La justicia no interesa a casi nadie
Las promesas para dotar de mayores medios humanos y materiales a la Administración de justicia española han sido ya un tópico en la historia, señala el autor de este trabajo. Todo cambia en el mundo, dice, menos la permanencia de los raquíticos medios de la justicia.
El procurador en las Cortes franquistas -quien, después de manifestar los principios fundamentales del poder judicial a los contertulios del hemiciclo, hizo mutis por el foro entre los atronadores aplausos de sus camaradas de la familia, el municipio y el sindicato- y el diputado de UCD -el cual, poco acostumbrado a la evidencia de que en un Parlamento democrático no cabe la unanimidad, salió algo desconcertado de la tribuna, ensordecido por el griterío derivado de la división de opiniones producida en los ocupantes de los escaños, partícipes en ella bastantes miembros del grupo centrista, al terminar la disertación sobre aquellas reglas inmutables-, como los representantes del PCE, de EE, del PSOE, de AP, del PNV, de CiU y del CDS -que, si circunstancialmente están más o menos enseñados a la aceptación de la controversia, no obstante son acordes en la proclamación de las máximas señaladas-, todos pretendieron convencer al hombre del pueblo de que la justicia lograría eficacia con las pautas inmaculadas de la independencia, la inamovilidad, la responsabilidad y la sujeción al imperio de la ley en las personas de sus administradores.Mas el justiciable posee buena memoria: recuerda que otros polí ticos añejos predicaron similares guías; y, al comprobar los resultados ofrecidos, no se contenta con la simple audición de las palabras bonitas: quiere, además, desenlaces prácticos, pues los alardes orales se pierden en el aire y los brindis al sol se olvidan al terminar la faena.
En lo atañente al funcionamiento del aparato judicial, acaso los españoles carecen de alma poética, pero con la percepción cotidiana de que los órganos jurisdiccionales, demasiado estáticos en la progresión aritmética, están faltos de una. infraestructura idónea sin la posibilidad de cumplir los objetivos al servicio del público mediante el bizarro apoyo de ciertos vocablos encadenados con armonía para formar un amable dis curso, en seguida desmentido por la realidad diaria de los tribunales-, la singular súplica a los habitantes de este país para que degusten la pésima situación a modo de goloso manjar espiritual, obviamente revelaría la presencia de ingredienteg patológicos en la amalgama mental del solicitante.
Si, menos los minerales, todo cambia, se altera o modifica, es increíble la intemporal permanencia de los raquíticos medios materiales existentes en las dependencias de la justicia. Üna empresa mercantil escatimadamente provista de similares recursos, por más que los estatutos merecieran elogios, presentaría, sin duda, la correspondiente petición de cierre en la misma jornada de su creación. Quizá, porque no se ha reglado una fórmula encauzadora de la tramitación, el tercer poder del Estado desconoce la situación oficial de bancarrota.
Aunque el procurador ranquista y el diputado de UCD, que en paz descansen, no alzarán jamás la voz en defensa de los símbolos aludidos, los parlamentarios del PCE, de EE, del PSOE, de AP, del PNV, de CiU y del CDS proseguirán en la labor. Por eso, es necesario ilustrarles con el relato escuchado a un escéptico filósofo; a saber:
"Agazapado en la mesa de una siniestra oficina del Ministerio de Hacienda, un agrio jefe de negociado -burócrata de profesión y de ocio- dedica su actividad a chafar las partidas presupuestarias conectadas con la justicia por avieso encargo de ocultos intereses; hábil con la goma de borrar y la plumilla correctora, consigue rebajar sistemáticamente los planes económicos; el ministro y el subsecretario siempre son reacios al principio en atender las deducciones crematísticas del chupatintas, luego -probablemente conscientes de la posición de interinazgo que mantienen, en casa- admiten las premisas ahorrativas; a fin de cuentas, los gobernantes gestionan la aplicación del dinero ajeno: ademas, sólo unos pocos individuos -pleiteantes o delincuentes por vicio- precisan de la acción judicial; el resto de los integrantes de la sociedad -si tienen mercados, viviendas, hospitales, escuelas y artículos de consumo- viven contentos; así los hechos, se envían proyectos tacaños al Parlamento y los padres de la patria los aprueban sin remilgos; el caso es que la justicia no interesa casi a nadie: no hay otra causa de la desatención".
A la elite política corresponde rebatir la pesimista moraleja de la narración. Sin las soflamas de costumbre, ha llegado el tiempo de la acción, de la verdad y de acreditar que obras son amores y no buenas razones. No caben quitas ni esperas.
Los españoles, al igual que gustan del pan blahco, aman la poesía en sus variopintas manifestaciones. Está claro que, entre tanto el poder judicial no desempeñe con eficiencia su misión, la democracia no se consolidará en el suelo ibérico. Y es importante que el libro de esta epopeya se encuentre magníficamente encuadernado.
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