El Día de la Mujer
UN 29% de la población activa española es femenina. Una cifra baja si se compara a los países de la Comunidad (Francia, 45%), pero optimista en relación con la tradición española de la mujer en el hogar, sostenida durante siglos, a veces a punta de espada y amenaza de reclusión conventual. Los actos culturales y políticos que se celebran en torno a la fecha del 8 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora, merecen por eso un signo de solidaridad.La mujer española es víctima principal de una tendencia al tercermundismo sociológico, cultural y educativo con que se han ido guillotinando a lo largo de nuestra historia todas las adquisiciones de ideas nuevas y de alteración de un orden clásico. Muchas de las que trabajan fuera de sus domicilios arrastran todavía las consecuencias de una educación restrictiva y específica que las dificulta su promoción a puestos superiores (y aun en los casos en que la logran encuentran obstáculos muy superiores a los que tienen los hombres), aparecen en la mayoría de los casos como servidoras del varón, o de un mundo de varones, y todavía hay ocasiones en que se mantiene salario inferior para trabajo igual. Un cierto número de oficios les está negado por prejuicios antiguos, y la proporción es muy inquietante: un oficio femenino por cada 10 estrictamente masculinos. Dentro mismo de la población trabajadora femenina hay una enorme proporción en favor de las solteras y en contra de las casadas. Pesan sobre estas últimas varios factores: el de la presión del marido, sobre el que cae también una tradición histórica de supuesto honor, de responsabilidad o hasta de cabeza de la familia, y una vaga sensación, también cultural, de celos de que su mujer se mezcle con hombres en el puesto de trabajo, amén la comodidad de tener el hogar cuidado por ella; pero también hay mujeres que se casan como quien hace una carrera o encuentra un empleo. Las empresas prefieren solteras, mientras que el Estado o la comunidad no acaban de poner en marcha los mecanismos de infraestructura que permitan el cuidado externo de los hijos, y no hay una mentalización colectiva que permita repartir estas responsabilidades equitativamente entre los dos sexos. A este respecto es de señalar que una legislación excesivamente proteccionista de la mujer casada o de la mujer madre no hace sino contribuir a las discriminaciones laborales de todo género a las que se haya sometida. En una situación de crisis laboral como la que estamos viviendo se precipita también especialmente sobre la mujer el trabajo clandestino: todas las gamas de servicio doméstico, todos los trabajos eventuales y sin contrato, más una concurrencia muy fuerte masculina propia de situaciones de escasez en el mercado de trabajo.
Son varias las acciones que se necesitan para llegar a la situación ideal que se propugna. Un amplio grupo está en la mentalización social, que va desde la preparación para el trabajo a partir de la infancia de la mujer, incluyendo formación profesional e intelectual no específicas, a la preparación de una moral distinta a la fomentada hasta ahora por toda la literatura clásica y moderna española respecto al varón y la hembra. Otro grupo de acciones pertenece al Estado: un aparato jurídico igualitario del que desaparezcan los proteccionismos hipócritas que minorizan a la mujer la mujer, una infraestructura suficiente, una dureza en el cumplimiento de las leyes que ya existen y las que se promulguen.
La consideración de la sociedad actual respecto a los derechos de la mujer muestra una infinidad de carencias, pero hay que repetir que no es enteramente pesimista si se mira nuestro pasado y las enormes resistencias históricas a una transformación que venga marcada por la verdadera igualdad entre sexos. Los avances no son por lo demás casuales, sino que vienen provocados por la actividad y el tesón de grupos de mujeres y hombres empeñados en llevar adelante lo que es efectivamente una revolución de signo histórico y frente a la que se alzan, cómo no, todos los contrarrevolucionarios del mundo.
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