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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Encuentro Alaska

SORPRENDE QUE eI presidente Reagan y Juan Pablo II hayan escogido Alaska para celebrar una entrevista; ni uno ni otro tienen mucho que hacer en ese antiguo territorio del imperio ruso, administrado por la Compañía Ruso-Americana de Pieles -la única riqueza que entonces se extraía de allí- y vendido en 1867 por el poder zarista de EE UU por una suma de poco más de 7 millones de dólares. El valor estratégico de ese territorio era y es indiscutible; sin la ceguera de los zares, la geopolítica del mundo contemporáneo sería quizá diferente. Pero lo que desde luego no es Alaska es un lugar de cita cómodo para dos personas que viven el uno en Washington, el otro en Roma. Y para lograr que se cruzasen los itinerarios de los dos viajes han sido precisas difíciles combinaciones. Todo lo cual deja claro que existía un fuerte interés político en celebrar tal encuentro.¿Por parte de quién? La respuesta no ofrece lugar a dudas: el Papa va a pisar territorio norteamericano; pero Reagan habrá esperado durante un día entero su llegada; una antesala no despreciable. Después de seis días de estancia en China comunista, era imprescindible cierto contrapeso purificador. La entrevista de Fairbanks, retransmitida por televisión, comentada por Prensa y radio, es para Reagan un regalo muy apreciable en plena campaña electoral. Cabe recordar que EE UU cuenta con una población católica de más de 50 millones de personas; más del 20 % de la total. Pero además, la Iglesia católica de EE UU es, entre todas las del mundo, la que ha pronunciado una condena más neta contra las armas nucleares; sus posiciones morales y religiosas, sin ser directamente políticas, estimulan el amplio movimiento que pide el freeze, el congelamiento de los arsenales nucleares como primer paso para reducirles; actitud defendida también por los candidatos demócratas Mondale y Hart, y que choca frontalmente con la política de la Administración Reagan. Por otra parte, la inclinación tradicional del voto católico ha sido más bien hacia el Partido Demócrata. Reagan ha hecho esfuerzos particulares para modificar esa tendencia: ha restablecido, incluso, venciendo resistencias sectarias en los medios protestantes y puritanos, las relaciones diplomáticas con el Vaticano. Con esos antecedentes, al presidente y candidato Reagan (doble personalidad a la que no puede escapar hasta el próximo noviembre) le conviene extraordinariamente aparecer ante los católicos norteamericanos junto a Juan Pablo II, aunque sea en una breve ceremonia y en un territorio casi desconocido, incluso, para los norteamericanos; probablemente las computadoras han calculado ya sus efectos electorales.

Es más difícil comprender por qué Wojtila -que no puede ignorar la dimensión electoral del asunto- ha aceptado acudir a la cita de Alaska. Probablemente hay que partir de la propia concepción que tiene de su función: como lo ha repetido en diversas alocuciones a sus cardenales, Juan Pablo II considera su relación con los poderosos de la Tierra, con los jefes de Estado y gobernantes, como algo importante de su misión, porque ellos determinan la suerte del mundo. Wojtila prepara personalmente los discursos que dirige a los gobernantes y a los cuerpos diplomáticos; los destinados al pueblo de Dios o a problemas específicos de la Iglesia son con frecuencia encargados a otros dignatarios de la curia. A la vez existen, en ese marco, motivos más concretos; uno de ellos relacionado con China. No se ha confirmado si Reagan ha sido portador, o no, de una carta; pero no parece dudoso que algún tipo de gestión ha hecho para facilitar la reanudación de las relaciones entre China y el Vaticano. El futuro dirá si el mensajero escogido era el más adecuado. En todo caso, parece que el Vaticano está resuelto a distanciarse incluso de Taiwan para lograr un acercamiento con Pekín. Ello se encuadra en la estrategia que inspira la actividad del Papa actual, tendente a extender la influencia de la Iglesia católica en los países socialistas. El caso de Polonia es obvio y muy especial; pero Juan Pablo II trabaja para poder realizar viajes a otras zonas del Este europeo, incluido Moscú. China es en esa perspectiva un objetivo de gran trascendencia. Es sintomático, por lo demás, que el Vaticano se esfuerce por fomentar nuevos brotes de catolicismo en países que han vivido en otros marcos religiosos e ideo lógicos, mientras en regiones de fuerte tradición católica surgen nuevas corrientes dentro de la Iglesia que disgustan fuertemente al Papa, y que no puede contener ni controlar.

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