácil alcanzar la dicha del mono común.En el fondo de esa secreta esperanza de qué lluevan de una vez bombas atómicas habita el vergonzante deseo de recobrar aquella etapa de inocencia, cuando el imperativo categórico aún no había atenazado el cerebro humano. Todos estamos esperando que un sabio invente un artefacto nuclear limpio cuyo pepinazo selectivo respete nuestro lavavajillas, las tarjetas de crédito o el tomavistas y p ulverice el sentido del deber. Desde que el hombre, al abandonar las cavernas, fue cargado con el peso de la propia conciencia e inoculado con la razón práctica de Kant, no ha buscado más que la forma de liberarse. Para ello se ha servido de la religión, de los licores, de la meditación trascendental y de algunas raíces. También ha hecho el pino, se ha anudado las patas en el cuello y ha consultado los oráculos. El hombre quiere cambiar de yo. Esa epidemia se nota mucho cuando llega el verano. Pero entrela bomba atómica y el piscoanálisis hay soluciones más baratas. La ecología, el pacifismo y la liberación moderna consisten en alcanzar aquella felicidad preternatural sin tener que recurrir al remedio nuclear. Para cambiar de yo durante una temporada basta con comprarse una camisa de Jesús del Pozo. O hacer otro número más raro: por ejemplo, desnudarse del todo y acompañar a esa horda de filósofos que va a recorrer en cueros la ruta de Santiago.
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