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Michel Jobert: "El Gobierno frances sabe que se lo juega todo en el terreno de la gestion económica del país"

El vivir ailleurs no le impide residir aquí al mismo tiempo; por eso ya fue el ministro de Asuntos Exteriores de Georges Pompidou, escribió varios libros de éxito y, tras algunos años de distancia y observación, en cuanto François Mitterrand ganó las elecciones de 1981 se entendió con él para ser, durante casi 24 meses, ministro de Estado y titular de la cartera del Comercio Exterior.Pregunta. Tres años después, ¿qué es lo que queda del socialismo a la francesa?

Respuesta. Usted sabe que yo no soy socialista. No se trata de mi evaluación. Tras una larga espera, la izquierda francesa llegó al poder, y lo ejerce disponiendo de una mayoría absoluta en la Asamblea Nacional hasta 1986, y de un presidente de la República cuyo mandato terminará en 1988. Desde 1981, la izquierda ha tenido que ajustar sus sueños, o sus a priori ideológicos a las realidades. Esas realidades no las presintió, ni mucho menos, y, además, tardó mucho en tenerlas en cuenta, y por esto se cometieron muchos errores de juicio, de apreciación, de orientación. En un primer momento, la separación entre el lenguaje y la situación real fue realmente asombrosa. En una segunda etapa, los dirigentes socialistas, y especialmente el presidente de la República, tuvieron que convencerse de que debían encarar necesidades que no les dejaban margen ni para el sueño. En este sentido, el socialismo francés ha cambiado profundamente, y ahora sabe que se lo juega todo en el terreno de la gestión económica del país. En esta mutación, su principal mérito ha consistido en preservar, hasta ahora, la paz social.

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P. En el orden más estrictamente político, ¿hasta cuándo cree usted que se mantendrá la alianza entre socialistas y comunistas? Y paralelamente, ¿considera graves las divisiones en el interior del Partido Socialista? Si el presidente Mitterrand lo necesitase, ¿encontraría otra mayoría distinta de la actual?

R. Lo que usted apunta representa, en efecto, el elemento nuevo que ha aparecido en el particularmente duro que he descrito. Yo no pretendo, como el primer ministro, Pierre Mauroy, que la unión de la izquierda existe sin necesidad de que pueda comprobarse en la realidad, pero afirmaría que la actitud del electorado es más importante que las tácticas de los partidos. El Partido Comunista está practicando ya la contestación abierta al poder socialista. Pero yo no creo que el presidente de la República vaya a precipitarse en desalojar a los comunistas del Gobierno y, al mismo tiempo, en elaborar otra mayoría de apoyo a su acción.

'Una revisión dramática'

P. A propósito de la economía, ¿cómo enjuicia usted la política de austeridad que aplica el Gobierno desde hace un año?R. En la misma medida en que fueron enormes las tonterías cometidas inicialmente, ha sido lenta y trágica la toma de conciencia de las realidades, y precipitadas y drásticas las medidas de urgencia. Pero hay que distinguir la urgencia y el fondo. Ocuparse de la coyuntura no basta. El Gobierno percibió, también con retraso, que necesitaba revisar toda la maquinaria económica. Por ello, es necesario contar más, aunque sea psicológicahiente, con el efecto de esta revisión dramática que con los índices. Pero el público aún ne ha comprendido hasta qué punto era necesario modificar las estructuras, los comportamientos.

P. ¿Piensa usted que con esa política podrá el Gobierno cambiar la. tendencia mayoritaria actual de descontento, y ello antes de las legislativas de 1986?

R. Si dependen de los resultados, las posibilidades serán escasas. Por el contrario, la demostración de realismo, de seriedad y de capacidad para asumir públicamente las responsabilidades puede ser tan eficaz como los buenos resultados, que de alguna manera se conseguirán.

P. En su opinión, ¿va a ganar esas elecciones de 1986 la mayoría de izquierda?

R. Hoy por hoy las tiene perdidas. Como se dice aquí, "ha salido fallido", y la mayoría lo sabe. Haría falta saber si, en estas circunstancias, cultivarán el desaliento creciente, o la desunión, o si se esforzarán por triunfar en todo lo que les empezó a salir mal. Lo que ocurra dependerla de cuál sea la actitud que adopten, entre las que he mencionado. Me da la impresión de que muchos socialistas parecen excesivamente nostálgicos de su largo período de oposición, y que se refugiarían de buena gana en el confiort, de una ideología sin responsabilidades. Pero ésta no es la actitud de Mitterrand, para quien el poder es muy precioso, por haberlo esperado largo tiempo.

P. Usted piensa participar, a comienzos del próximo mes de junio, en Segovia, en un seminario sobre los euromisiles y el pacifismo. ¿Cuál es la significación profunda de la política de Mitterrand en este área?

R. El presidente de la República me interesa esencialmente a partir del momento en que mantiene la libertad, la independencia, el esfuerzo de nuestra política de defensa. Sus análisis sobre los euromisiles y el pacifismo son conocidos: no hace más que decir en voz alta lo que cada cual debiera ver, pero yo le espero en la hora de las conclusiones nacionales a las que, en última instancia, debe llegar.

P. Esos problemas, como otros muchos, no son problemas ni de derechas ni de izquierdas. Pero, en Francia, todo intenta resolverse en relación con esa división. Usted, que conoce bien a Mitterrand, ¿cómo lo sitúa respecto a dichas cuestiones?

R. Me reconforta ver que un corresponsal de un diario extranjero hace Un análisis que me parece justo. Yo ya estoy harto de esos problemas de derechas y de esos problemas de izquierdas, y de saber que se desmiente o se des prestigia al que se atiene al sentido común. Por lo que respecta a Mitterrand, nadie le conoce verdaderamente, ni sus íntimos incluso. Mitterrand es una dialéctica al servicio de una convicción; yo, por mi parte, compruebo la una, pero se me escapan los con tornos de la otra, quizá porque es un hombre que corrige su acción, excesivamente a mi parecer, en función del acontecimiento cotidiano. Pero cada cual tiene su manera de ser. Lo esencial es que salga victorioso, porque si no, nos encontraremos todos hundidos en un atolladero.

P. ¿Es posible el éxito europeo con el Gobierno socialista y, en vísperas de la cumbre de Fontenebleau, cómo ve usted la adhesión española a la CEE, prevista para comienzos de 1986?

R. Hay que ponerse de acuerdo sobre lo que quiere decir un éxito. Si se trata de que salga del paso la mediocre existencia comunitaria, alterada desde hace un año por las querellas de los pollos, los bovinos, las tasas, los vinos, las frutas y legumbres, pienso que Fontenebleau no será una ceremonia de separación europea. Pero en tal caso no se avanzaría, sino que se duraría, simplemente. Ahora bien, quizá es eso lo que hace falta: esa progresión comunitaria insensible, a ras de tierra. Yo entiendo que Europa necesita más estímulo y más determinación. Si se contemporiza demasiado, acabará por perder toda la estima de los propios europeos. Pienso que sólo la idea de libertad (más libertad, obstinadamente conquistada día tras día) puede hacer que exista Europa.

Por lo que a España se refiere, usted conoce mi punto de vista, y EL PAÍS ya lo ha publicado (el 27 de enero pasado). Europa no existirá si no es en la conjunción de las lenguas, historias y culturas de los pueblos que la han dinamizado desde hace ya siglos. Lo que me interesa es la lengua, la cultura, la historia, el esplendor de España, y muy poco el aceite de oliva. Y esto no es más que una razón suplementaria para resolver lo anterior, es decir, los problemas de frutas, legumbres, del vino y de las tarifas aduaneras de toda especie. Y todo esto es posible a partir del momento en que se ha comprendido que no es lo esencial.

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