Volada
Despojada de cualquier clase de metafísica, la vida del hombre se reduce sólo a dar unas cuantas vueltas al sol haciendo el idiota durante el viaje. Uno se encarama a esta noria sideral, describe alrededor de una bola de fuego algunos círculos, que no suelen pasar de ochenta en los casos de buena salud, y luego el infrascrito se apea por el escotillón de la fosa. Eso es todo. Mientras tanto hay un baile fastuoso y macabro sobre la piel del planeta. Reyes, sarcófagos, mendigos, profetas, idealistas, asesinos, capitalistas y obreros giran por el espacio a bordo del tiovivo, y muchos de ellos, los más inocentes, no carecen incluso de esperanza. Pero si se pudiera contemplar esta fugaz y absurda navegación, a escala reducida, desde otro planeta, los fanáticos finalmente entrarían en razón y acudirían a la fiesta donde los escépticos brindan con champán. El mundo es un mineral en órbita lleno de monos cuyas pasiones tienen la duración de una cerilla. Unos han estudiado en Oxford. Otros han nacido con un higo chumbo en el culo. La vida consiste en trazar un breve circuito al sol entre un griterío de crímenes y plegarias.Tampoco la historia es una gran cosa. Si uno pusiera a sus antepasados en fila india, a cuatro generaciones por siglo, al final de una pequeña cola, no tan larga como la de un cine de media entrada, encontraría a Sócrates con una sábana quitándose los piojos o a un faraón con minifalda. Y un poco más allá, antes de llegar a la primera esquina, estaría ya un chimpancé con enormes encías de caramelo, causante de este tinglado. El tiempo y el espacio son factores mostrencos de la naturaleza, algo que ofrece muchas dudas. Pero el carbono 14, con que se mide la escalofriante brevedad de los fósiles, y la astronáutica, que ha obligado al hombre a verse desde fuera de su caparazón, han introducido en la tierra una evidencia o una nueva moral: la convicción de que en la nave donde el hombre cabalga fugazmente o se salvan todos o no se salva nadie. La gente ha llegado a la conclusión de que habita en un parque de atracciones con un billete en el bolsillo que sólo le da derecho a unas cuantas vueltas en el tubo de la risa. Y está dispuesto a matar para no perderse la oportunidad. Sobre este postulado hay que montar la política, o sea, el arte de sobrevivir.
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