Encuentro con un nacionalista leonés
Este otoño he pasado un mes en las altas tierras de León, en mi tierra. Ningún espacio mejor para serenar el ánimo y descansar que el otoño fresco, encendido e intenso de las vegas y de los encinares que bordean los tres ríos de mi infancia. Habían ya transcurrido bastantes días desde mi llegada cuando decidí romper mi aislamiento para acudir a un acontecimiento cultural de excepción que se celebraba en la capital: la Orquesta Sinfónica de la Unión Soviética daba un concierto en nuestra catedral. Varios miles de personas iban a llenar las naves de la pulchra leonina para escuchar a una orquesta del Este. "Desde luego", pensaba para mí mientras seguía con mi coche, en sentido inverso, la antigua ruta jacobea, lejos han quedado aquellos años en los que un grupo de canónigos de la catedral habían deseado juzgar inquisitorialmente uno de los sonetos de Blas de Otero".Ya en la ciudad, caminaba despacio, pues aún era pronto para el concierto, demorándome mucho en los alrededores de la colegiata de San Isidoro y en las viejas murallas romanas, cuando de repenten le encontré con Froilán Argüello Luna. A Froilán compañero de bachillerato hacía casi, 20 años que no lo veía, pero siempre supe de su incuestionable amor por nuestra tierra.
Por eso, después de saludarle le pregunté si, por casualidad, estaba afiliado al Partido Regionalista Leonés, que hoy sigue siendo el grupo más firme en la defensa de un leonesismo a ultranza. Me contestó en tono cortante que no, que él era cada día más partidario de una opción nacionalista para el viejo reino.
He de confesar que me quedé algo sorprendido, y por eso le pregunté si bromeaba. Me dijo en seguida que no bromeaba lo más mínimo, que hablaba muy en serio y que como él ya pensaban algunos leoneses. Yo le dije que si no sería mejor dejar las co sas como estaban; es decir, que sin renunciar ni un ápice a nues tro leonesismo fuésemos solida rios con los otros pueblos de Es paña. Le dije también que había que tener un concepto más abierto y universalista de la historia y que hacia ese universalismo generoso y solidario tenía que ten der nuestro planeta si quería sal varse, y en concreto nuestro país si deseaba seguir subsistiendo como Estado moderno. Y le pregunté por la visión que él tenía de nuestro pasado.
Froilán Argüello me dijo que si sabía lo que significaba el nombre de Camposagrado. Acerté a decirle que era un campo prehistórico solar ue había al norte de la capital . Él, dando por muy buena mi respuesta, añadió: "Pues ahí está nuestro pasado: en nuestras raíces, en la mismísima prehistoria". Pero siguió luego con otras razones no menos contundentes y parafraseó algunas de las expresiones de nuestro himno al decirme: "León tuvo Cortes, fueros y reyes antes que otros pueblos leyes". Y remachó esta sentencia preguntándome si, a estas alturas, yo desconocía que las Cortes leonesas de 1178 fueron las primeras del Estado, cuando, por supuesto, todo el parlamentarismo europeo estaba en pañales.
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Naturalmente le dije que conocía estos hechos históricamente documentados, pero que no sólo, teníamos que programar el futuro en base a ellos. Afirmó entonces que la alusión que hacía a la antigüedad de nuestro pueblo iba dirigida a quienes desconocían la historia y, en concreto, a algunos altaneros miembros de otras comunidades. Declaró también que el viejo reino de León era una nación como cualquier otra y que pruebas documentales existían a montones.
Seguíamos paseando con gusto por las hermosas y silenciosas callejas del casco antiguo cuando le dije que tuviera en cuenta que las llamadas nacionalidades históricas tenían razones lingüísticas y que poseyeron derechos que les fueron arrebatados. Froilán me sonrió, al tiempo que me preguntaba si el leonés no era primo hermano del castellano y, por tanto, una lengua románica como la que más. Y citó a Menéndez Pidal y a otros autores de peso.
Además, me dijo que yo no era la persona más adecuada para ignorar que los más antiguos textos litúrgicos estaban en los monasterios de León y de la Tebaida berciana, y que en el mismísimo archivo de la catedral había pergaminos en lengua leonesa de los siglos IX y X, puntualmente estudiados por el propio Pidal. Mi asombro fue máximo cuando señaló que de cuestiones lingüísticas era mejor no hablar. O que lo hiciéramos cuando el leonés se volviera a hablar en todas las provincias en las que se habló en tiempos: Asturias, Santander, Zamora, Salamanca, Cáceres y Badajoz; es decir, hasta el mismo límite del río Guadiana, donde culminó la campaña leonesa de reconquista de 1230.
Respecto a lo de los derechos arrebatados me aseguró algo que, desde luego, no admite réplica. A saber, que el reino de León había sido un ejemplo de justicia y de libertades ciudadanas en la Edad Media; que arrebatados nos fueron los concejos comunales libres y los famosos fueros de 1017-1020; que en León nunca hubo siervos; que si en unas comunidades había habido más represión lingüística, a otras se las había abandonado más desde el punto de vista económico por parte del poder central y, en consecuencia, en ellas se dieron más emigración y despoblación.
Que fuera, pues, una cosa por la otra a la hora de que a cada cual se le hiciera justicia.
Llegado a este punto le dije a Argüello que debíamos olvidarnos un poco del pasado y que para autogobernarse en el presente había que disponer de recursos naturales propios. Fue entonces cuando Froilán se echó a reír a carcajadas mientras afirmaba que con tanta ignorancia como mostraba hacia mi tierra nunca me acabarían nombrando leonés del año. Yo, riéndome también de su graciosa salida, le repliqué, sin embargo, que no me gustaba nada que se frivolizara con mi leonesismo, o se cuestionara, cuando precisamente un leonés antepasado mío -el capitán Colinas- había luchado junto al mismísimo don Pelayo. Froilán se quedó un tanto impresionado con esta petulante salida mía, porque algo había leído él en los viejos cronicones latinoleoneses de dicho capitán; pero siguió adelante con razones de peso.
León era, según las estadísticas, el primer productor de mineral de hierro de España y el segundo de carbón. Y me preguntó si sabía hacia dónde iban dichas materias primas, así como la energía eléctrica de nuestras centrales térmicas y las astronómicas -ésta fue su expresión- cifras de ahorro de nuestros agricultores. Todo iba, en su opinión, a enriquecer las arcas de otras comunidades autónomas. Nuestra ganadería y nuestra agricultura eran de primerísima categoría y, bien administradas, no había razón para temer al aislamiento económico.
Íbamos tan enzarzados con nuestra conversación cuando, repentinamente, desembocamos en la plaza de la Catedral. He de confesar que ante el inesperado espectáculo del templo los dos nos quedamos mudos. La hermosa y nocturna pureza de la piedra de la fachada nos llenó de una emoción honda y mal contenida. Comencé a andar hacia el pórtico cuando, cuál no sería mi sorpresa, al ver que Froilán no me seguía, que él iba en otra dirección y que, por tanto, no acudía al histórico concierto. Yo no me explicaba su comportamiento. Por eso le pregunté si tenía algo contra la Diputación socialista, que era la que organizaba el acto, pero él volvió a decirme, con evasivas, que su opción era la nacionalista.
Le dije entonces que si se sentía quizá más cerca de las últimas reivindicaciones leonesistas de la derecha. Pero él siguió firme en sus ideas radicales. Había comenzado a preguntarle sobre sus posibles relaciones con el extinto centro político cuando vi que, notablemente excitado, se despedía precipitadamente y me daba la espalda. Así que lo vi perderse, a buen paso, en dirección al barrio Húmedo. Poco antes de que se alejara aún pude atisbar el título del libro que asomaba por uno de los bolsillos de su chaquetón: El maquis en la montaña leonesa durante la guerra civil, la obra, recién aparecida, de un conocido autor.
PD. Ya escrito este artículo, recibo una amable carta de Froilán en la que me pide excusas por su repentina despedida en León. Pocos días después, casualmente, otro amigo me envía las bases orgánicas -naturalmente, escritas en leonés- de la que puede ser la futura Academia de la Lengua Leonesa, cuya primera reunión se celebró meses atrás en Zamora. Y, ante este último y curioso testimonio, volví a pensar otra vez en todas las razones que Froilán me había dado en aquella noche inolvidable y musical.
Naturalmente, no quiero terminar sin señalar que este artículo puede ser sometido a mil y una interpretaciones, especialmente si el lector pone más apasionamiento que serenidad en su lectura. Por ello finalizo diciendo que yo sólo me he ceñido a transcribir los detalles de nuestro encuentro. Un encuentro del que cada lector -sea o no leonés- extraerá su propia moraleja.
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