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Reportaje:Viaje

La Conca del Barberà

Los campos son rojos, casi sanguíneos, cubiertos de viñedos. Cada vez más cerca se alzan las montañas de Prades, cambiantes con el transcurso del Sol, oscuras y agigantadas, moles informes al mediodía, definidas y violáceas en sus cimas al atardecer. La carretera que desde Tarragona y por Valls se dirige a Lérida, cada vez más olvidada a favor de la autopista, pasa a los mismísimos pies de Montblanc, la capital comarcal, la antigua ciudad de los caballeros, hermosísima y medieval, semiencerrada en las mismas murallas que construyera en el siglo XIV Pedro III, subida en un alto que bordea el Francolí.Montblanc, una ciudad medieval

Ya contaba con un importante núcleo de población en los primeros tiempos de la reconquista. Pero su desarrollo vertiginoso se debió al hecho de ser elegida por los reyes de Cataluña como ciudad fuerte. Durante los siglos XIII y XIV tiene lugar su verdadero esplendor: es cuando se levantan sus murallas, se construyen iglesias, se abren palacios y casas señoriales. Hasta el Parlament General de Catalunya se reúne dentro de sus muros. Hoy aún se puede reconstruir aquella edad dorada, a pesar de los muchos destrozos ocasionados.

Son sin duda sus murallas, desaparecidas en alguna parte de su recinto, las que prestan a Montblanc su inconfundible aspecto de ciudad modélicamente medieval. Afirman los entendidos que se trata de una obra militar perfecta, que sigue el trazado de campamento romano. Cuenta con 34 torres y cuatro puertas. Lo más recomendable desde el punto de vista práctico -dada la estrechez de las calles intramuros- y lo dictado por las normas viajeras es abandonar el coche fuera del recinto e introducirse en la ciudad a pie. La única forma, por otro lado, de conocerla. El Carrer Major la atraviesa de punta a punta y sirve de punto de

referencia en medio de esa maraña de calles apretadas que suben hasta la iglesia de Santa María. Levantada con ambiciones de catedral, la iglesia que remata la ciudad en su parte alta fue construida a lo largo del siglo XIV y comienzos del XV. De esta época data su única nave, amplísima, y el espléndido retablo de san Bernado y san Bernabé, de piedra policromada. También en el interior, y tal como explica una útil hojita ilustrada colocada junto a la puerta, se pueden contemplar unas hermosas tablas del XVI, un buen órgano de comienzos del XVIII y, en el altar central, una imagen de la Virgen con el Niño del XVI. La fachada fue reconstruida totalmente en 1668, ya que la primitiva gótica -fue destrozada durante la Guerra dels Segadors. Cerca de la iglesia se abre la Plaja Major, porticada en dos de sus frentes, construidos los edificios que la bordean en preciosa piedra dorada, destacando entre todos el Casal des Desclergue. Más allá todo son calles estrechas, iglesias góticas del mejor estilo catalán, como la de San Miguel o la de Sant Marçal, pegada a la muralla. En el último tramo del Carrer Major, camino al también gótico puente Viejo, se encuentra el antiguo hospital de Santa Magdalena, con un pequeño y hermosísimo claustro renacentista, en reconstrucción la última vez que yo estuve. Y como toda ciudad medieval que se precie, Montblanc cuenta con un barrio judío, rastreable hoy en las calles que se retuercen junto a la puerta de Bové.

Y aún debe quedar tiempo para dar un paseo por el Museo Arxiu, instalado en un espléndido casal del XVII, para contemplar la notable colección de tarros de farmacia del XVIII.

Poblet, panteón de reyes

Imposible no hacer una parada, siguiendo la carretera y el Francolí, en l'Espluga, puerta de entrada a Poblet, un pueblo campesino, recogido, con una plaza mayor (por cierto, en uno de sus lados se encuentra la oficina municipal de Turismo), que se abre a la hermosísima iglesia de San Miguel, gótica, y algún rincón, como la preciosa placita de Sant Miquel, inmóvil y lleno de encanto. Algunas mansiones de piedra, las calles en cuesta, la permanente y rutinaria actividad agrícola acaban de componer un escenario tranquilizador y hermosamente provinciano.

Poblet está sólo a un paso. Extendido, gigantesco, con apariencia de fortaleza, aparece, semioculto por los árboles, el monasterio y sus dependencias. Fue Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, quien, después de haber conseguido avanzar las fronteras cristianas desde Lérida hasta el mar por el Este y hasta el Ebro por el Sur, decidió donar estas tierras recién conquistadas. a los poderes celestiales. Así ofreció los bosques de Poblet (seguramente, lugar poblado por populetum) a la abadía cisterciense de Fontfroide, en Languedoc. En 1153 se habían construido ya los edificios necesarios para que se estableciera la comunidad monacal. El plan se llevó a cabo, como no podía ser menos, siguiendo al ple de la letra las estrictas normas constructivas del Císter: el refectorio, la nave que servía de dormitorio, la iglesia, el claustro, la salal capitular; todas las dependencias transmiten la misma sensación de dureza, de negativa a las concesiones que inspiró a san Benito.

A la primitiva obra se le fueron añadiendo a través de los siglos retoques y añadidos. El plan constructivo del Císter, sin embargo, pudo con todo, y hoy, a pesar de los añadidos barrocos, el monasterio sigue ofreciendo el mismo rostro sólido, resistente y austero con que fuera concebido. Y eso a pesar de una historia no siempre pacífica y de la terrible destrucción que sufrió en el célebre saqueo de 1835 y en su posterior abandono. Hasta 1940 no volvió a ser destinado a sus primitivas funciones monacales, y tan sólo habitado por cuatro monjes. Hoy, 35 benedictinos dedican su vida a sumergirse en los libros de su riquísima biblioteca.

Poco se puede decir en estas escasas líneas de Poblet. Punto de referencia fundamental en la historia de Cataluña, panteón de los reyes de la corona catalanoaragonesa, centro del poder durante siglos, está tan evidentemente lleno de hechos, significados y puntos de interés que sería pretensión absurda reflejarlos. Las visitas se realizan con guía; pero, aun con todo, una recomendación: no dejen de comprarse la excelente guía del monasterio, de Josep Pla. La venden en la misma entrada, donde se venden los boletos, y es la mejor compañía posible para recorrer Poblet y entrever su importancia.

Y más

-Vimbodí, junto a l'Espluga, cuenta con un curioso museo en el que se recogen muestras de las piezas de vidrio salidas de la famosa fábrica que funcionó durante la primera mitad de este siglo.

- Una carretera que sale de Montblanc lleva hasta Santa Coloma de Queralt (40 kilómetros), la tierra reconquistada por el conde Guifré el Pilos, conocido por los castellanohablantes como Wifredo el Velloso. Cuenta con una hermosa plaza porticada, una iglesia roinánico-gótica y conserva los restos del castillo de los condes. En las afueras, el antiguo monasterio de Bell-Lloc, en cuya pequeña iglesia románica se encuentra el espléndido sepulcro de los condes de Queralt.

- Una carretera endiablada, sólo para audaces, se dirige desde l'Espluga a Prades. El recorrido compensará a los atrevidos. Prades, tras las montañas, es un pueblo monumental que sólo se hace algo agobiante los fines de semana, lleno de turistas. Conserva restos de su recinto amurallado, una plaza de cuento y calles de casas hermosas de piedra de hacia 1800. Y en Prades se entra ya de lleno en el Priorat.

- Los aficionados a la arquitectura de principios de siglo tienen la ocasión de visitar las bodegas impresionantes de la Conca. La de l'Espluga de Francolí fue construida en 1913 por Pere Doménech, siguiendo la línea de su padre, el gran Domènech i Montaner. Las de Montblanc, Rocafort de Queralt y Barberà de la Conca se deben a diferentes discípulos de Gaudí.

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