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Clima bélico como en los peores días de la invasión israelí

La capital de Líbano vivió el pasado fin de semana en un ambiente bélico semejante al de los peores días de la invasión israelí en el verano de 1982, que vació las calles de casi todos sus barrios, forzando a sus habitantes a pasar largas horas en los sótanos o plantas bajas de sus viviendas, de las que sólo salían durante las breves treguas para abastecerse.Los beirutíes formaron largas colas ante las panaderías y tiendas de ultramarinos para hacer acopio de alimentos en previsión de una posible prolongación de los combates, a pesar de que el ministro dimisionario de Economía y Comercio, Ibrahim Halaul, reiteraba que no había penuria y amenazaba con sanciones a los panaderos que aprovechen las circunstancias para aumentar abusivamente sus precios.

El sector oriental y cristiano de Beirut ofrecía estos últimos días el espectáculo de una ciudad fantasma con casi todas sus tiendas cerradas y sus calles vacías, en las que sólo circulaban vehículos militares y ambulancias, mientras miles de refugiados chiitas procedentes de los suburbios meridionales sumergían el centro de la zona occidental de la capital en busca de pisos vacíos o casas en construcción donde alojarse.

Numerosos incidentes estallaron entre refugiados y propietarios inmobiliarios reticentes a acogerles que, a veces, sólo se solucionaron recurriendo al empleo de las armas.

Otros libaneses chiitas huyeron de sus casas en dirección al sur del país, donde el Ejército israelí, que ocupa la cuarta parte de Líbano, se mostró sorprendentemente flexible a la hora de dejarles entrar en las regiones bajo su control. Paralelamente, el Tsahal (fuerzas armadas de Israel) se descargó parcialmente en Sidón, la capital de Líbano meridional, del mantenimiento del orden que asume ahora la milicia proisraelí del fallecido Saad Haddad.

Por tercera noche consecutiva, el ruido de las explosiones impidió dormir Incluso a los habitantes del centro de Beirut. Los residentes en el centro pudieron disfrutar de luz porque la ruptura de numerosos cables privó por completo de electricidad a gran parte de la ciudad, pero permitió dirigir la corriente sobrante a barrios céntricos que han dejado de estar sometidos al estricto racionamiento de seis horas de fluido eléctrico al día.

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