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"El imperio soviético está desgarrado por toda clase de tensiones"

Leszek Kolakowski, filósofo polaco exiliado, de 64 años de edad, manifiesta en esta entrevista al periodista francés de origen polaco K. S. Karol, que "el imperio soviético está desgarrado por toda clase de tensiones, a las que no puede poner remedio". Nacido en Radom en 1917, Kolakowski vivió el movimiento estudiantil e intelectual polaco y la represión de que fue objeto en 1968. En este año fue excluido del Partido Obrero Unificado Polaco (POUP, comunista) y eligió la vía del exilio. Es profesor en las universidades de Oxford y Chicago y miembro de la Academia Británica. Ha escrito varios tratados en los que hace una crítica del marxismo, entre los que destacan Las principales corrientes del marxismo, El hombre sin alternativa, Cristianos sin iglesia y El racionalismo como ideología.

Pregunta. Usted sostiene desde hace mucho tiempo (y los sucesos de Polonia le han dado la razón) que las sociedades totalitarias no son inmutables, que, sometidas a una presión interna, se verían obligadas a cambiar y que poseen un cierto grado de elasticidad que hay que tener en cuenta. ¿No demuestra esto que la transformación de este imperio pasa primero por la diversificación de su periferia y que Polonia constituye, a tal efecto, un elemento fundamental?Respuesta. A pesar de las apariencias, yo no creo que haya sistemas totalmente rígidos, y no existe forma de saber de antemano cuáles son los límites de la elasticidad del despotismo socialista. Lo que está claro es que, si cambia, habrá de ser por presiones externas y que es inútil esperar una conversión de los propietarios del imperio soviético a la democracia. Cuando hablo de presiones me refiero tanto a las presiones sociales como a los imperativos de una economía profundamente enferma.

Es cierto que el comunismo no sobreviviría mucho en Polonia sin la amenaza de los carros soviéticos, y que ha sido impuesto por la violencia a los países de Europa central, mientras que en la URSS se impuso y se mantiene por fuerzas puramente internas.

El imperio soviético está desgarrado por toda clase de tensiones, a las que no puede poner remedio: tensiones sociales, nacionalistas, económicas y culturales, por no mencionar las luchas dentro de la Administración. No es improbable que estas tensiones contribuyan a la desintegración gradual del sovietismo, pero sólo podemos especular en cuanto a las características de tal proceso de desintegración. No hace falta decir que, tanto para los habitantes de este desdichado país como para el resto del mundo, lo más conveniente sería que dicha desintegración no fuera explosiva. Al fin y al cabo, un régimen como éste, amenazado desde dentro, podría intentar salvarse mediante la guerra. Por otro lado, de acuerdo con Tocqueville, un régimen despótico corre un gran peligro cuando quiere liberalizarse; en lugar de calmar a los descontentos podría estimularlos y poner en acción un sistema de presiones crecientes que acabe por destruirlo. Pero no profeticemos. Baste repetir que, para el que quiere luchar, no hay otro camino, en las condiciones actuales de los países comunistas, que la resistencia no violenta.

'Evitar las pasiones nacionalistas'

P. Según sus propias palabras, usted no desea que los cambios en la Unión Soviética comiencen por redadas de judíos en Kiev y por matanzas de rusos en Tashkent. ¿Cabe concebir (y cómo podemos contribuir a él) un cambio que no pase por una explosión de nacionalismos?R. Desde luego, mi deseo sería que se evitasen las pasiones nacionalistas como factor principal de la descomposición del sovietismo. La crisis de legitimidad (que resulta de la muerte de esta ideología grotesca que es el marxismo-leninismo) implica también peligros. Aunque sigue utilizándose en la jerga oficial, esa ideología está dejando sitio, poco a poco, a otra ideología ecléctica, que absorbe el nacionalismo ruso, el racismo, el antisemitismo y la xenofobia como instrumentos fiables, capaces de asegurar una mayor comunicación entre los poderes públicos y la sociedad. Parece que los nacionalismos son la fuerza más importante de la desintegración. Yo no digo que esto me satisfaga; todo lo contrario.

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P. En 1947, en los comienzos de la guerra fría, Andrei Zhdanov declaró que todas las cuestiones, incluso las más secundarias, se reducían en última instancia a decidir si se está a favor o en contra de la Unión Soviética. Hoy en día, a causa del temor real o imaginario, del imperialismo soviético, asistimos, quizá, en Occidente a la misma fórmula, pero con una respuesta evidentemente contraria a la de Zhdanov. ¿No cabría considerarlo como el resurgimiento de un maniqueísmo que llevaría a una polarización malsana del mundo?

R. Sería, sin duda, una estupidez mantener que todas las tensiones y luchas nacionales y sociales del mundo son debidas a las manipulaciones soviéticas.

Por otro lado, es igualmente cierto que los soviéticos se esfuerzan por utilizar y manipular todas las luchas y tensiones para extender su campo de dominación y que, en este mundo, es muy difícil no verse implicado en los conflictos de las grandes pmencias. Difícil, pero no imposible. No hay que considerar al mundo como un escenario para el enfrentamiento entre el despotismo soviético y la democracia occidental, olvidando al resto del mundo.

Por lo demás, la cuestión de cómo evitar la guerra mundial ha de tener prioridad en todas huestras reacciones políticas, y no debemos olvidar que el sovietismo representa el foco más importante de este peligro.

Así pues, no queremos la polarización del mundo, sino todo lo contrario: el compromiso. Sin embárgo, repito lo que he dicho antes: hacen falta dos partes para establecer un compromiso, y los soviéticos no han aprendido el arte del compromiso. No tienen aliados, sólo vasallos o enemigos, y no quieren otra cosa. Para ellos, el mundo estará perpetuamente en estado de guerra hasta que haya sido enteramente dominado por el comunismo." Ésta es la pura teoría leninista.

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