iViva la literatura!
NO LO consiguió. Camilo José Cela dijo, al empezar su conferencia del pasado lunes en el Club Siglo XXI, que se proponía dar una charla "aburrida y ortodoxa". No resultó aburrida, desde luego. Lo sorprendente hubiera sido lo contrario, tratándose de Cela. Tampoco discurrió por cauces de excesiva ortodoxia, lo cual, hablando de literatura, es algo mucho más difícil de definir, pues se ha llegado a decir que la heterodoxia es la verdad del arte literario. Camilo José Cela habló de literatura, pensamiento y libertad, y volvió una vez más a confirmar con sus palabras cuál es la ejecutoria del escritor en la sociedad contemporánea. El escritor, ese creador que siempre va por libre, es un testigo molesto, un espejo de sus contemporáneos, un extraño mártir de la libertad que no se casa con nadie, da lecciones sin querer, y resulta siempre medianamente incomprendido y bastante inclasificable, para desesperación de políticos y profesores.La literatura parece estar penetrando cada día con mayor intensidad en la vida de la comunidad: se editan más títulos que nunca, se multiplican los actos literarios, las presentaciones de nuevas obras, las conferencias e intervenciones públicas de los escritores, se incrementan los galardones, los medios de comunicación intensifican su atención hacia este mundo tan peculiar, que sólo hace unos años estaba sumido en una especie de invernadero tan exquisito como violentamente reprimido. La conferencia de Cela coincidía en día y hora con la presentación del último libro de Francisco Umbral, y dos días después padecían la misma coincidencia las presentaciones de las recientes novelas de Rosa Chacel y José Esteban. Todos los actos están repletos de público, y hasta alguna nueva revista de libros, tras los duros tiempos pasados, anuncia su aparición. Y hasta las desapariciones de los escritores gozan de una indudable repercusión, desde la de Jorge Guillén a la de Sholojov, pasando por la de Julio Cortázar. La irresistible floración de libros y autores se corresponde con el interés con que la sociedad los recibe, y ahora ya pueden venir la lectura, la crítica, la polémica y la discusión, pues todo esto forma parte de la vida propia y peculiar de la literatura, que vuelve por sus fueros, después de tantos años.
La literatura se apoya en la ética y la estética, y su función es la de enriquecer al ser humano: explora los límites del goce y del conocimiento, perfora todas las verdades al uso, analiza todos los sistemas, combina figuras, personajes, fábulas, y hace retroceder sin descanso las fronteras del conocimiento y la sensibilidad. Esta función traspasa lo individual para acceder a lo social, y resulta de esta manera una explosión de libertad. Fabular, crear, es ejercer y mostrar esa libertad tan duramente recobrada como siempre amenazada. Su peor enemigo, toda suerte de censura, donde se inscribe asimismo la autocensura de la que hablaba Camilo José Cela. Pues la censura no se agotó cuando desapareció la estatal, sino que reviste múltiples e insidiosas formas y manipula según maniobras muy complejas, desde las convenciones sociales a los condicionamientos económicos, pasando por esa autocensura interior que puede ir del oportunismo a la fe mal entendida.
Pero, de hecho, sólo el escritor podrá luchar en este terreno. La democracia protege esa lucha, propicia la confrontación entre la obra y sus lectores, y resultará más vivificada cuanto más auténtica y plural sea la literatura que la colectividad produce y permite producir, consume, debate y polemiza. Y, por último, algo está quedando cada vez más claro. La literatura es libertad frente a todo, y hasta frente a su propio autor: las viejas nociones del compromiso, las acusaciones o elogios basados en ideologías políticas, religiosas o de todo tipo nada tienen que ver con el fenómeno de la literatura. Guillén fue antifranquista; Cortázar, castrista, y Sholojov, estalinista. ¿Y qué? Eso ni añade ni quita nada a sus calidades estéticas. El debate político que un autor pueda provocar con sus opiniones -véase Borges hace pocos años, por ejemplo- no afecta, no debe afectar jamás, a su obra creadora. Pues cuando la obra se pone al servicio de esas ideologías puede desaparecer. Y de hecho desaparecerá. El creador puede ostentar su fe, pero no su partidismo. Ha habido, hay y habrá excelentes creadores de todos los colores. Su literatura, por encima de esos colores, proclama su íntima, frágil y radical libertad, y eso es lo que deben saber sus lectores antes de entablar ese diálogo tan libre y esencial como el de la propia creación, que es el hecho de leer, que la complementa y recrea a su vez, como en un espejo.
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