Señales de humo
No necesito leer los periódicos, escuchar la radio, ver los telediarios o escudriñar el rostro de Felipe González para saber cómo va la reconversión industrial. Mi método para conocer el estado de ánimo de los inoxidables hombres del acero es mucho más primitivo. Es un procedimiento comanche. Me basta con mirar todas las mañanas hacia el oeste de la ciudad, por donde asoman las chimeneas de Ensidesa y las grúas de los astilleros gijoneses. Busco señales de humo.Si entre las bocanadas espesas y blancas que salen de las entrañas de los altos hornos y los vapores ocres de las coladas descubro una fumata negra y olorosa que espanta a las gaviotas industrializadas, es que estalló la paciencia de los reconvertibles. Se trata del humo de la ira que emiten los neumáticos quemados en señal de protesta por la lenta agonía del acero.
Es una forma de lucha inédita en los anales del movimiento obrero. Devaluadas las huelgas, los encierros, las manifestaciones, las pintadas y demás formas tradicionales de expresión sindical, surgen en el confuso horizonte de la ciudad declinante las señales de humo neumático.
Pocas veces el mensaje obrero fue más ajustado a sus deseos laborales. Ante el temor de que las altas chimeneas del acero fatigado dejen de interpretar sus viejos conciertos vaporosos, los comanches siderúrgicos levantan columnas de un humo negro, ligero y penetrante, que por el momento logra eclipsar los humos cada vez menos altivos de la industria pesada.
Ya conocemos la enorme factura siderúrgica y resultan ¡nocultables las estadísticas rojas y dramáticas de esos gigantes monumentos del barroco industrial. Está escrito -escrito en el BOE- que la maleza invadirá lentamente el interior de los altos hornos y que la yedra trepará por el interior de las grúas y estrangulará las chimeneas. Esas fumatas negras y desesperadas también anuncian el fin de una era económica. Incluso el fin de toda una civilización. Pero la pregunta simple que se hacen mis amigos los comanches todavía no tiene respuesta en este país. Y después del acero, qué.
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