Sabios
Ahora que todos somos un poco más listos -y, a lo peor, también más cobardes, y seguramente hasta nos hemos habituado a ello-, porque hemos visto El día después, a punto estamos de penetrar en los abismos profundos de la sabiduría gracias a que los profesionales de lo hermético empiezan a reunirse, hechos unos profetas, y se proponen explicarnos el milenio, que es tanto como elucidarnos el futuro.Eso es lo que necesitamos. Una explicación y distancia. Una explicación general que nos ayude a soslayar las aclaraciones pequeñas que tal vez nos empujarían a entendernos pero sembrarían en nosotros la confusión, la constatación del caos, un caos infinitamente más rico y temible que el de los famosos tres ceros marchando, echando el bofe detrás de nuestra historia colectiva.
La distancia, que es eso que uno se pone entre la piel y la emoción para evitar las convulsiones, serviría además para imbuirnos de un probo tono doctoral que podríamos aplicar en todo momento, lo mismo ante la aparición de la gangrena que frente al inesperado florecer de una gardenia entre las piernas. Con una explicación adecuadamente distante, uno puede convencerse con facilidad de que el tren que desaparece en la lejanía no se pierde por única vez; su escamoteo inusitado forma parte del plan general de ferrocarriles, no de nuestra desidia o nuestro miedo.
Así puede uno convertirse en editorialista de su propia pasión, que debe ser el colmo de la felicidad para quien necesite sólo de explícaciones para colmarse.
Pero preguntadle a cualquiera por qué caminamos tan deprisa, aun sabiendo que disponemos de poco tiempo, o por qué lo que nosotros vivimos como una sonrisa es para los demás una boca entreabierta mostrando parte de veintiocho dientes, o qué ocurre con uno cuando acepta el desafío de no ser nadie más. Lo sabemos todo sobre armas nucleares, hecatombes e inminentes invasiones cibernéticas, y lo ignoramos todo acerca de la vivacidad del deseo.
Ni sabios ni doctores se han atrevido todavía, que yo sepa, a enfrentarse con esas preguntas. Y es que el día que lo hagan se dedicarán a vivir su vida. Y dejarán de aparecérsenos en los periódicos.
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