Brasil, al encuentro de la democracia
MIENTRAS EL presidente Figueiredo llegaba a España hace tres días en visita oficial, una multitud gigantesca, después de manifestaciones igualmente masivas en otras ciudades, pedía en Río de Janeiro que las próximas elecciones presidenciales se hicieran por sufragio universal directo como garantía de democratización. En sus declaraciones, no contradice el presidente -general de Caballería- la voluntad democrática, e incluso la proclama necesaria para el conjunto de América Latina. Se coloca sin embargo en una actitud contradictoria: para el futuro acepta que la elección del presidente tendrá que ser por sufragio universal; pero esta vez insiste en una elección por un colegio restringido que puede permitir, en la práctica, la designación de un presidente por el equipo que actualmente detenta el poder.Brasil perdió su democracia hace 20 años, cuando el régimen del presidente Goulart fue asaltado por el general Castelo Branco; la dictadura militar se institucionalizó, y surgieron varios terrores paralelos -escuadrones de la muerte, manos negras, policías, represiones de Estado- Durante años se gobernó de esta forma hasta que comenzaron a soplar vientos reformistas, causados por una depauperación económica sin límites -deuda exterior e inflación insoportables- y una situación social de enormes desproporciones, desde las hambrunas del Norte -agravadas por la sequía- hasta el despilfarro de Río. Las reformas políticas son concesiones ante una presión popular y una reconstrucción de la oposición, cuyos dos partidos principales -el Popular (centrista) y el Movimiento Democrático (de centro-izquierda)- se unificaron en febrero de 1982. Después de las elecciones de noviembre de ese año -en las que por primera vez se eligieron por sufragio directo los gobernadores de los Estados-, los partidos gubernamentales se unificaron a su vez para mantener el dominio de la Cámara.
De la legislatura iniciada entonces se deriva un colegio electoral para la elección restrictiva del presidente de la República, que deberá celebrarse a finales de este año; pero el miércoles 25 de este mes, la Cámara tendrá que votar una enmienda presentada por la oposición, por la cual se disolvería ese colegio restringido de compromisarios y se convocarían elecciones presidenciales directas. Aunque el general Figueiredo manifiesta repetidamente su voluntad de marcharse -va a cumplir 67 años-, defiende también la institución colegial: trata de que su sucesión no se produzca en una elección libre y abierta, que podría dar el poder a un civil, y con bastante probabilidad al gobernador socialdemócrata de Río, Luis Brizola. Ante esta perspectiva, los sectores militares que siguen gobernando intentan oponer una resistencia cada vez menos racional, una vez que han tenido que aceptar la incorporación de Brasil a una corriente democratizadora que crece en América latina. Sus argumentos son conocidos: un país tan extenso, tan poblado y tan diverso necesita un régimen fuerte. La oposición, mientras tanto, está preocupada por dar un mayor crédito al federalismo -muy limitado por los militares-, y obtener una mayor representatividad de la Cámara y una nueva forma de administrar el país para sacarlo de su bancarrota, pues la Administración autoritaria no sólo no detuvo la sangría económica anterior, sino que la ha perpetuado.
Los viajes presidenciales de Figueiredo, muy frecuentes, como el que ahora le trajo a España después de haber visitado Marruecos, tienen por objeto solicitar moratorias, aplazar pagos y continuar tratados comerciales; la discusión con España -que han conducido los ministros de Agricultura y Economía amén del de Asuntos Exteriores- se centra sobre la imposibilidad de cumplir la demanda española de que Brasil nos compre más: nuestra relación comercial está ahora en proporción de seis a uno a favor de Brasil, que restringe al máximo sus adquisiciones en el extranjero. Se ha tratado igualmente de fomentar las inversiones de capital español allí, retraídas por el miedo a la bancarrota.
En el terreno político, el avance de Brasil hacia la democracia parece irreversible, y el Rey de España ha dado un nuevo impulso y aliento a los planes de reforma en sus discursos ante el presidente Figueiredo. La democracia por sí misma no solucionará los gravísimos problemas económicos, pero solo en su marco estos tendrán respuesta. Por eso es irracional el intento de los militares brasileños de posponer la elección por sufragio universal del presidente. A este respecto bien vale como ejemplo la anécdota que el vicepresidente argentino, de visita oficial también en España, coincidiendo con la de Figueiredo, contara del que fue ocupante de la Casa Rosada, Artuto Illia. Cuando le reclamaron una ley que impulsara el crecimiento y el desarrollo económico en la Argentina, espetó: "Esta es nuestra mejor ley para la economía", mientras blandía un ejemplar de la Constitución.
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