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Michael Bettaney, el espía que se parecía a Smiley

Ha sido condenado a 23 años de prisión por facilitar información a la Unión Soviética

Soledad Gallego-Díaz

Michael Bettaney era un espía británico que se había ganado entre sus compañeros del M 15 el apodo de Smiley, el popular personaje de John Le Carré. Como George Smiley, Bettaney es un experto en Shakespeare y en literatura alemana, algo regordete, serio y con escrúpulos morales. Por eso el M 15 se quedó perplejo cuando supo que su reconcentrado agente espiaba a favor de la Unión Soviética.

El caso Bettaney pasará a los nutridos anales del espionaje inglés como una historia insólita, digna de una novela. Bettaney no espiaba por dinero, ni tan siquiera por simpatía hacia la Unión Soviética. Lo hacía porque se sentía asqueado de la política exterior británica y porque creía que ayudando a Moscú alejaba el peligro de una tercera guerra mundial.Cuando Michael Bettaney, procedente de la clase media, pero licenciado por Oxford, ingresó en el M 15, su ficha parecía inmaculada: convertido al catolicismo en su adolescencia, era un hombre con profundas creencias religiosas que había tenido una relación ligera y superficial con un pequeño grupo nazi, tal vez más por su interés en la historia de Alemania que por compatibilidad ideológica. Como agente del espionaje británico pasó tres años en Irlanda del Norte, e hizo un buen trabajo. Sin embargo, no fue promocionado inmediatamente porque había protagonizado dos sonoras borracheras. Pensó entonces convertirse en un sacerdote católico, pero renunció cuando sus jefes le trasladaron a una de las secciones más ambicionadas del M 15, la Rama K, especializada en la Unión Soviética.

Bettaney se compró un sombrero de piel estilo Moscú, un manual para aprender ruso, libros sobre la cultura y arte soviéticos y se convirtió en uno de los mejores expertos de su sección. Sus compañeros afirman que tiene una enorme capacidad de análisis, es punzante e inteligente. Sin embargo, su carácter, demasiado irónico, le convirtió en un hombre con pocos amigos: "Sus jefes", escribe Nick Davies, "sentían una especie de falta de respeto por su parte, sin que pudieran concretarla en nada".

Michael Bettaney, que cuenta actualmente 34 años, se había ido convirtiendo poco a poco al socialismo. Incluso llegó a militar en el partido laborista, aunque por pocos meses. Desde su privilegiado puesto de observación, Michael Bettaney llegó a la conclusión de que británicos y norteamericanos intentaban una operación contra la URSS y se dispuso a desbaratarla por sus propios medios. En una nota hecha pública tras su juicio, Bettaney, que no está arrepentido, afirmó: "No soy un traidor porque defiendo los derechos del pueblo británico. Su supremo derecho es disfrutar de la paz y está siendo traicionado, en su país y en el extranjero, por un Gobierno que fue elegido para servirle".

Bettaney no llegó a pasar toda la información que poseía a la Embajada soviética por culpa de un fallo de los sistemas de seguridad rusos. El M15 hubiera preferido llevar el caso, como es habitual, en secreto y sin juicios públicos, pero las órdenes de Margaret Thatcher fueron tajantes. Bettaney tenía que comparecer ante un tribunal.

El juicio tuvo que celebrarse a puerta cerrada y sus abogados no tuvieron derecho a solicitar gran parte de sus pruebas. Ahora han recurrido ante el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos alegando indefensión. Eso no es todo. Bettaney tiene que cumplir 23 años de cárcel: no puede estar tanto tiempo incomunicado, pero tampoco puede relacionarse con los demás presos, porque podría contarles todo lo que sabe.

Bettaney, con cara de niño empollón, raya al lado e impecablemente vestido de traje oscuro y corbata, aprovechó su última comparecencia en público para reiterar su confianza "en una victoria que es históricamente inevitable". "Dios santo", afirmó un miembro de la comisión de seguridad, "¿qué ha podido llevar a este hombre a hacer, lo que ha hecho? Supongo que es un caso digno de una investigación cuidadosa".

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