Dos joyas flamencas de Moro
Un ocasional viaje de sus propietarios en 1927 las apartó del público
Todavía existen en nuestro país piezas que se pueden enmarcar en el auténtico sentido de las antigüedades: obras de arte con más de 100 años, de gran valor histórico, estético y económico. Son joyas guardadas celosamente a través del tiempo y de los infortunios, a veces tan sigilosamente como la que presentamos hoy: dos tablas flamencas pintadas por Antonio Moro, el pintor de Felipe II, que no han sido exhibidas en público desde 1927 año en que, por viaje de sus dueños, fueron depositadas en el Museo de Bellas Artes de Cádiz.Ambas tablas, de 0,80 de ancho por 2,10 de alto, formaron las puertas de un oratorio y están pintadas por ambos lados. Una de sus puertas, la correspondiente al lado izquierdo, representa a un caballero arrodillado, con las manos juntas en actitud orante. La capa corta de época que viste el personaje tiene vueltas de piel y sobre el almohadón de seda en que está arrodillado se ve un bolso. Tras el caballero retratado, está de pie, en actitud de implorar por el orante, la figura de san Jerónimo, recortada por una nube oscura. En la parte posterior de la puerta se encuentra pintada una alegoría de la vida, representada por la figura de un niño desnudo recostado sobre una calavera, mientras en la mano izquierda tiene una ramita del árbol de la vida. En la parte baja del nicho se lee: "Eccli 36 Memento finis".
La hoja de la derecha corresponde indudablemente a la esposa del caballero, que debió llamarse Clara, ya que la figura que está pintada detrás, con báculo y custodia, es la de santa Clara. Sobre el cojín en que se arrodilla se ven los guantes blancos y el pañuelo. Viste un traje de terciopelo verde, con golilla rizada, artístico joyel y larga cadena de oro desde la cintura al suelo. El peinado es análogo al que tiene la reina María Tudor en un cuadro pintado igualmente por Moro que se conserva en el Museo del Prado.
En la parte posterior de la tabla está pintada una alegoría de lo transitorio y veloz que transcurre la vida humana. En el centro del nicho hay un pequeño monumento formado con un reloj de arena y dos alas extendidas y, sostenida por cuatro columnas, la nave, símbolo de la vida que pasa. La leyenda dice: "Eccli 36. Festina Tempus", frase que completa la anterior y que puede traducirse: "Acuérdate del fin, que el tiempo transcurre ligero".
El autor es Anthonis Mor van Dashorst (1519-1576), más conocido por Antonio Moro, quien sigue el modelo de Tiziano en el modo de componer sus obras, en las que se muestra amante del detalle y profundo conocedor de la sociología del retratado. Su influencia fue muy fuerte en toda Europa, especialmente en España, donde residió entre 1550 y 1560, sentando las bases del retrato español que luego desarrollarían Sánchez Coello, Pantoja de la Cruz e incluso Velázquez.
Corre sobre Moro una anécdota que refleja el ambiente de la corte de Felipe II. El rey se había encaprichado del pintor hasta el punto de bajar con frecuencia a su estudio y animarle poniendo la mano sobre su hombro y dándole cariñosos golpecitos. Los ministros de la Inquisición, extrañados de que un rey tan serio le diese al pintor tales muestras de familiaridad, indagaron por si éste se hubiera traído de su tierra algún bebedizo que hubiera hechizado al rey. Avisado el pintor de las intenciones del tribunal, pidió permiso al rey para marchar a Bruselas, de donde ya no volvió, quedándose la corte huérfana de uno de los mejores pintores de su época.
TABLAS DISPONIBLES
Las tablas que nos ocupan son, por su belleza, su minuciosidad y el estado de conservación, superiores a la obra pictórica que se conserva de este pintor en el Museo del Prado. Su precio se puede contar en varias decenas de millones, subastadas en España, que se duplicarían si la operación se realizara en el extranjero.
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