José Galván, encuadenador
Trabaja para aristócratas, coleccionistas y reyes
La encuadernación no sólo es coser página sobre página. Es también un arte. Solamente hay en España uno o dos más como él. Recibe encargos de todas partes del mundo y hay libros que tardan más de tres meses en salir de sus manos y de las de sus hijos. José Galván tiene un negocio familiar, delicado y minucioso, trabaja para aristócratas, coleccionistas y reyes. Es miembro de la Sociedad Internacional de Maestros Encuadernadores de Alemania, y de la Cámara Sindical de Encuadernación de París. Su taller rezuma una sensación de gusto por el trabajo.
Se trata de un hombre sencillo, entrado en edad pero celoso de no desvelarla, que sonríe cuando explica que "me conocen más fuera de España que en España y más en mi país que en este edificio". En efecto, cuando coleccionistas extranjeros o simplemente amantes de la encuadernación de época acuden a los alrededores del puente de San Severiano y preguntan a los vecinos por un artista que vive por allí, se extrañan y, cuando por fin conocen su identidad, aseguran que jamás le vieron la guitarra.José Galván Rodríguez tiene la característica de la precisión y el empeño del detalle. De más joven, hizo compatible su vocación con su devoción: la música. Estudió solfeo y formó parte de la banda municipal de Cádiz. Comenzó impartiendo clases de su disciplina y por fin se estableció por su cuenta en el mismo sitio donde ahora se encuentra y donde enseñó a sus dos hijos, que heredan en línea directa la tradición de la encuadernación. Comenzó en un taller de tipografía, "cuyos conocimientos", explica, "son muy convenientes para el encuadernador".
Refiriéndose a su labor, asegura que el arte no depende del libro, sino de las manos: "No es un arte en sí. El encuadernador puede elevar el libro a la categoría de arte. Arte menor, claro". José Galván, siempre rodeado de sus hijos y su nieto, que comienza a forjar la tercera generación de encuadernadores, recuerda con especial énfasis el examen que le hizo Matilde, López, bibliotecaria del Palacio Real cuando le pidió que escribiese el prólogo del catálogo por el cual se dio a conocer: "Me enseñó varias fotografías de cubiertas de libros rápidamente le dije cuáles me gustaban más y cuáles menos. Se quedó impresionada y escribió el prólogo sin apenas conocerme".
Aunque establecido en Cádiz, la materia prima viene de fuera. Así, los hierros que luego imprimirán al fuego caprichosos dibujos sobre las cubiertas, vienen de la capital del reino. Las pieles, de París. Las cizallas, el pan de oro, las prensas y ese olor a tinta y papel, son los únicos aditamentos que manejan las manos de los artistas. La suma de todo ello recuperó la belleza de ejemplares tan antiguos como históricos. El más añejo en el tiempo, la Suma Teológica de Santo Tomás, una edición de 1489, un ejemplo de encuadernación monástica con técnica gofrada. Destaca también entre sus creaciones una realización sobre un libro de poemas de un judío canadiense, Paul Saphiro, en estilo anagramático.
En el taller no sólo hacen arte. Lo conocen: "Es a partir del siglo XIV cuando se diversifican los estilos de encuadernación y se habla de Gótico, de Renacimiento... En el siglo XVI dominan los italianos. En el siguiente, los franceses cogen el cetro y todavía no lo han soltado". Los Galván, en su pequeño taller, trabajan "según el contenido de la obra y la largueza económica del cliente". Desde el año 1920, un francés Ramado Legrain implanta la costumbre de leer la obra para adaptar el dibujo de la tapa a su contenido. "Nosotros", añade José Galván, "colaboramos con el autor del libro, aunque también se hace conforme a la motivación que tiene el cliente".
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