Unidos por Europa
El fracaso de la cumbre de Atenas está removiendo, hasta lo más profundo de sus raíces, el proceso de unificación europea. El fantasma de la crisis, con un electorado muy sensible a la defensa de sus intereses inmediatos, tiene paralizados a los gobernantes, que son incapaces de reaccionar con la necesaria visión de futuro.No importan tendencias políticas, ni situaciones geográficas: la misma filosofía inspira, por ejemplo, a Margaret Thatcher que a François Mitterrand; ambos piensan en términos de hegemonía, más que de solidaridad, y en el fondo ambos intentan conservar las viejas estructuras nacionales que les han permitido un pasado de dominio y exaltación. También entre nosotros se oyen voces que, en nombre de un pretendido realismo, declaman las viejas rimas imperiales.
No surgen hombres de Estado, visionarios, soñadores, utópicos que antepongan sus grandes ideales a sus intereses; y por eso hay como una cierta incapacidad de continuar el camino que señalara, en 1944, el Manifiesto de la Resistencia Europea, declarando que la vida de los pueblos. de Europa debe fundarse en el "respeto de la persona humana, la seguridad y la justicia social..., superando el dogma de la soberanía absoluta de los Estados e integrándose en una única organización federal".
Han pasado 40 años desde entonces y se han conseguido logros importantes; gracias, sobre todo, al impulso de hombres como Adenauer, De Gasperi, Schuman o Spaak, que tuvieron una clara visión de esa Europa supranacional. Pero no debemos engañarnos; nunca desde entonces ha estado tan bajo el eurobarómetro; el desencanto y la frustración colocan, esta vieja utopía al borde de su liquidación.
Nadie puede ignorar los graves problemas que atenazan a los europeos: el paro, el envejecimiento de las estructuras industriales, el retraso tecnológico, la dependencia energética, la reforma de una política agrícola desigual y proteccionista, un presupuesto comunitario insuficiente unido a la falta de recursos propios, la ausencia de una moneda común, son, entre otras, cuestiones que tiene pendientes la CEE. Pero a ésta se habría que añadir otras, no menos importantes, que afectan a lo esencial del proyecto.
Los Gobiernos se aferran a la regla de la unanimidad y paralizan todo aquello que incomode a sus intereses necionales -léase electorales-, el Parlamento Europeo es una Cámara de simples resonancias vocales, sin poderes efectivos; la seguridad y defensa de Europa está entregada al gran coloso americano, con lo que queda condicionada su independencia; la política exterior parece configurarse sin planteamientos globales y a merced de impulsos viscerales como en el tema de las Malvinas; la cooperación con el Tercer Mundo, que fue una de las justificaciones del proyecto supranacional, es insuficiente y parcial, habiéndose dejado en la cuneta -hasta el momento- a unos pueblos como los latinoamericanos... Todo eso y mucho más son obstáculos reales, problemas sin resolver, difíciles pero no insuperables.
El porvenir común
Los ciudadanos europeos no pueden ni comprender ni aceptar que los principales responsables de los Estados de la CEE no se en frenten con su mayor responsabilidad: la de preparar un porvenir común, proclamando sin temor que ese es el único camino para alcanzar una mayor prosperidad, en paz y dignidad. Es inexplicable que sigan enzarzados en querellas económicas y financieras de mayor o menor importancia, cuando lo que está en juego se refiere a la esencia misma de una integración total de sus políticos. Quizá haya quien se alegre de esta situación, qué puede acabar con las esperanzas de toda una concepción nueva y generosa de Europa, en la que u principal acento sea la libertad de los hombres y de los pueblos, la democracia participativa, la paz solidaria.
Quizá, incluso, pueda pensarse en responder festivamente a las dificultades que se están poniendo a la integración de España y Portugal.
No se puede entender ni aceptar que continúe esta falta de modelo político en la Comunidad, que permita programar, junto a la política económica y monetaria, una política exterior en la que los europeos sean algo más que testigos complacientes de las decisiones ajenas y una política de seguridad que devuelva a Europa su papel, que no es el de servir de campo de tiro de futuras pruebas bélicas.
Frente a tanto fracaso y amenaza, en medio de tantas debilidades e incoherencias, es necesario rehacerse. Ha llegado el momento de recobrar la vieja ambición del proyecto inicial de una Europa unida, con instituciones democráticas y un sentido del compromiso para fortalecer al conjunto. Deben superarse la reiteración del egoísmo suicida, con una realismo que sea garantía de nuestro futuro.
El resultado de Atenas es una prueba más de la ineficacia de los métidos intergubernamentales. Hay que comprometerse más, y más sinceramente, en el proceso de unificación,. apoyando el proyecto de tratado para una Unión Soviética global, que prepara el Parlamento Europeo, legítimo representante de sus pueblos.
Este es el manifiesto que el movimiento europeo, con el presidente Petrilli a la cabeza, dirige a todos sus militantes y amigos.
Por su, parte, el presidente del Gobierno español, consciente de los graves momentos por que atraviesa Europa, ha dirigido un llamamiento a todos los partidos de mocráticos españoles, solicitando -sin distinciones ni preferencias- su colaboración en el proceso de integración de España en la CEE.
Algunos partidos han respondido positivamente, sugiriendo la creación de un organismo de coordinación y seguimiento. Pero esto ya existe y con una historia respetable.
El Consejo Federal Español del Movimiento Europeo, que participó desde sus comienzos en todo el movimiento de integración, sigue siendo válido para este relanzamiento coordinado.
Si en 1940 envió españoles al Congreso de La Haya, y en 1962 organizó el contubernio de Munich, hoy agrupa en su seno a todos los partidos, sindicatos, asociaciones e institutos europeístas de la España democrática. Cuenta, desde 1950, con una modesta asignación incluida en los Presupuestos Generales del Estado, y su pluralismo real garantiza su imparcialidad y la ausencia de utilización partidista.
Son momentos cruciales en los que se pide nuestro apoyo a una Europa libre y federada -sin fisuras nacionalistas- y a nuestra integración como pueblo soberano.
Por eso aceptamos -sin reservas- la iniciativa del presidente González, e impulsamos su llamada reclamando el apoyo de cuantas organizaciones e individualidades se sientan motivadas por esta convocatoria.
Todos podemos sentirnos protagonistas, y sin duda somos necesarios, en el apoyo al Gobierno de España en su negociación con la CEE y en la batalla pendiente para conseguir que la Comunidad resuelva sus contradicciones internas, que la paralizan.
El Movimiento Europeo ha convocado el próximo mes de marzo, en Bruselas, un congreso extraordinario para buscar la salida a esta crisis que nos atenaza, propiciando una nueva etapa, la etapa definitiva, hacia una Europa supranacional en paz, libertad y justicia dentro de un mundo más solidario. Allí debemos estar todos unidos por Europa.
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