Crisis en Israel
LA DISOLUCIÓN del Parlamento israelí (Knesset) está creando ¡unas expectativas nuevas en la situación de Oriente Próximo. Se tiende a examinar los problemas de esa parte del mundo como si las diversas políticas árabes fuesen factores variables y, en cambio, la posición de Israel fuese una constante anclada en la negativa al diálogo, en la intransigencia, en una confianza obstinada en la superioridad militar y en la ayuda de Estados Unidos. Pero la disolución del Knesset no es una simple anécdota parlamentaria y abre nuevas posibilidades en el horizonte de los problemas de Oriente Próximo.Las causas del desgaste del Gobierno Shamir son de diversa índole, y las de tipo económico han desempeñado a todas luces un papel esencial: la inflación alcanza el 225% anual. Pero limitarse a los aspectos económicos sería dejar de lado el rasgo más importante y significativo de la actual crisis: la guerra del Líbano ha representado el primer gran fracaso sufrido por Israel en toda su historia y en su política internacional y militar. En los primeros días esa guerra se presentó como un paseo militar hasta Beirut, pero muy pronto se puso en evidencia que se estaba convirtiendo en un verdadero desastre. El principal responsable de la agresión, el ministro de Defensa de entonces, Sharon, fue eliminado del Gobierno por su complicidad en las matanzas de Chatila. Poco después, Beguin, que tenía un carisma indudable dentro de los sectores más intransigentes de la población, dimitió. Shamir tuvo que cargar, sin el carisma del anterior, con una política hipotecada ya por reiterados fracasos. Ahora, perdida la batalla en el Parlamento, tendrá que presentarse ante los electores con una gran incertidumbre sobre sus posibilidades de mantenerse en el poder.
La sacudida que la guerra de Líbano ha provocado en la sociedad israelí ha sido de una profundidad considerable. La impopularidad de la presencia de las tropas israelíes en Líbano ha alcanzado a todas las esferas de la población, e incluso dentro del Ejército grupos de soldados y oficiales han protestado contra esa política y han sufrido encarcelamientos por esa causa. Como lo ha explicado admirablemente Jacobo Timermann en su libro Israel: la guerra más larga, una parte de la sociedad israelí ha visto en esa guerra la negación de sus convicciones más íntimas, de la propia razón de ser de Israel y un estímulo para buscar nuevos caminos para lograr un entendimiento con los palestinos, unas relaciones pacíficas con el mundo árabe. Por eso las futuras elecciones no serán en ningún caso unas elecciones más. En ellas se pondrá en discusión una larga línea estratégica, que pareció victoriosa en los primeros años pero que ha hecho crisis con el fracaso sufrido en Líbano. El Partido Laborista, encabezado por Shimon Peres, es considerado por los últimos sondeos como el vencedor probable, en el caso de que las elecciones se celebrasen en un plazo relativamente breve, por ejemplo antes del verano. Por eso mismo el Gobierno Shamir se está esforzando por alargar el plazo hasta el otoño, con la esperanza de poder cotizar ante los electores algunas mejoras económicas, por pasajeras que sean. El Partido Laborista no ha asumido una posición favorable al diálogo con los palestinos, pero no cabe duda de que su eventual triunfo electoral pondría coto a las intransigencias de la etapa Beguin-Shamir, superaría una visión puramente militar de la seguridad e incluso su posición contraria a los asentamientos judíos en Cisjordania levantaría un obstáculo fundamental en la vía de la solución que la OLP y el rey de Jordania han estudiado en sus recientes conversaciones, en el sentido de preparar un Estado palestino.
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