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La fiesta se regenera

Plaza de Valencia. 17 de marzo. Cuarta corrida fallera.Cuatro toros de Salvador Domecq, correctos de presencia, que dieron juego: primero de Los Guateles, bravo; quinto sobrero de Torrealta, con trapío y encastado.

Paquirri. Estocada corta (pitos). Dos pinchazos y estocada corta desprendida; la presidencia le perdonó un aviso (vuelta). Luis Francisco Esplá. Estocada corta (petición y vuelta). Estocada delantera y descabello (oreja). El Soro. Media estocada caida (silencio). Estocada y descabello (oreja).

La corrida salió bien puesta, aparentemente limpia de pitones, enteriza, en algunos casos fuerte, y con ella se regeneraba la fiesta. La imagen lamentable de la corrida televisada el pasado viernes, con aquellos toros inútiles que rodaban por la arena, pudo recomponerse ayer en la plaza de Valencia abarrotada de un público que vibró con el espectáculo y salió feliz.Pudo recomponerse incluso en el tercermundista incidente del espontáneo, pues lo mismo que ocurrió en la corrida televisada, ayer apareció otro, cuyo villano propósito era mantear al quinto, que habían devuelto al corral por cojo Pero Luis Francisco Esplá se lo impidió, primero encelando al toro a cuerpo limpio, luego atrapando al intruso y obligándole a meterse en el callejón. Se le aplaudió el gesto y queda anotada la absoluta inhibición de las restantes cuadrillas, incluido el director de lidia -Paquirri, le llaman- que delegó su irrenunciable obligación demandar en el ruedo. La autoridad debe castigarle a escribir cien veces el artículo del reglamento que contiene esta norma.

El sobrero que salió en lugar del cojo fue un toro con toda la barba, bien armado y duro de pezuña. Un toro de casta e íntegro, para torearlo y entenderlo. El público asistió a su lidia con atención creciente, pues en los lances de la arena se aunaban la emoción del toro y el interés de la buena técnica que Esplá aplicaba a su dominio.

No hubo en toda la faena del diestro alicantino ningún ribete de arte pero, planteada en los medios, ajustada a los terrenos y a las distancias que las características del toro requerían, se sucedían, en cambio, importantes recursos de diestro conocedor de la lidia y sus suertes, entre las que Esplá intercalaba, en ligazón, remates de repertorio, como afarolados, ayudados, trincheras, cambios de mano mas los clásicos pases de pecho. El último remate cuadraba al toro y, sin solución de continuidad, ejecutaba el volapié.

Esplá, que entusiasmó al público valenciano, había hecho una faena de libro, de esas que conviene analizar y seguramente también aprender. Antes, en ese y otros toros, había intervenido en quites, a los que aplicó también repertorio que se traducían en chicuelinas, faroles o tijerillas, y siempre ocupó en el ruedo el lugar que le correspondía, más el que correspondía a Paquirri, porque este coletudo olvidaba las funciones que le eran propias como cabeza de cartel.

Al segundo de la tarde, Esplá le realizó una faena sosa, de pase cortos, cuya calidad estaba muy por debajo de la nobleza del animal. Lo mismo hizo Paquirri el cual, a la manejabilidad de sus enemigos, daba la réplica de una vulgaridad artesana. En el que abrió plaza, un bravo y fuerte ejemplar de Los Guateles, hasta le Regaron a pitar. En el cuarto, en cambio, como había dado la larga cambiada, encandiló a la gente en banderillas, empezó la faena arrodillado y así la terminó, consiguió ganarse las simpatías del público.

Este fenómeno se repitió con El Soro. A su primero, que era un manso de solemnidad querencioso a tablas, no pudo hacerle faena, más al sexto, muy bollante, lo recibió a porta gayola, le prendió cuatro pares de banderillas haciendo piernas por el diámetro del redondel, le instrumentó una faena tan desaliñada como hinstriónica, continuamente jaleada, y lo mató con brevedad. Para que quería mas aquel graderío, repleto y en ebullición. El Soro se reafirmaba ídolo de la afición valenciana, con lo cual uno de los mas importantes objetivos que había llevado el público a la plaza quedaba cumplido.

La corrida resultó, en conjunto, un éxito. La gente salía de la plaza feliz, tanto por los trofeos concedidos como por el interés constante que tuvo la lidia de los seis toros. Toros limpios de pitones, enterizos, que empezaron a regenerar la fiesta.

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