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Entrevista:Mis queridos monstruos

Otero Besteiro

Fue el escultor de moda en los sesenta, cuando Pueblo sacaba una entrevista con él todas las tardes. Fue un Mateo Hernández (nuestro gran escultor animalista) cruzado de Dalí. Los animales, él, se los inventaba. Bartolomé March, resoplante, Lucía Bosé, Luis Míguel Dominguín, Deborali Kerr, Ytil Brynner, han coleccionado sus obras.-Que estoy cardiaco, Paquito, y que me voy a morir -me decía este invierno.

Pero la araña extiende su red, paciente y viuda, por sobre el jardín de Otero Besteiro. Con la primera luz del día, la araña recoge sus hilos, sus moscas, su industria, y desaparece. Otero Besteiro está debajo, sentado en una silla, con el corazón como un candado para la sangre, hermético, o con el corazón abierto por unas válvulas de cordero.

Le fascina la estrategia de la araña.

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-Me operó el doctor Rufilanchas. Mira la cicatriz, Paquito. Ahora ya ni siquiera te escayolan. Al día siguiente, con las válvulas de cordero traídas de Estados Unidos, ya estaba yo metiéndole mano a la enfermera, y diciéndole al cura del sanatorio que no hay Dios.

La estrategia de la araña. O la colmena que le hicieron las abejas en una persiana olvidada:

-Mira qué miel, Paquito, mira qué miel. Pruébala. Esto es vida, y no las mierdas que te dan por Madrid, en los cócteles.

Las abejas van tras él, como si fuera un personaje de García Márquez. Me lo dijo Gerardo Diego, hace un cuarto de siglo, en el Gijón:

-Ese amigo tuyo, escultor, tiene cara de sereno.

-Tiene cara de gallego, Gerardo.

La araña sabe que puede extender su estrategia con su permiso. Feo como un mozanco criado en las selvas galaicas. Sutil y mentiroso como un galaico puro y lírico. Entiende de gatos monteses y de putas. De hombres ya entiende menos, aunque él crea que entiende mucho.

-¿Y los cuervos, Otero?

-Los cuervos son unos animales simpáticos, bondadosos y benéficos. Ahora, que he estado en la India, los cuervos venían a mi mesa del jardín, por las mañanas, a desayunar conmigo. En la India, los pájaros no se asustan del hombre. Ningún animal se asusta. Es lo único que me ha gustado de la India. Lo demás es "noble y sucio", como todo el Oriente. Como dices tú que dijo no sé qué escritor, que siempre se están plagiando unos a otros.

Otero Besteiro, que hasta hace poco era un abrigo marrón y viejo, con el corazón ahogado y la barba crecida, ahora es un adolescente de cincuenta años al que le han metido dos válvulas de cordero -el doctor Rufilanchas sí-, ali de los royalties, y me cuenta la vida de sus gatos.

-El gato pequeño es bobo y viene a por él el águila. El gato mayor es listo y mantiene el águila a distancia.

Fuimos amigos de putañerío en los felices sesenta. Luis Miguel Dominguín se lo dijo:

-Oterito, eres el único español que se ha beneficiado a todas las meretrices de la Gran Vía.

La estrategia de la araña. Es tando yo muy malo, por el Manzanares, una noche se presentó en casa vestido de pieles, a regalarme un pájaro pintado, bellísimo, buchón, que conservo a la vista.

-El día del nevadón, este in vierno, Paquito, salí al jardín a pintar una inmensa acuarela en la nieve.

Ya estaba felizmente superado el abrigo marrón/mortaja. Yo, el día de Todos los Santos, le habí dado un abrazo prefinal, pinchán dome con su barba de muerto, y él trataba de vender el chalet unas señoras, como el difunto que hace subasta previa de sus bienes, y así alarga un poco, mercantilmente, la parodia de la vida.

-Por donde había buenas niñas, Paquito, era por el Parque del Oeste, que había que ir a buscarlas con el coche. Yo me encontré un día a una adolescente. Lo daba todo por un collarcito. Corrí en el coche a comprarle el collarcito, y allí estaba esperándome a la vuelta.

La araña organiza su tela, como un tenderete de viuda maléfica. Las abejas le hacen miel en la persiana que nunca se desenrolla, y luego le siguen, curiosas, a todas partes. Los gatos se pasean por el jardín y uno, negro y con pinta de golfo, protege al otro de las aves rapaces.. El loro, gris, rojo y verde, medita editoriales en su jaula, con las alas cortadas:

-¡Otero, Otero, holaaá, Otero, holaaá ... !

Descubrió un día que el franciscanismo no está en San Francisco, sino en los propios animales. Ellos son todo el franciscanismo puro y hermano de la tierra Uno también descubrió eso un día. Vive esperando la noche por asistir al show de la araña.

"Otero guapo, Otero inteligen te-.". El loro come pipas y huevo cocido. Cuando se queda solo, se administra el huevo hasta que vuelve el amo.

El loro dice lo que Otero le ha enseñado a decir, claro. La vida de este gran animalista de la es cultura española está miniada de animales, como un cuento antiguo o una fábula de La Fontaine. Sólo que los animales de Otero no son redichos, como los de todo el esopismo occidental (salvo los elogios palatinos del loro).

-Pegar a un perro es como pegar a un hombre, Paquito. Un hombre sólo es un perro que habla más.

-¿Por qué amas a los animales?

-Porque son sinceros.

Me estremezco. Acabo de leerlo en Anthony Burgess: "El perro es sincero". Otero Besteiro, que no ha leído a Burgess ni a nadie (y, menos que a nadie, a mí), dice ahora la misma cosa. Es aquello de Neruda: "Los animales fornican directamente". Si nosotros farnicáramos directamente, quizá habría menos neurosis sexuales en el mundo. Quizá ni siquiera hubiese sido diagnosticada la neurosis.

-¿Cuál fue el primer animal con el que tuviste amistad de niño, en tus selvas galaicas?-

-Había muchos animales en Galicia, claro. Pero recuerdo, por ejemplo, el zorrito.

De la camaradería con el zorrito salta a Madrid, estudia en Bellas Artes, se convierte en el vanguardista de la jet/set madrileña de los sesenta, colecciona coches, alquila una monja/chófer, de hábito blanco, para que le pasee por el Retiro con su Rofis negro, le traen al chimpancé Manolo de un safari africano y comienza una de las relaciones más apasionantes de su vida. Otero llevaba el chimpancé al Gijón y Manolo quería beneficiarse a todas las modelos de Herrera y Ollero que allí tomaban café a la hora del café. No tenía mal gusto el mono. Incluso llegó a asustarme mi coincidencia con el mono en el gusto por las más delgadas.

-Cuántas cosas, Otero.

-Cuántas cosas, Paquito.

Ahora vivimos a quince árboles de distancia uno del otro. Todos los veranos se enamora de mi sobrina Carola y luego se le pasa.

-El cuervo..

-El cuervo era un tío, muy serio. Venía conmigo a todas partes, como un secretario de esos que siempre van de negro, tras, tras. Sólo le faltaba llevarme la cartera. Ahora me he acordado de él con motivo de los cuervos de la India, tan sociables. En la India, por el Ganges, he visto tres cuervos navegando muy tranquilos en el culo de una vaca flotante.

-¿Y el águila?

-El águila me comía en el hombro. Se la regalé a Miguelito Bosé, cuando era casi un niño y, claro, se le voló.

Corre por los animales una humanidad desconcertante, que ig-

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noramos. Lo que más le gustaba al chimpancé Manolo era ir en el Rolls sacando un codo por la ventanilla.

-Yo le había enseñado a sacar los corchos del fondo de las botellas, con un cordel. Sólo cuando se impacientaba, rompía la botella para obtener el corcho, Pero él sabía que ése no era el procedimiento. Yo le había enseñado a ordenar los alimentos en el frigorífico, ya que lo que hacía al principio era esparcirlos todos por el suelo y bailar sobre ellos una danza guerrera. Pero un día tuve que llevarle al zoo, porque ya no me dejaba trabajar, y cuando fui a visitarle, se volvió de espaldas, reunió toda la basura de la jaula y la arrojó contra el cristal que le separaba de mí. Me hacía gestos de que me fuese. No me había perdonado. Salí del zoo llorando.

Me lo habían dicho el doctor Soberón y otros médicos amigos suyos: "Oterito se nos muere este invierno". Pero estamos en abril y no se ha muerto. Le operaron a tiempo. Le metieron dos válvulas cardiacas de cordero, congeladas, traídas de Estados Unidos. ¿Por qué hay que traer todavía estas cosas de Estados Unidos?

-Una noche, Paquito, cuando no pensaba en operarme, cogí el Rolls y me fui a toda pistola camino del Escorial. Buscaba un barranco para tirarme. Y no me tiré. No por miedo, sino porque hacía mucho frío. Me pareció que allá abajo, de muerto, iba a pasar mucho frío.

Volvió y le operaron.

-¿Con quién te gustaría pasar los. últimos días de tu vida, Otero, con una mujer o con un animal?

Merendamos percebes y leche con coñac, como todas las tardes, mientras el jardinero le siega el jardín.

-Con un animal.

-Qué animal.

-El chimpancé, sin duda. A Manolo le hicimos un documental, con Summers, y luego montamos un banquete para celebrarlo, y Manolo presidió la mesa, muy correcto.

Sin duda, es el amigo más grande que ha tenido en su vida. Lía un cigarrillo, cosa que ya sólo se le ve hacer a Delibes. Hace orfebrería en un rincón, entre un arpa que tiene en la puerta (en realidad son unas cuerdas de piano) y un traje completo de torero antiguo. Cuatro o cinco coches duermen en el prejardín, del Rolls al Mercedes, pasando por el descapotable blanco y deportivo con que se dio el gran tortazo hace. unos meses, en la autopista de La Coruña. Lleva al cuello, sobre el suéter negro, uno de sus collares orfebres. Es un Cellini galaico al que le tira el pueblo.

-El problema son los mosquitos, Umbral. Los mosquitos, he aquí la cuestión.

-¿Qué pasa con los mosquitos?

-Míralos, se ponen ahí todas las tardes, apretados, en una masa oval, zumbantes, siempre en el mismo sitio, no sé si al calor o. al frío. ¿Por qué ahí y no en otro sitio?

-Un naturalista, a lo mejor, te lo diría..

Pero quiere averiguarlo por sí mismo. "Me paso horas observándoles, no sé por qué hacen eso, cabrones de mosquitos". Le llaman al teléfono las novias, de vez en cuando. Tiene en el pecho desnudo el rayo sangriento y vertical de la -operación-

-Tú eres cazador, Otero. ¿Qué animal te ha dado más pena matar?

-No sé, un conejito, una vez, en la finca... Pero el otro día cacé unos lagartos, los pelamos, el chico de la finca y yo, los guisamos y nos los comimos.

Hizo una tribu de elefantes para la finca de Bartolomé March en Palma de Mallorca. Hizo una vaca inmensa, de piedra, que un día dejó a los pies líricos de Lucía Bosé, de la que yo creo que ha vivido perpetuamente enamorado. Ahora está haciendo, en la montaña burgalesa de Poza de la Sal, un perfil de Félix Rodríguez de la Fuente, aprovechando la orografía misma. A mí me ha retratado con un poder, una firmeza, un cófio y un lírico dolor de cabeza que prenuncia ya no sé qué cabeza escultórica, de granito, que uno, gracias a Dios, nunca merecerá ni desmerecerá.

-Las abejas de la finca, Paquito, pues ya ves, resulta que hay un insecto, un tipo de mariposa que se pone en la puerta de la colmena y se lo come todo: la miel, las abejas, todo. No me queda nada.

Se ha retirado aquí como Rimbaud se retiró a las Árdenas. Vivimos a unos cuantos árboles de distancia, ya digo. Sólo que Rimbaud no tenía un parque móvil completo, con Rolls y Mercedes.

La cama de agua, mármol, música y vegetación, que un día expusiera en Madrid, cama en la que duerme a diario (con una escopeta en la alfombra, muy a mano), y por la que es leyenda que han pasado muchas damas de Madrid y algunas mozas del pueblo. O a la inversa.

-¿Por qué tantos animales en tu obra, por qué no hombres y mujeres?

-El hombre y la mujer son más aburridos, son siempre igual. Hay especies más variadas. Desde la línea limpia y pura del pez hasta la línea rugosa y misteriosa del elefante. Quizá el hombre sólo sea una repetición monótona. Una vez tuve que hacer toros, muchos toros, y al tercer o cuarto ya estaba aburrido. Empecé a inventar toros que no existen y a divertirme. Los animales le permiten a uno inventar otros animales. Las personas, no. Yo he hecho, por ejemplo, un pájaro con una calavera de caballo.

La araña extiende su red, su hilo, su trama y su trampa, como todos los anocheceres. Y todos los anocheceres, Otero Besteiro sale con su linterna a vigilar, a aprender la estrategia de la araña. "En invierno me parece que se mueren de frío". Ama tanto a los animales (habiendo sido un artista mondain) que, fatalmente, vive con un corazón de ternera. Yo he visto el suyo, en un frasco, todo de calcificaciones, como si le hubieran salido dientes, los espantosos dientes del corazón de fábula que quiere morder una vida por dentro del pecho.

-Sentado en una silla, Paquito. viendo venir la muerte.

Y una astronomía de membrillos en tomo de su cabeza, el invierno pasado. Alguien dijo que, a cierta edad, el hombre se entiende mejor con los animales que con otros hombres. Yo he enseñado a Otero a amar los gatos y él me ha enseñado eso de que "el hombre sólo es un perro que habla más" tiene cantera en su pueblo, para obtener de ella pájaros inventados, dulces y recias mitologías animales. Fue el escultor de moda, cuando Pueblo sacaba una entrevista con él todas las tardes. Es el Mateo Hernández de los 60/70. ¿Cordero o ternera? No sé. Unas válvulas de bicho le funcionan por dentro.

-Lo malo fueron las abejas, que no han vuelto a fabricarme más miel en la persiana. .

-Sí, eso fue lo malo. Con las «abejas nunca se sabe.

Pero es el anochecer y van saliendo al jardín el pájaro que sostiene una pesada bola en largo pico, el unicornio que se mira el cuerno, el hipopótamo/esfinge de la piscina, los puñeteros mosquitos, el gato de cuerpo interminable, la araña con sus hilanderías, y el loro, el loro, vivo, violento y rojo: "¡Hola, Otero! ¡Otero guapo, Otero inteligente, Otero...

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