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Pioneros catalanes

Vigo ha sido siempre, en esencia, un puerto. Una bahía que cobijaba a una de las. mayores flotas pesqueras del Atlántico y que servía de punto de partida o destino a buena parte del tráfico comercial con las colonias. La pérdida de las últimas posesiones españolas en América, a finales del siglo XIX, cierra una etapa en la historia de esta pequeña población de marinos y comerciantes.A la pequeña comunidad viguesa, apenas unas decenas de miles de habitantes, llega entonces -primeros años de este siglo- una pequeña pléyade de catalanes inquietos que cambiarán la faz y la historia de esta ciudad. Son los Masó, Albo, Barrera, Corbera, etcétera, pioneros de una incipiente preindustrialización: salazones, factorías conserveras, pequeños astilleros y talleres textiles.

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Los catalanes pronto dominan la economía local y sus negocios hacen prosperar -como un oasis en el desierto de subdesarrollo que es Galicia- a la ciudad de Vigo. Al calor de esta prosperidad llegan los zamoranos, que así se denomina en estas latitudes a la gente de Castilla, para hacerse con el control del comercio.

Los vigueses de a pie continúan extrayendo riqueza al mar, a la que los catalanes agregan valor añadido, mientras sus mujeres y sus hijas sacan otro jornal enlatando las capturas de sus maridos o en la incipiente industria textil. El comercio, los astilleros y la construcción, que prosperan con la expansión de la ciudad, demandan de forma creciente mano de obra barata, que se satisface sin problemas desde los pueblos del entorno.

Vigo crece y se moderniza con los aires llegados del Mediterráneo, pero nunca deja de vivir por y para el mar. Un proletariado simbiótico, en palabras de un líder obrero nacionalista, combina el trabajo industrial asalariado con el cultivo de la pequeña parcela familiar o el sobresueldo, a temporadas, del marisqueo o del contrabando. Esta realidad no fue modificada sensiblemente por el despegue industrial de los años sesenta, y a ella se atribuye, en buena medida, el que hoy en poblaciones como Vigo (34% de paro) o Redondela (80% de paro) no haya habido estallidos sociales de incalculables consecuencias. Hay una economía de subsistencia, familiar, que ha salvado a muchos obreros del hambre fisica.

Las familias catalanas se suceden a sí mismas al frente de las fábricas, y Vigo llega a los años sesenta con una cierta estructura industrial. Los efectos del plan de estabilización de 1959 y el subsecuente despegue desarrollista descarga sobre esta ciudad gallega algunas industrias más modernas y de mayor dimensión. Citroën, el Polo de Desarrollo de Porriño, la ampliación de los astilleros, configuran definitivamente a Vigo y su entorno -19 poblaciones de la comarca- como una de las zonas más altamente industrializadas del país.

La prosperidad, un tanto artificial observada desde la perspectiva de hoy, parece no tener límites y los viejos pioneros catalanes, salvo excepciones, no se ocupan en modernizar y capitalizar las viejas factorías heredadas de sus abuelos; los pingües beneficios de la conserva se reconducen hacia la especulación inmobiliaria, que aún produce más y más rápido, con lo que se van consolidando unos pies de barro para el pequeño Goliat industrial.

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