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Encarnación Lorenzo, con una mano rota por su marido, teme recibir un día "un mal golpe"

El temor de Encarnación Lorenzo es que algún día su marido le dé "un mal golpe" y la deje "en el sitio". Es un terror compartido por muchas otras mujeres, pero Encarnación, 30 años, 23.000 pesetas de ingresos mensuales como asistenta, y madre de tres hijos a los que su marido utilizó para mendigar por las calles, ha decidido que la situación debe acabar, aunque no sepa muy bien cómo. Después de ser agredida con una cacerola y gravemente lesionada por negarse a lavar la ropa de su marido a las dos de la madrugada, Encarnación puso su caso en manos de la policía. El marido, José Luis Damiani, de 30 años, pasó tres días en un calabozo y luego volvió al domicilio conyugal.

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Inmediatamente después de ser liberado, Damiani expulsó de la vivienda, de forma violenta, a Concepción, la hermana de su mujer, y a su marido, un inválido llamado José Luis Muñoz. Ambos carecen de trabajo, domicilio y dinero, e ingresaron en dos albergues de caridad madrileños. Tal es la tensión que se registra en los últimos días entre marido y mujer que Encarnación Lorenzo ha dormido alguna noche en parques públicos.A los policías de la comisaría de Fuencarral el que un marido golpee a su mujer les parece un suceso tan cotidiano como el robo de una Vespino o el tirón al bolso de una anciana. En el distrito no hay día en que no ocurra algo semejante.

A las dos y pico de la madrugada del día de autos, en el domicilio conyugal del matrimonio Damiani, situado en la calle de Molins de Rey, dormían Encarnación, su hermana y el marido de ésta. Los tres hijos de la pareja, José, Javier y Carlos, de siete seis y cuatro años de edad, respectivamente, pernoctaban en el centro escolar benéfico donde permanecen internados en régimen de pensión completa los días laborables. Jose Luis Damiani llegó a casa en estado de ebriedad, según su esposa.

"Me despertó y me dijo que le lavara la ropa", relata Encarnación. "Yo le contesté que era muy tarde para ponerse a hacer ruido con ese cacharro de lavadora que tenemos, pero insistió. Entonces le respondí que si tenía dinero para beber también lo tenía para comprar jabón". Fue en ese momento cuando José Luis cogió una cacerola, vació su contenido contra el techo y empezó a golpear con ella a su mujer.

"Yo no me quedé quieta. Quise coger algo con que detenerle la estufa, la radio, lo que fuera. Al final agarré un candelabro quise darle en la cabeza, pero levantó el brazo y le di en el codo" Despertados los hermanos de Encarnación y los vecinos, alertada la policía, el asunto terminó en comisaría. Mientras que las lesiones de José Luis fueron leves, Encarnación terminó con varios huesos de la mano izquierda fracturados, lo que la incapacita para limpiar el piso donde se ganaba 23.000 pesetas al mes. El hombre fue puesto a disposición judicial y pasó tres días en los calabozos.

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Y sin embargo hubo un tiempo en que Encarnación estuvo enamorada de su marido. "Yo me casé porque estaba embarazada, pero también porque entonces quería muchísimo a José Luis, para qué voy a decir otra cosa". Eso ocurrió hace siete años. Encarnación, nacida hace 30 años en el seno de una familia de labradores leoneses, trasladada a Madrid en su infancia, trabajaba como empleada de hogar, el único oficio que, sin otros estudios que los primarios, ha podido desempeñar. José Luis, madrileño, apenas conocedor de los principios básicos de la lectura y la escritura, trabajaba en una colchonería, pero le duró poco. Luego hizo pozos, fue camarero y repartidor de butano. Desde hace cuatro años no trabaja.

Después de vivir cinco años en una casa abandonada y en ruina, el Ministerio de la Vivienda concedió a Encarnación Lorenzo el piso de la calle de Molins de Rey. Ahora esa vivienda, habitada tan sólo desde hace dos años, tiene las puertas medio rotas a patadas, las paredes decoradas con marcas de suelas, fotos de los niños y un calendario del papa Juan Pablo II, y los cuatro muebles baratos desvencijados. Allí se masca el miedo. El que tiene Encarnación a que, mientras habla con el periodista, entre su marido, ya liberado, y "arme la de Dios". "Aunque el piso esté a mi nombre prefiero dejarlo y vivir bajo el puente con tal de tener tranquilidad. Estoy harta".

Encarnación tiene pelo negro, ojos castaños, mandíbula enérgica y la mano izquierda escayolada. Es una mujer avejentada, pero decidida a sacar adelante a sus hijos, aunque "ha habido veces que he pensado coger unas cuchillas de afeitar y acabar con todo". Su matrimonio empezó a ir mal, recuerda, cuando, viviendo en una chabola de la carretera de Canillas, José Luis fue despedido de su puesto de repartidor de butano.

José Luis se aficionó entonces a la bebida y al juego, según su mujer, y se dedicó a mendigar frente a El Corte Inglés de los Nuevos Ministerios. "Se llevaba a los tres críos, ponía una pancarta y se sacaba sus pesetas, a veces 5.000 al día. Pero la mayoría del dinero se lo gastaba él". Un día, cuando Encarnación estaba visiblemente embarazada de su tercer hijo, el marido le dio una patada en el estómago, afirma ella.

Hace tres años, Encarnación Lorenzo, harta de palizas, presentó en un juzgado de familia de Madrid solicitud de separación conyugal. La denuncia la formuló una abogada de oficio. Pero nunca volvió al juzgado ni atendió a sus requerimientos. Ahora quiere reemprender el proceso, pero no sabe muy bien cómo. Y al final, la petición mil veces escuchada en mujeres agredidas: "Mi marido está enfermo, que lo lleven a algún sitio y lo cuiden allí. Yo ya no puedo hacerlo".

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