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Divinas palabras

El pueblo ha puesto cerco al refugio de Mari-Gaila, y cuando peor lo tiene la moza, su cornudo marido, el sacristán, criado sabio de la cultura dominante, se dirige a las masas y les habla en latín. Milagroso efecto. Las masas comprenden que es un idioma con el que unos cuantos elegidos hablan entre sí o con Dios y se retiran conformadas con su incapacidad intrínseca de comprender. Probablemente los curas que hicieron posible el Concilio Vaticano II no conocían Divinas palabras, la obra de Valle-Inclán, de lo contrario no habrían prescindido tan alegremente del latín, no se habrían desarmado tan generosamente de la magia de la palabra. O tal vez los curas conciliares eran conscientes de que otros latines más eficaces habían heredado la hegemonía del latín de la patrística y del Dies irae. Cada poder tiene sus sacerdotes y su jerga, y estos lenguajes son rodillos comunicacionales que avanzan hacia los ignorantes y los arrollan u obligan a retroceder. A las masas les amilanan tanto las tablas input output como las tanquetas de la policía.Durante casi 20 años, el equipo que hoy dirige la política económica del Gobierno ha contemplado la realidad española desde privilegiadas almenas, entre otras, las del Banco de España. Fuentes Quintana y Mariano Rubio han sido algo más que dos poderosos técnicos neutrales, han sido dos sibilas críticas y proféticas de la política económica seguida y por seguir, y a la sombra de airibos se han conformado los equipos de economistas que están conduciendo la transición. Porque tan mentada señora es posible que esté a punto de ultirnarse en lo político, pero en lo económico aún está en su primera edad. Acaparadores de perspectivas y de datos, los muchachos del Banco de España y de Información Comercial Española han llegado al poder con esa prepotencia que sólo otorga la ciencia, y el seno de la socialdemocracia ha servido siempre de caldo de cultivo para la creencia de que la ciencia es neutral. Es lógico que Alfonso Guerra no esté excesivamente de acuerdo con esa neutralidad de la ciencia, especialmente de la ciencia económica, porque Guerra, lector de Machado, conoce aquella aguda paradoja del Juan de Mairena: La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero, y Agamenón está de acuerdo, pero el porquero no. Cabe la interpretación de si el desacuerdo del porquero es por falta de luces o por la lucidez misma de que la verdad tiene dueño, como las palabras. Lo cierto es que la política económica, imbuida de verdades neutrales irrebatibles, desprecia cuanto se le opone porque huele a ideología, a vana especulación interesada, cuando no a vana, palabrería demagógica. En eso estamos. La ciencia la ponen Boyer y Solchaga, y la ideología bastarda, los constructores de barricadas de todo tipo.

El Gobierno quiere crear un punto de partida de economía española estabilizada mediante el control del déficit de caja conseguido por una mayor presión fiscal, control igualmente del déficit de la balanza de pagos y descenso o congelación de la inflación. Aparentemente esta política no privilegia los intereses creados de los tirios empresariales o los troyanos trabajadores, pero el crecimiento del paro, el descenso del poder adquisitivo, el aumento de la marginalidad social afecta fundamentalmente a los sector es populares. No se conocen los nombres de los empresarios acogidos al empleo comunitario o a la sopa boba de Cáritas, y son pocos los refugiados en el- seguro de desempleo. Sería demagógico sostener que son tiempos de vacas gordas para los empresarios, pero es real, real como la vida misma, que sobre los trabajadores ha caído ese eufemismo inventado por las centrales sindicales: "... todo el peso de la crisis". La política económica del Gobierno reclama sacrificios, es trascendente, modeladora del futuro a costa del sufrimiento social de hoy, y no da más explicac iones que las indispensables para que no pueda decirse que practica un despotismo ilustrado absoluto. Pero practica un despotismo ilustrado relativo, y desde la prepotencia de la ciencia y el macro-control del macro-marco macro-económico se tiende a una política de hechos consumados.

El debate sobre la austeridad como un compromiso necesario entre Gobierno, capital y trabajo para contrarrestar la crisis ha llegado a España de oídas. En cambio, han llegado todos los efectos de esa austeridad, agravada por la fragilidad estructural de la economía española. Un lento y extensivo miedo a perder lo que se tiene, mucho o poco, se ha apoderado de la conciencia social y suscita la aparición de una expectativa conservadora y dócil ante la -agresión programadora del poder político y económico.

A pesar de la situación crítica general en el mundo capitalista, la respuesta de los trabajadores ha sido escasa y amedrentada por el fantasma de lo peor, pero el desarrollo capitalista y la fuerza social disuasoria del movimiento obrero ha permitido que en el Reino Unido, Francia o la República Federal de Alemania, la pérdida del poder adquisitivo de los salarios y el aumento de la presión fiscal fueran paliados por prestaciones sociales realmente compensadoras. No es el caso de España. ¿Dónde están esos salarios indirectos que desde los Pactos de la Moncloa se anuncian como contrapartidas. de la austeridad? ¿Dónde está la capacidad asistencial del Estado democrático? Por ejemplo, las pensiones a la española siguen haciendo reír o llorar, y jubilarse en España es una tragedia similar a la de la vejez entre los esquimales. La reconversión industrial se ha hecho o se está haciendo en el mundo industrializado con costes sociales relativizados si los comparamos con los costes sociales que va a tener en España.

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Y en estas condiciones de poquedad asistencial o distributiva, la austeridad no puede imponerse desde una prepotencia cientifista, y la respuesta de la calle es lógica, respuesta hasta ahora moderada por ese clima general de amedrentada supervivencia, pero también por el papel estabilizador cumplido por las centrales sindicales y los partidos de izquierda. El Gobierno se comporta como si no hubiera otra política posible, instalado en la seguridad de que no hay alternativa, ni a su derecha ni a su izquierda, y de que puede conservar los 10 millones de votos de respaldo porque en 1986 seguiIrán siendo menos los parados que los por parar. Tal vez de esa instalación en la invulnerabilidad se deriva una alternante utilización del mutismo o del latín, que es otra forma de mutismo. La política económica gubernamental se explica por enterados y para enterados, es un latín para brillantes brujos poseedores de la -magia que cierra fábricas o agrava créditos y que cuando, como el sacristán de Divinas palabras, dicen: Qui sine peccato est vestrum, primus in illam lapidem mittat esperan que, las masas se miren entre sí estupefactas y lleguen a la misma conclusión que Serenín de Bretal en la obra de Valle-Inclán: ¡Sellar la boca para los civiles y aguantar mancuerna!

Trescientos mil manifestantes movilizados por las últimas protestas contra la reconversión industrial demuestran que el latín, las palabras divinas, no ejercen ya un poder disuasorio suficiente para un número importante de víctimas de una determinada política economica. Hay quien se toma la libertad de traducir el latín por su cuenta, y reconversión industrial se le convierte en desmantelamiento industrial y, por tanto, en paro, en paro irreversible y en un Estado con pocos recursos para convertir a los parados ni siquiera en vitalicios rentistas de la miseria. No es para tanto, dicen los brujos, porque hay mucha economía sumergida. Más latín. Si se traduce economía sumergida del latín quedará en explotación clandestina de la fuerza de trabajo, 200 años, casi 200 años después del origen del movimiento obrero, 200 años para llegar a esta ceremonia del eufemismo, en la que los trabajadores se dividen en reconvertidos, reconvertibles y sumergidos.

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