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Entrevista:Mis queridos monstruos

Ana Belén

Llega, sí, como llega del fondo de mi vida. Tras de las gafas / antifaz, los ojos / susto, los ojos joya, los ojos / niña, los ojos Ana, los ojos. Nunca me he comunicado tan profundamente con ella como un día que ensayábamos un diálogo para la tele. Era sólo una pantomima para el cámara. Y yo, que desde la celda del yo, tanto he hablado con ella, Calixto cansado de esta Melibea / voz de miel, que está en todos los discos, yo, digo / decía, nunca le he dicho a cosas más adoloridas, ni ella:-Ana, que digo que siusiusiusiú.

-¿Blablablablá?

-Yes.

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-¿Siusiusiú, Paco?

-Bla.

Era un poder hablar con ella sin palabras, sólo con sonidos, guturalmente, como se hablan mis gatos. Nunca fuimos más elocuentes, ambos. Era un quiero querer, como dijo Voltaire. Pero, ahora, la hinchada, la torcida, la afición, vive su mañana lluviosa primaveral y violenta, en torno de nosotros, como un continente como dos continentes de vulgaridad amenazando la conversación delicada de dos pingüinos Ana le pide al camarero que le quite la bombilla. El camarero se sube a una silla y lo intenta. No puede ser. No hay un monacato de tiniebla para nuestra conversación matinal. Ella huye de su fama. Yo huyo de mí mismo. "Que me voy a Cuba, Paco, a Cuba y Argentina, nos vamos a cantar, sí, he estado mucho tiempo sin hacer cosas, me impuse una pausa, una larga pausa, y el ocio me ha rebasado. Necesito hacer cosas, Paco, salir por los pueblos a cantar a la gente, que en un pueblo parece que están pintados, no dicen nada, y enotro pueblo, dentro de la misma provincia, enloquecen y les gusta mucho. Y voy a hacer cine y quiero hacer teatro, y he sacado un disco y ahora empiezo, ya, a tener demasiado trabajo, a quejarme del trabajo, y eso es bueno, ése es el punto,.cuando empiezo a quejarme del trabajo, hace poco, después de dos días de ensayos, nervios y actuación, veía doble, ¿sabes?, veía doble, no había comido, estaba débil, eran los nervios".

-Belén, hubo un tiempo en que se decía que tú tenías más calidad que personalidad. Y tú, Belén, a veces, casi lo has admitido. No hay que hacer eso, Belén. Decía Flaubert: "No le des al mundo armas contra ti, porque las utilizará"., Eso debes negarlo, Belén.

-Bueno, parece que quieren que volvamos a rascar la botella de anís y la bandurria. En cuanto utilizas los medios actuales, últimos, los que utiliza todo el mundo, es que ya no tienes personalidad.

El pelo recogido en desordenada cola de yegua rebelde. Los pendientes como dos pequeñas cosas aztecas o toltecas, como dos minucias que se le hubieran perdido, a un orífice maya. La cara que fue de fruta -lentos veranos de los setenta, piscina Castilla, ¿te acuerdas, Ana?- y hoy es de ave, de femenino pájaro listísimo, más la blancura latiente de la boca, risa carnívora de mujer violenta y optimista. Decía Malaparte que los griegos sólo escribieron historias de cabras. Los egipcios, digo yo, escribieron / esculpieron historias de aves. Ana, hoy, es el ave / mujer que canta en la alborada de las grandes ciudades, por todos los taxis con transistor. Ana -por qué- Belén es, quizá, la criatura que uno haya soñado más profunda y calladamente en estos años. Ayer, en los mass / media, nos encontramos de golpe, susto a susto, y, cuando yo tenía tantas cosas que decirle, ella se puso esos auriculares que ahora se ponen todas, para escuchar música. Luego me los puso a mí, y la escuché a ella misma, a esa ella que crece y se derrama en música, mujer de agua cantable, de claridad vivible.

-Sí, la personalidad, Paco, ya ves, cuando los festivales de los pueblos de España era un follón. Todos eran de algún país litoral y enardecido. Yo sólo era de Madrid. No tenía personalidad, claro. Ser de Madrid era no ser nadie, nada. Pero siempre reivindiqué mi Madrid, Paco.

-La gente es que no sabe lo que quiere, Ana. Piensa en Joan Báez. A lo mejor es que querían que fueses como Joan Báez.

-A lo mejor. Bueno, yo no soy un cantautor, ni me voy a poner ahora a componer.

Las gafas negras sobre la mesa. Ana bebe alguna cosa de tomate. Manos de niña breve, de sencilla niña. Y el perfume.

-¿A qué olías cuando has llegado, Ana? Ahora se me ha acostumbrado la nariz.

-No sé, sería alguna cosa de flores, me parece.

-Olía morado, Ana, olía morado.

Pasan turbas con himnos y con barras. Pasan mañanas de fútbol y viaje, pasan estadios, multitudes, autos. La multitud nos rodea como una alegoría de sí misma, como una deformación sabática de la fama de Ana. Nos crean una intimidad inversa. Voy a ver cómo se lo explico a Ana:

-Verás, Belén, a mí me parece que tú, como medio, como vehículo de un determinado mensaje, social o sentimental, traicionas un poco, a veces, ese mensaje, por exceso de calidad o de calité. De ti también puede decirse que el mensaje es el medio. Más aún, que el medio devora elmensaje. Es un poco lo que le pasa a Cioran con su permanente invitación al suicidio. Escribe tan bien, resulta tan brillante que su negación de la existencia se convierte en una afirmación. "La tentación de existir" es el, es leerle a él. Tú también eres la tentación de vivir, Ana, y siempre hay una involuntaria distancia de luz y alegría entre lo que, dices y cómo lo dices.

Rie:

-Claro, sí, puede que sea eso, pero yo soy yo, y lo mismo me pasa en el teatro. Haga lo que haga, sigo siendo yo. O en el cine.

-¿Y esa teoría tan británica de que el actor, como individuo, debe desaparecer?

-Sí, está muy bien, pero nunca pasa.

-Las galas.

-No veas lo que son las galas, Paco. Es, como el teatro. Llevar, de pronto, al público, por donde uno quiere. Sentirse mago. Eso sale o no sale. Cuando no sale, no hay riada que hacer. Y no se sabe por qué. Necesito volver al teatro, coño.

-Me llegan tus discos, Ana, y, en las carpetas, en los lanzamientos, cada día te veo más estrella, más sofisticada, como dicen quienes no tienen otra cosa que decir. A veces pienso si tú no eres ésa.

-Sí, Paco, sí que lo soy. Haciendo fotos, por un día, vuelvo a sentirme actriz, a disfrazarme con cosas, a ponerme de maravillosa, y eso me gusta y me divierte. También en el teatro hay que salir disfrazada.

-Sí, pero no me riñas, Ana, que me pongo muy triste, Belén.

(Me llegan sus discos, como pedradas de música, llegan a mi soledad, rompen los cristales de mi celda de monje de la escritura con el cristal en bloque de su voz, de su vida, de su juventud.)

-Si me han identificado con lo cutre, lo siento. Yo no soy lo cutre.

-El cine.

-Pues eso.

-Cómo que eso. Me encanta que te enfades, Belén. Estás maravillosamente erótica cuando te enfadas, pero es que, si seguimos así, no hay entrevista.

-Que digo que vamos a hacer, con José Luis García Sánchez, una película sobre unos cómicos que van por provincias echando La corte de Faraón. Me encanta pensar en eso, en las camionetas de los cincuenta, en los cómicos por los pueblos. Y luego ese género, La corte de Faraón, lo cutre, sí, si quieres, lo retro. Nunca me había trabajado yo ese género.

-Casi me da pena que se te pase el cabreo, Ana.

-Ya sabes que yo tengo muy mala hostia. Bueno, pues eso, que lo cutre, lo camp, lo que sea, siempre se ha tratado, o de una manera incondicional, hortera, o de una forma irónica, distanciada. Y yo creo que hay que hacerlo con distanciamiento, claro, pero con cariño. Porque todo eso también somos nosotros.

Unas gafas negras, un perfume morado en la mañana festiva y como antigua (el fútbol ya va teniendo rudos prestigios de Copa y Liga, entre nosotros). Los ojos de Ana, dos peces vivacísimos, dos veloces torcaces, dos unánimes cosas indignadas. La nariz inteligente, la boca para un amor muy claro. Y todo en un óvalo de rostro popular y sencillo, como de santa de barrio, óvalo agudizado ahora por la dieta, por el mordisco voraz de la imagen, que sólo quiere un varillaje de mujer para montar la estrella.

Puro amor al puro hueso. Lo más morboso que le va quedando, ya, es la vacuna:

-Que amo tu vacuna, Ana, que me parece lo más erótico de ti y que te data y te estampilla como la última generación de niñas vacunadas. Ahora les ponen la polivalente.

-Sí, así se ve lo vieja que soy. Me estoy haciendo mayor, Paco.

Y frunce la frente, como para ponerse arrugas.

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-Oh. Te voy a hacer, Ana, a propósito de eso, la pregunta trascendental, pedante, insoportable. ¿En qué momento de tu vida te encuentras?

Se coge la cabeza con las manos, cómicamente abrumada por la pregunta. Pero luego se la toma en serio:

-Bien, pues verás, ya te digo me estoy haciendo mayor. Más que aprendiendo cosas, yo diría que estoy viendo cosas que se ven ahora, cosas que antes no veía. Ciertos detalles, ciertas gentes. No sé. Se ven más cosas, ya te digo.

Me parece una buena definición de ese momento en que la juventud madura. No aprender o saber más cosas, sino ver más cosas. Porque la mera juventud es un deslumbramiento en que, realmente, no se ve nada. (Pasan, ya digo, equipos, multitudes barras, banderas, masas que nos espían como un solo espía, poblaciones del sábado y domingo e intentamos la aventura del almuerzo: todo el hotel está toma do por las huestes del whisky más patriótico. Llevaré a Ana a su casa en un taxi de lluvia, oliendo ya a distancia entre los dos.)

-Voy a dar unos recitales en Madrid, Paco. A ver si vienes.

Estaba el otro día en un plató. Nos encontramos de repente Del Brasil me trajo unas piedras con forma de vulva. En el camerino le pedí la peineta. Me la dio luego en público. Mi corazón es una vieja urraca que guarda cosas sueltas y perdidas, olvidadas, de Ana Belén. Estuve en unos ensay6s y sacaba una. pierna para cantar. Luego, en la actuación, ya no sacó la pierna.

-Puro azar de la falda, Paco. Yo canto según cae. No me coloco.

La peineta, el perfume y la vacuna. "No escribas esas cosas, que el amor ya se te pasó, Paco". La peineta, el perfume y la vacuna. A qué olía esta mañana, cómo era, dios mío, cómo era, la transparencia, dios, la. transparencia, en fin, todo Juan Ramón. Es hermoso, es dificil, es irónico que nuestro encuentro periodístico transcurra así, entre masas, estadios, fútbol, cánticos. Algo que nació tan íntimo, de mañana, en mi corazón de lañador que se laña a sí mismo y se remienda, un sentimiento tan delgado, viviendo escasamente entre las magnitudes del deporte, el turismo y el buen vino.

Dulce grito silencioso de niña. Mujer clara, alrededor de luz, agua buena y violenta. Pero, concéntrico a eso, está por dentro el filo oscuro de su fuerza, de lo que la ha hecho ella, una criatura bajomadrid que pega cortes al personal y se niega al trabajo cuando algo no va bien, cuando alguien no le cae bien.

-Yo tengo que respetar a mis directores. De otro modo, no hay trabajo posible. Soy un poco borde para el trabajo. ¿Me das eso que escribiste de mí el otro día?

-Toma.

Lo lee como si tuviera que aprendérselo.

-Es muy bonito.

-Qué bobada. La primera gran actriz que te deslumbró en el teatro.

-No sé, quizá Asunción Sancho.

-Empezaste muy pequeñita.

¿No estás un poco aburrida de ser artista?

-Ser artista es madrugar mucho y ensayar todo el día. Pasar nervios para nada. Ser artista es que todo el mundo tenga derecho a meterse en la vida privada de una. Dirán que es la popularidad, pero no creo que el precio de la popularidad les dé derecho a decirle a una lo que quieran, por la calle.

Primero me parecía que estaba impaciente, deseando marcharse, como una niña a la que han dejado sin recreo. Pero luego resulta que, hablando / hablando, nos hemos pasado en una hora del plazo fijado. Y no hay comida ni hay nada. Sólo hay feroces aficiodados que se forjan con el viento y el whisky para la guerra civil de la tarde.

-Yo es que contesto a la gente, Paco, hasta por el micrófono, oigo todo lo que se dice, la que no oyen los demás, y hasta doy cortes. Una será artista, pero no es tonta.

Era la niña llenita de la piscina Castilla, piscina de ladrillo recalentado y agua espesa. Era la cómica joven y sutil de Sabor a miel. Era la muchacha desnuda de cuando su cuerpo claro, de pezones oscuros, suponía una .contestación" a aquella España de cuello vuelto. Era la colegiala que soñó Joaquín Parejo en Zampo. Era la musa clara de Víctor Manuel en Cleofás, cuando ella decía lo de Nicolás Guillén, "abre la muralla, cierra la muralla", y él hacía antifranquismo lírico y melancólico. "Víctor se salvaba porque era asturiano; a los de Madrid no nos perdonaban". Una vez estaba yo de visita en su otra casa y le dijo a un fotógrafo que le pedía que se pusiese moderna: "Ya os conozco yo a vosotros; para vosotros, ponerse moderna es sacar muslo. Pues me haces las fotos aquí sentada o te vas". Donde me gusta verla es en su casa, entre Barjolas y grandes muñecones, con el tejano viejo y la camisetita, con la melena lisa como pena o silencio, preparando una sopa a los amigos, ya muy tarde. "Tardísimo. Nos vamos". La tristeza de lo previsto, los pasos ya caminados mentalmente. Las gafas negras para salir entre alegres energúmenos de rayas, el taxi al vuelo, el Madrid solitario de los sábados, el chalet donde vive, la lluvia. "Te llamarás Verdes, y no le va a gustar nada el encargo, porque se le dan mejor los viejos arrugados". Al ponerle la cazadora, le he mirado por detrás el canal de la espalda. Ana es morena. "Que te llamo para lo del recital y te invito a comer, Paco". Duermen los hipermercados sin mercadería, el día festivo, como mamuts de cemento inocente, anteriores a la era del consumismo. Un golpe de narcisos en la lluvia. Ana tiene la tapia pintada de un ocre italiano. Con la humedad y el viento -muá, muá-, otra vez lo morado de su olor, el perfume que trajo esta mañana. Revive ella en ella. Como si todo -nada- volviese a empezar. Con estas cosas, a uno, luego le duele el alma como un cuerpo. Tuvo una juventud emblemática, fue la novia / piloto de una generación, y hoy es una niña de treinta años. El taxi, ya sin ella, es sólo un taxi.

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