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Reportaje:

La extraña diplomacia del coronel Gadafi

Los Gobiernos occidentales quieren terminar con la anómala situación de las embajadas libias

Soledad Gallego-Díaz

El incidente de la embajada libia en Londres, desde donde se disparó, el pasado día 17, contra una pequeña y pacífica manifestación, puede hacer que algunos Gobiernos occidentales recapaciten y exijan de una vez al líder libio que defina el papel y la situación de sus peculiares representaciones diplomáticas denominadas oficinas populares.

Las relaciones de Gadafi con el terrorismo internacional, que han sido incluso objeto de una novela de Dominique Lapierre y Larry Collins, son aceptadas por prácticamente todos los servicios de información occidentales, pero hasta ahora no han sido hechos públicos los documentos que lo prueben Por el contrario, sus actividades contra los disidentes de su propio país están de sobra documentadas. La primera campaña contra los opositores de Gadafi refugiados en Europa se produjo en 1980. En abril de aquel año un periodista líbio, Mustafa Ramadan, autor de un panfleto contra el régimen de Trípoli, cayó asesinado a tiros en la escalera de la mezquita de Londres. Dos semanas más tarde corrió la misma suerte el abogado Mahinoud Mafa, que recibió un tiro en la cabeza cuando salía de su oficina, en Kensington. Oficialmente fueron inculpados de ambos asesinatos tres estudiantes revolucionanos que cumplen todavía condenas en una cárcel londinense.

Ya estaba claro que la campaña había salido de la propia embajada. Sin explicar los motivos, el Gobierno británico declaró personas no gratas a ocho miembros del personal de la representación diplomática libia. Incidentes similares ocurrieron en París y en la República Federal de Alemania.

Toma de embajadas

La situación pareció calmarse durante los dos años siguientes. Gadafi estaba absorbido por problemas internos que nada tenían que ver con los disidentes: el descenso del precio del petróleo, que constituye casi la única fuente de recursos de Libia, y los acontecimientos en África del Norte, y más concretamente en el Chad, donde el líder libio apoya abiertamente a los rebeldes, en oposición al Gobierno central, sostenido por Francia.

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En febrero de 1983 la persecución de los oponentes al régimen volvió a presentarse como un objetivo prioritario. El Congreso General del Pueblo, equivalente a una asamblea popular, emitió un Comunicado sorprendente en el que se invitaba a "liquidar a los enemigos del pueblo y de la revolución". Se creó un misterioso cargo, ministro de la Seguridad Externa, adjudicado al coronel Yunis Bilhagazim, y se organizó la toma de las embajadas por pretendidos estudiantes revolucionarios. De los cuatro ayudantes de Bilhagazim, uno había sido deportado de Londres y otro expulsado de Francia.

A principios de este año el Gobierno de Trípoli anunció a las autoridades británicas que ya no le representaba el hasta entonces encargado de negocios y que se había hecho cargo de la oficina popular un comité de cuatro estudiantes. El Foreign Office reclamó repetidamente al Ministerio de Asuntos Exteriores libio que aclarara la situación del personal de la embajada, pero nunca recibió una respuesta satisfactoria. Uno de los cuatro miembros del comité, Omar Sodani -hijo de pobrísimos pastores, doctorado en Medicina gracias a las becas de Gadafi-, actuó de portavoz en una conferencia de prensa y acusó al Reino Unido de convertirse en el centro de la conspiración antilibia. Aun así, las autoridades británicas no reaccionaron.

Fueron los disidentes refugiados en el Reino Unido quienes dieron la voz de alarma. Según el portavoz de uno de estos grupos, la embajada había organizado un departamento de 60 activistas que vigilaban la colonia libia. Trípoli había organizado también, siempre según dichas fuentes, dos comandos encargados de asesinar en Europa a los miembros más significados de la oposición. Los comandos estaban controlados por la Embajada de Madrid. Las acusaciones, desmentidas por los portavoces del Gobierno libio en la capital española y en Roma, cobraron ciertos visos de credibilidad cuando el 10 de marzo fueron descubiertas en Londres cinco bombas, una de las cuales llegó a estallar y causó 23 heridos en un night club frecuentado por disidentes libios. Una vez más, la reacción oficial británica fue moderada: expulsar a varios miembros del personal de la embajada y advertir a Trípoli que no estaba dispuesto a que las calles londinenses se convirtieran en campos de batalla para grupos libios enfrentados.

Poner coto al beduino

Sólo cuando los disparos efectuados desde la embajada el pasado día 17 causaron la muerte de una joven policía inglesa, Londres consideró que el vaso se había rebasado. Entonces sí, las autoridades británicas exigieron la entrega del culpable y, al no conseguirlo, rompieron las relaciones diplomáticas. Es la primera vez que un país de Europa occidental decide poner coto a las actividades de Gadafi, en territorio extranjero. Bien es verdad que hasta ahora Muamar el Gadafi, -que es ciertamente el beduino hijo de nómadas que fue a la escuela coránica por primera vez cuando tenía 15 años, pero que no está loco- ha llevado su apoyo a causas polémicas más allá de lo permitido para no poner en peligro la propia seguridad de su régimen.

El incidente británico, acogido con alborozo por Washington, que había roto las relaciones previamente y que intentaba aislar al líder libio de Europa, puede congelar las ya frías relaciones de Gadafi con Occidente.

El régimen libio sólo mantiene buenas relaciones con Italia, tal vez debido a sus grandes inversiones económicas en aquel país. Trípoli controla un paquete minoritario, pero significativo, de las acciones de Fiat y ha colocado importantes sumas de dinero en varias compañías de Sicilia y del sur de Italia. El Gobierno italiano, por su parte, ha logrado mantenerse al margen de sus batallas internas. En 1980 dos libios fueron tiroteados en pleno centro de Roma, pero los incidentes no volvieron a repetirse, y eso pese a que el Gobierno italiano es uno de los pocos que no ha expulsado a diplomáticos libios.

'Ejércitos de liberación'

Gadafi no mantiene tampoco buenas relaciones dentro de la comunidad árabe. Todos sus intentos para exportar su revolución (mezcla de islamismo, socialismo y de las propias ideas revolucionarias del líder libio, plasmadas en el Libro Verde) han fracasado. Gadafi intentó una federación con Egipto y con Sudán, después con Siria y más tarde con Tunicia. Las tres acabaron mal. Sadat envió su ejército a la frontera y Burguiba tuvo que sofocar una rebelión pagada por Trípoli en la ciudad de Gafsa.

El líder libio ha negado siempre su implicación directa en todos estos incidentes y conflictos, como también el que su régimen financie movimientos terroristas europeos. Sin embargo, los comités revolucionarios, que juegan un papel importante en el reparto del poder en Libia y que son creación personal de Gadafi, han calificado a muchos de estos movimientos de ejércitos de liberación y han amenazado públicamente con prestarles todo tipo de ayuda. La ruptura de relaciones con el Reino Unido puede acarrear a Gadafi problemas en sus tensas relaciones con la CEE. Londres planteará sin duda lo sucedido en la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de los diez, prevista para el próximo día 21 de mayo.

Sin embargo, al reclamar la solidaridad de la CEE, aunque sea verbal, el Gobierno británico aumentará la presión sobre Trípoli y conseguirá, que se vuelva a plantear en Europa la necesidad de una legislación antiterrorista común. Hasta ahora la CEE ha sido incapaz de Regar a un acuerdo a este respecto, pero incidentes como el de la oficina popular libia pueden ayudar a recorrer el camino que les separa.

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