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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los horrores de la guerra

DESPUÉS DE algunos días en que las noticias han sido contradictorias, hay que considerar hoy que están confirmadas las acusaciones de Irán sobre el empleo de armas químicas por parte de las tropas irakíes en los últimos combates. Una misión del Comité internacional de la Cruz Roja, que ha visitado en hospitales de Teherán a unos 160 heridos, ha llegado a esa conclusión. Lo mismo opinan algunos médicos suecos y austriacos que han cuidado a los heridos enviados por Irán a hospitales de Viena y Estocolmo; si bien uno de los médicos vieneses, Doctor Freilinger, ha dicho que se trata de sustancias químicas "desconocidas en Europa Central". El Departamento de Estado norteamericano ha afirmado asimismo que dispone de testimonios convincentes al respecto. Nos hallamos ante un nuevo paso en la escalada de los horrores de esa guerra interminable, que ha causado ya cientos de miles de muertos. Después de períodos de relativa calma, se ha recrudecido en los últimos meses. Y ahora, el empleo de armas químicas, prohibido por la Convención de Ginebra de 1925, es algo que merece una condena rotunda de la opinión pública internacional. Sin duda, desde 1925, se han inventado y utilizado formas de matar aún más espantosas que los gases; ha habido Hiroshima y Nagasaki; pero ello no puede embotar la sensibilidad de los hombres ante los casos actuales de empleo de gases mortíferos. Al contrario: exigir que se cumpla, en todo lo posible, la prohibición vigente desde 1925, es también pedir que nuevos tratados y medidas internacionales limiten y prohiban las armas de destrucción masiva inventadas en las últimas décadas. La acusación iraní de que Gran Bretaña ha suministrado las armas químicas al Irak no parece, en cambio, muy convincente: la fabricación de sustancias químicas terriblemente mortíferas, cómo el gas-mostaza empleado por los alemanes en la primera guerra mundial, es relativamente fácil; Irak está en condiciones de hacerlo con sus propios medios. En todo caso, la respuesta que ha dado el Secretario del Foreign Offlice, Sir Geoffrey Howe, es interesante; ha declarado que Gran Bretaña está dispuesta a que se haga una encuesta internacional. El Ministro francés de Asuntos Exteriores, Claude Cheysson, se ha pronunciado en el mismo sentido. La realización de una encuesta de ese género corresponde sin duda a las funciones de las Naciones Unidas. Si se lleva a cabo, tendría cierto efecto de ejemplaridad; y sería un freno, si no a los combates en sí, al empleo de las formas de guerra más horribles y crueles.Por otro lado, la negativa cerrada de Irán a cualquier negociación para lograr un cese de hostilidades está cada vez menos justificada; al principio, hizo frente a un ataque contra su territorio; pero ahora sus tropas están en la frontera, o incluso en algunos lugares pisan territorio irakí. Todo indica una guerra aún larga, aunque se confirmase la impresión de que Irán prepara nuevas ofensivas con grandes masas de combatientes voluntarios. Los EE UU, al adelantarse a otros países en la denuncia del empleo de armas químicas, han hecho un gesto político que indica un deseo de diálogo con Teherán, equilibrando pasos dados hace unos meses hacia Bagdad. Es quizá una forma de prepararse a una perspectiva de guerra larga, con peligros de complicaciones en la zona del Golfo Pérsico.

El impacto internacional provocado por el empleo de gases en los frentes próximos a Basora debe ayudar a un planteamiento mucho más serio del problema de la prohibición de las armas químicas y bacteorológicas. La Convención de 1925 prohibe su empleo, no su producción o almacenamiento. Por otro lado, a pesar de esa Convención, tales armas han sido empleadas en numerosos casos: por Mussolini, en su guerra contra Etiopía. Más recientemente., numerosas denuncias han señalado su empleo por EE UU en Vietnam y por la URSS en Afganistán. Hace falta un nuevo tratado, con medidas efectivas de control. Las conversaciones sobre este tema se han prolongado, a ritmo lento, en la conferencia de la ONU sobre desarme que se reúne en Ginebra. Parece que cierto progreso ha apuntado en recientes reuniones: por primera vez, la URSS ha aceptado la presencia de inspectores in situ en los lugares en los que se proceda a la destrucción de armas químicas. Si se confirmase en la práctica esta inspección, sería un paso decisivo: el problema del control en cualquier tratado sobre esta materia es determinante porque, a diferencia de la fabricación de armas nucleares o de grandes armas clásicas, la de sustancias químicas no es detectable por satélite. Y es preciso señalar que los países industrialmente desarrollados disponen hoy de armas químicas con una capacidad de destrucción de la vida y civilización humanas comparable a la de las armas nucleares.

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