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Matías Palau Ferre

El pintor quema sistemáticamente sus obras, como protesta contra marchantes y galerías

Matías Palau Ferre, pintor nacido en Montblanch (Tarragona) hace 60 años, protagoniza desde hace 10 una guerra solitaria y sorda contra marchantes y galerías de arte y dice que no parará hasta conseguir la liberación y respeto del artista. Sus amas de guerra tienen pasmados a los círculos que conocen la valía de su obra: el artista, del que Pablo Picasso dijo que sería su sucesor y delfín, quema sistemáticamente todos los óleos que ha pintado desde el año 1974.

Palau Ferre vive encerrado en su estudio de Montblanch, en contacto con su hermana, sus sobrinos y los vecinos del pueblo. Es un hombre cordial y amable, con una tozudez que ya manifestó a los ocho años, cuando, ante el miedo y desasosiego de familiares y médicos, que dudaban en practicarle una intervención quirúrgica, el niño Matías ordenó que le operaran porque él, que iba a ser artista, tenía que estar muy sano.Desde muy pequeño jugaba con las pinturas y los lápices. No mucho después, su trabajo comenzaría a ser cotizado y él empezaría a participar en exposiciones nacionales y extranjeras. Su resistencia a entrar en el mercado del arte también fue precoz.

Su evolución creativa era la normal dentro de las peculiaridades previstas en una actividad semejante, hasta que, asegura que sin saber cómo, se vio atado de por vida a un marchante cuyo nombre se resiste leoninamente a dar. "Siempre huí de tener un marchante. Vendía a la gente que se acercaba al estudio. Un cliente empezó a venir más que otros, y os aseguro que no sé cómo lo hizo, pero cuando me quise dar cuenta había firmado cuatro contratos para seis años. Mí tragedia ya estaba hecha. Recurrí. Llegué a los tribunales, hasta el Supremo. ¿El resultado? Que mi trabajo estaba hipotecado de por vida en beneficio de este marchante".

Ahí empezó su guerra. La sentencia era de 16 de mayo de 1974. El artista siguió por la vía creativa que llevó a Pablo Picasso a afirmar que Palau Ferre sería su delfin, y sólo modificó el destino de sus lienzos. En lugar de ir a parar al mercado, eran quemados uno tras otro: 126 desde entonces. Antes de cada quema hace una reflexión escrita, en la que la síntesis es siempre la misma: el sacrificio de su obra individual en aras del reconocimiento humano de los derechos de los pintores sobre su propio trabajo. Luego, las cenizas son esparcidas en un riachuelo próximo a su estudio -"mí horno crematorio particular"-, y vuelta a empezar. Así, 10 años.

¿Y de qué vive desde que renunció a vender sus cuadros? "Ésa es una pregunta a la que preferiría que contestara mi estómago. Pero ya que no es así, ocurre que mi trabajo es bastante conocido fuera y que hay muchos museos de arte contemporáneo con obras mías. Hago tintas chinas por un sistema bastante original, por las que me han llegado a dar cheques en blanco. Hago también alguna excepción a favor de organismos humanitarios, como Amnistía Internacional".

Pintor de la realidad empírica, de la belleza posible, que dice estar de vuelta de lo abstracto, cuenta que el homenaje que sus amigos y colegas le acaban de tributar en Madrid le ha hecho reconsiderar por unos momentos su actitud. "Pero han sido unos instantes. Ellos dicen que no puedo hurtar mi obra a la sociedad, mientras que yo creo que el progreso está en el sacrificio humano, como lo demuestran la religión, la historia y la vida misma"`.

¿Cuándo depondrá su actitud? "Posiblemente nunca. Cuando los artistas tengamos reconocidos nuestros derechos y no seamos objeto de la explotación de galeristas y marchantes. Una prueba de ese estancamiento es que la ley del Patrimonio, que ahora tanto se celebra, sólo regula las relaciones de marchantes y compradores, no de los artistas".

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