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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Continuismo en el Este

LA REUNIÓN de Budapest del Pacto de Varsovia no ha aportado pasos decisivos en el camino de la reducción de tensiones mundiales. Era previsible a juzgar por las respuestas negativas que había dado la URSS a las últimas propuestas occidentales respecto al desarme: el protocolo presentado en Ginebra (Conferencia de Desarme de las Naciones Unidas) por el vicepresidente norteamericano, George Bush, contra la guerra química y bacteriológica, y la proposición que ha hecho la OTAN en Viena (Conferencia para la Reducción Mutua y Equilibrada de Tropas en Europa) sobre recuento y retirada simultánea de soldados de las dos superpotencias. Ambas han sido calificadas de propagandísticas y de absolutamente inaceptables por los soviéticos y no han merecido una contestación concreta por los representantes del Pacto. Incidentalmente, merece la pena señalar que, con respecto a la guerra química, y a propósito de esta última propuesta, se ha asegurado que en los arsenales hay material suficiente para acabar 400 veces con toda la vida de la superficie terrestre. Aunque se haya exagerado grotescamente en 399 veces, con la primera de ellas sería suficiente.Después de dos días de reuniones en la capital húngara, los ministros de Asuntos Exteriores del bloque soviético han elaborado un comunicado casi de compromiso (véase EL PAIS del 22 de abril), en el que insisten en la retirada de los euromisiles de los países de la OTAN como paso previo a un desbloqueo del diálogo Este-Oeste. La alusión en el comunicado a "su firme convicción de que no hay cuestión que no sea solucionable por medio de negociaciones", se inscribe en la política tradicional de la URSS de mantener en lo posible abiertos todos los foros de diálogo -en este sentido, su retirada de Ginebra supone una excepción-. Puede que, en parte, esta actitud soviética responda a las intenciones maniobreras que le atribuye la propaganda adversa, a fin de ponerse a la cabeza de los pacifismos y procurar la división de Occidente. Pero, sobre todo, se debe a una necesidad perentoria: la sociedad soviética, con o sin razón, se siente cercada, y su precario equilibrio económico resiste cada vez peor la escalada de tensión en el mundo. La propia moderación del comunicado de Budapest hace suponer, no obstante, que los ministros del Pacto de Varsovia, y en última instancia la URSS de Chernenko, no quieren contribuir a este aumento de tensiones en el corto plazo, pero prefieren esperar a los resultados de las elecciones norteamericanas antes de revisar su actitud frente al desarme. Hay que decir que las presiones que realizan los aliados de Washington para que EE UU acepte bases de negociación más viables en el terreno del desarme, tampoco tienen previsiblemente oportunidad de ser escuchadas hasta después de noviembre, con lo que puede vaticinarse un impasse de la situación durante algunos meses.

La reunión de Budapest tampoco ha servido para iluminar los eventuales nuevos caminos del Kremlin después del relevo de Andropov por Chemenko. Las declaraciones de Gromiko, con motivo de la reunión, se inscriben en una línea de continuismo ya conocida. En definitiva, un encuentro de trámite y una ocasión más perdida para comenzar un proceso de diálogo que permita poner fin, o al menos algún límite, a la carrera de armamentos.

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