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En defensa de la neutralidad de España

No es cierto que no sea posible la neutralidad, señala el autor de este trabajo, quien cita, en una Europa dividida entre el protectorado soviético y los satélites norteamericanos, los casos de Suecia, Suiza, Finlandia, Austria y Yugoslavia. El Gobierno se ha inclinado, en su opinión, por la opción atlantista, en contra de la ética socialista y de la tradición del propio partido, desechando la que parece ser la única solución: la neutralidad.

Ahí está la confrontación entre bloques en Europa. Y en caso de conflicto nuclear o convencional, las superpotencias parecen tener bien claro que la vieja Europa de Cervantes, Newton, Mozart, Darwin y Einstein constituiría el teatro de operaciones en que se dirimirían sus tensiones bipolares.En tan lamentable drama se vio incluida España desde 1953, por vía bilateral, por los pactos Franco-Eisenhower. Y nuestra posición se hizo aún más sumisa por la tristemente célebre decisión de Leopoldo Calvo Sotelo, que en 1982 nos incorporó al sistema de la OTAN. Dos conexiones que aún hoy nos encadenan a los españoles de manera bien directa a las dificultades de una situación internacional en la que los arsenales, al crecer más y más, no auguran precisamente lo mejor.

Está claro que en el escenario europeo -el del futurible teatro- los dos protagonistas, por así decirlo, han venido de fuera: de otro continente, EE UU; con su diferenciado carácter euroasiático, la URSS. Europa se halla, pues, partida en dos mitades, que' se configuran como un protectorado soviético, la oriental, y como un conjunto de satélites norteamericanos, la occidental. O viceversa, si así se prefiere por razones de eufonía o de semántica.

No extraña, pues, lo que en principio se presenta como inmensa paradoja: que la primera potencia comercial del mundo, las Comunidades Europeas, a pesar de todos sus planteamientos supranacionales, carezcan de las dos notas más claramente indispensables de una soberanía efectiva. Más claro aún: Europa occidental no tiene, una moneda común ni cuenta con un sistema defensivo autónomo. El Sistema Monetario Europeo (SME) apenas es otra cosa que un sucedáneo dependiente, pues básicamente se refiere al dólar en su flotación conjunta. Por lo demás, desde que en 1954 fracasó el proyecto de Comunidad Europea de Defensa, los países europeos occidentales renunciaron a un sistema defensivo propio, sin que las tímidas propuestas e inquietudes -algunas de ellas bien recientes, como la euroizquierda, o la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CESCE)- tuvieran, hasta ahora, efectos mínimamente prácticos.

Pero, en verdad, no todo es desesperanza. De un lado, ciertamente, prevalece el Pacto de Varsovia. Y del otro, la OTAN. Pero también están ahí, a veces inadvertidos, los neutrales, los países no apuntados ni a uno ni a otro bloque. Cada uno, desde luego, con sus características peculiares.

De forma bien nítida, ni Suiza ni Suecia han intervenido en contiendas internacionales desde 1815. Por su parte, Finlandia y Austria, de tantos males y secuelas como generó la Segunda Guerra Mundial, recibieron el don inestimable de una neutralidad inducida; pero, desde luego, aceptada hoy del mejor grado por sus ciudadanos. Y hay otros países europeos también neutrales; como Yugoslavia, que unilateralmente se salió -con un coraje poco frecuente de sus dirigentes y, en especial, de Tito- del bloque soviético en los momentos del máximo poder de Stalin (1948).

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Esos países de Europa demuestran hasta qué punto es inexacta la aseveración del presidente del Gobierno de que "España no puede ser neutral". ¡Claro que es difícil que seamos neutrales si el propio Gobierno ignora la existencia de siete neutrales europeos! Y si además no escucha la voz de las encuestas de opinión, en las que los españoles reiteradamente se han manifestado en las posturas más pacifistas. Por esa doble circunstancia, las aseveraciones sobre nuestra imposibilidad de ser neutrales hay que entenderlas como declaraciones más bien metafísicas, o como pronunciamientos en base a intereses no declarados, que nada tienen que ver ni con la experiencia circundante ni con los anhelos populares. Declaraciones que -por lo demás- resultan abiertamente contrarias a la propia ética socialista, y a las mejores tradiciones del partido que hace más de un siglo fundara Pablo Iglesias.

La opción de la neutralidad supone la única actitud realmente pacífica, al rechazar toda conexión con cualquier idea de un poder militar ofensivo concreto, y al apreciar como verdadero enemigo la violencia en general y el holocausto nuclear en particular.

El enemigo de todos, de toda la humanidad, es el peligro que sombríamente se cierne de eventual utilización -en absoluto descartable, por mucho que los abogados del armamentismo y de las pláticas disuasorias nos lo quieran hacer creer- de la amplia panoplia de misiles de todas clases, indiscriminadamente emplazados al Oeste y Este. Tal es la triste premonición que correctamente se pone de relieve en las páginas del Ebro de Johan Galtung Caminos para la paz, al subrayarse que una guerra total ya no implicaría simplemente un homicidio más o menos amplio, sino un genocidio, el exterminio puro y simple de toda la especie humana. Entre otras cosas, porque originaría un ecocidio, esto es, la ruptura de los equilibrios ecológicos básicos.

En ese contexto, la inserción de España es cada vez más estrecha en el armamentismo atlantista. De ello es un buen indicio la frase -que ahora se oyen con tanta frecuencia de que la "reforma militar avanza perfectamente". E incluso se hacen comparaciones entre lo mal que lo hizo Manuel Azaña y lo bien que lo está haciendo Narciso Serra, el actual ministro de Defensa. Pero a mi juicio, lo que puede estar sucediendo, en realidad, es que después del forcejeo de 1976-1981 para marcar claramente la preeminencia del poder civil, tras el triste 23-F de 1981, empezó una nueva etapa de concesiones. Y así, según todas las apariencias, se ha generado un poder autónomo que adopta decisiones determinantes. Se empezó con. la entrada de España en la OTAN, en 1982. Se continué con el plan de dotaciones para inversiones militares, ambas medidas durante el Gobierno de Calvo Sotelo. Se continué, en 1983, con la ratificación por el PSOE, ya en el Gobierno y con el apoyo de Alianza Popular, de los tratados bilaterales con EE UU, previamente firmados por el Gobierno de UCI) con Reagan. Más tarde vino el contrato de compra de los aviones F-18A del programa FACA. Y a esos compromisos siguió la adquisición de los aviones Harrier y de los misiles Rolando, con los ulteriores anuncios de futuras cooperaciones para construir en España los blindados Lince, como variante del alemán Leopard, etcétera.

Como nunca

De hecho, nos hemos adentrado en el armamentismo como comparativamente no se había hecho antes. Ni en los mejores tiempos del franquismo se dio nada semejante. Y para mayor dramatismo, la cuantiosa adquisición de tan infernal material coincide con un tiempo en el cual el país se debate en la crisis, con un nivel de paro que hace tiempo superó la cota de los 2,5 millones de desempleados. Todo ello indica bien a las claras que el Gobierno ha optado ya por mantenerse en la OTAN, e incluso, quizá, por dar el paso de integrarse en su dispositivo militar. El prometido referéndum se celebrará o no. Pero el Gobierno -influido por ciertos poderes autónomos- se ha pronunciado ya por el atlantismo, para ser mera pieza del bloque militar occidental que hegemoniza una de las dos superpotencias. Las declaraciones del señor González en Copenhague han sido bien elocuentes: de hecho, el PSOE y el Gobierno ya dieron a entender que dirán sí a la OTAN.

Ante esta situación, que nos afecta a todos, mucha gente se hace las típicas preguntas: ¿qué hacer?, ¿qué podemos hacer? La respuesta parece bien clara: luchar por la paz, defendemos de tanta irresponsabilidad, de tanto íncumplimiento de promesas, de tanta resignada sumisión.

La senda hacia la neutralidad es la que puede permitimos que nuestro país se libere plenamente de uno de los más importantes vestigios del franquismo. En 1978, los españoles pusimos términos al primer secuestro franquista, pues al promulgarse la Constitución se recuperó la de 1931, con todas las modificaciones que se quiera, pero en análoga línea de progreso democrático. En cambio, aún no nos hemos liberado del segundo de los secuestros de Franco: la neutralidad que desde 1815 -con todas las deficiencias que se quiera- había mantenido la nación española, y que en la Constitución republicana incluso llegó a consagrarse al máximo rango. Sólo recuperando hoy esa neutralidad podríamos alcanzar la libertad plena, para moralmente poder asumir el principio que está inscrito en el preámbulo de la Constitución de 1978. Con estas palabras: "Colaborar en el fortalecimiento de unas relaciones pacíficas y de eficaz cooperación entre todo! los pueblos de la Tierra".

es catedrático de Estructura Económica de la Universidad Autónoma de Madrid.

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