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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las tendencias culturales

LA FLUIDEZ y la emotividad del concepto de cultura, sobre todo en el sentido humanístico en el que habitual mente se emplea, impiden valorar con exactitud la encuesta que presentó el martes el ministro del ramo, Javier Solana: en todo caso, cabe retener como favorable el aumento de consumo de los medios o soportes culturales, aunque no de todos, y en el sentido negativo, el alto porcentaje de los que rechazan la aproximación cultural, palabra empleada por el ministro y muy significativa. Alguna de las razones del rechazo podría buscarse en la larga utilización de la cultura como medio de adoctrinamiento, sumisión o lavado de cerebro. Esa práctica ha sido corriente durante siglos por los sucesivos. Esta dos españoles, salvo brevísimos interregnos, y hay que comprender que se hayan segregado defensas muy considerables. Incluso en países más avanzados que el nuestro en el aspecto de la libertad de la cultura se, han producido algunos rechazos espectaculares (Universidad de Berkeley, Estados Unidos; París, mayo de 1968) y algunas corrientes profundas que se han llamado, precisamente, contraculturales como respuesta a la cultura emanada del sistema y en favor de él, y suficientemente impermeabilizada como para no admitir disidencias. El hecho mismo de que una cierta versión de la palabra cultura defina hoy un ministerio puede despertar considerables sospechas, teniendo en cuenta que, con definición igual o parecida, ese ministerio, en tiempos anteriores pero muy próximos -y todavía tratan de alentar en política algunos de los ministros que la ejercieron en ese sentido-, sirvió precisamente para reprimir, prohibir, castigar y desalentar formas vivísimas y eficaces de la cultura de muchos. Y para propagar la de menos por medios forzados. No és, naturalmente, comparable la acción actual del Ministerio; pero, el resquemor, la duda y la sospecha pueden acompañar siempre su etiqueta, sobre todo en cuanto sobrepase una delicadeza de comportamiento.Solamente el hecho de definir lo que es cultura y lo que no lo es ya entraña un riesgo de dirigismo; sobre todo cuando hoy se alimenta la cultura con unos fondos públicos que se pueden exagerar o negar según criterios. En primer lugar, la cultura no es una generalidad, sino un fondo del que cada uno obtiene las enseñanzas que requieren su criterio y su posición en la vida. E n segundo lugar, los medios o soportes por los que puede transitar la cultura no son cultura en sí mismos, y en estos tiempos se está produciendo una considerable confusión, incluso en la misma forma de ayuda dapreciación estatal, y aun en la misma forma o evaluación de la encuesta realizada por el ministerio, entre medio y contenido. Si se toma como ejemplo el siempre socorrido. de la televisión, se podrá ver que algunos de sus tiempos son realmente culturales, otros son indiferentes, y algunos son anticulturales, e incluso pueden mezclarse: un buen programa de intención cultural puede estar al mismo tiempo destrozando el idioma en que se comenta, o la presentación de un conocimiento puede estar hecha de forma que altere su verdadera realidad. Naturalmente, los periódicos no estamos exentos de estos pecados; ni el libro, ni el teatro, ni ningún otro soporte. En una política cultural amplia y de gran aliento se debería tener en cuenta esa limitación, y hasta esa contraindicación.

No es concebible un ser humano sin cultura (incluso en el reino animal las hay en ciertos sentidos); nadie está tan aislado como para no recibir una impregnación de conocimentos. Hay, por tanto, una sola cuestión de más o de menos, entrecruzada con otra: la del sentido que tenga esa cantidad de cultura. No caben demasiadas dudas en nuestro tiempo que el sentido sólo puede ser el de la ampliación de conocimientos, el de la adquisición de la noción de relatividad de las verdades, el del sentido del respeto a las opiniones de los otros y, por tanto, el aumento de la capacidad de convivencia. Cantidad y calidad son, así, inevitablemente complementarias, y estamos acostumbrados a ver seres enormemente cultos en una sola dirección capaces de rechazar todas las demás. La política cultural parece estrechamente relacionada con la de educación (es la educación la que capacita para recibir después adecuadamente la cultura cotidiana), y las dos con la libertad de examen, de concepto, de análisis. Será en esa cualidad donde se puede hacer una antropometría de nuestra sociedad.

Por el momento, habrá que convenir con el ministerio en que la encuesta sobre el consumo de medios habitualmente transmisores de conceptos culturales, por muy parcial y reducida que sea, y muy equívoca en cuanto a una cuantificación total, supone una mejora en la tendencia del público a recibir una cultura en un sentido tradicional de la palabra. Coincide, efectivamente, con la observación de una afluencia a los lugares tenidos comúnmente por culturales en cuanto sus precios son asequibles. Y esto del precio de la cultura es otro tema por sí mismo: probablemente muy definitorio.

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