_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El humor en la vida

Decía un gran pensador y literato, el francés Sartre, que este mundo estaba hecho en Occidente de burgueses, o de aspirantes a burgueses, que se caracterizaban por una aburrida seriedad. Los predecesores de estos occidentales de hoy fueron aquellos tristes puritanos protestantes, cuya figura principal fue el terrible Guillermo llamado el Taciturno.En cambio, otro pensador, el católico Chesterton, dejó precisamente las filas del protestantismo inglés porque no podía hacerse a una religión tan triste como aquélla; y descubrió las esencias del cristianismo en aquella Merry England del Medievo, como lo fue la alegre Albión anterior al siglo XVI. Le pareció a Chesterton que el cristianismo era alegría, deseo de vivir, entronización del juego en la religión, y aceptación de todo lo que es natural, humano y espontáneo. Descubrió que sobre un cristiano antiguo -principalmente, oriental- no planeaban las oscuras nubes de la preocupación, la angustia del pecado y la obsesión de la penitencia. Todo lo creado era bueno, y aun "muy bueno", como dice la Biblia en su primer libro sagrado, el Génesis.

Pero seríamos injustos si no confesásemos los cristianos españoles que esto era así entre nosotros hace siglos; pero el malhadado siglo XIX, con su rigidez y misoginia, nos estuvo convenciendo a los creyentes españoles de: todo lo contrario: la mujer era "la puerta del infierno", como la había estigmatizado el severo Tertuliano hacía 16 siglos; el placer tenía siempre un regusto de pecado, según enseñó poco después san Agustín, más influido por el maniqueísmo que por el cristianismo evangélico de un Jesús que, como buen judío, jamás olvidó la enseñanza del Talmud, que sostiene que "el Señor nos juzgará al final de nuestras vidas por los placeres legítimos que hayamos dejado de disfrutar".

Muchos, santos cristianos antiguos, como san Francisco, fueron unos santos alegres, ya que su lema fue que "un santo triste es un triste santo", como observaba san Francisco de Sales.

Por tanto, nuestro patrono pagano no puede ser nunca el lloroso filósofo Heráclito, que sólo veía tristezas y dolores en el mundo, sino el sonriente Demócrito, que llegó a ser considerado como un loco (igual que le consideraban a Jesús sus parientes) por su crítica humorística de las tonterías humanas que veía a su alrededor, y por su buen espíritu relajado y sin preocupaciones. Su observación de los disparates que nos hacen desgraciados a los hombres es bien significativa: "Cuando los hombres viven en paz", decía, "codician la guerra...; cuando son pobres y necesitados, buscan riquezas, pero no las gozan cuando las tienen, sino que las esconden bajo tierra o las malgastan". Es verdad todo lo que describe el filósofo de la risa sobre nuestras vidas afanosas de tener cada vez más y saber disfrutar cada vez menos de lo que ya tenemos. Por eso dice Demócrito a su contemporáneo el médico Hipócrates: "Te agradecería que no reprendieras mi risa, percibiendo tantas cosas locas en los hombres".

A nosotros nos falta hoy sólo una cosa: reírnos de nosotros mismos, cuando caemos en las mismas locuras angustiadas que, ayer y hoy, aterran a los demás. No hay cosa más sana que reírse de sí mismo distendidamente, de los errores, preocupaciones y obsesiones que no nos dejan tranquilos, porque siempre pretendemos ser importantes y no queremos confesar nuestros fallos y defectos sin creernos por eso monstruos de maldad; ni sabemos tampoco quitamos la falsa careta que oculta nuestra frágil naturaleza sin caer en el abatimiento, porque somos demasiado orgullosos de la errónea imagen que queremos representar ante los demás y ante nosotros mismos, viviendo en una perpetua postura esquizoide.

Este panorama es el que produce cada vez más tensión en el mundo, más agresividad, más lucha competitiva, y enfrenta a unos contra otros, produciendo las altísimas cotas de violencia que padece la sociedad actual.

Tendríamos, por tanto, que modificar nuestras anteojeras y recordar la conclusión a que aboca la personalidad de Segismundo en La vida es sueño: todo depende del cristal con que se mira. Nuestra manera de mirar -como le ocurrió a su nivel a Segismundo- es hoy equivocada, porque no miramos con los ojos puros y limpios para conocer la realidad, sino a través de la nube de lo que nos enseñan que debemos ver o nuestros maestros o nuestro carácter; y, sobre todo, lo que nos inducen a ver la propaganda, la publicidad, y los intereses ideológicos, que empañan nuestra vista para que miremos y, sin embargo, no veamos lo que tenemos ante nuestros ojos. Ya no conocemos las cosas, sino su falso reflejo en esos anteojos artificiales que llevamos colocados ante nuestra vista, y que nos engañan constantemente.

Así, en este juego de seriedades falsas, vivimos los humanos. Nuestra avidya (nuestra ignorancia, según la concepción hindú) hace que vivamos en la falsa ilusión de la realidad. Todo es ilusorio, es maya, según el Vedanta, gracias a nuestro falso modo de ver las cosas y las personas. "Dios -en cambio- juega al mundo", como enseña esta filosofía; no lo toma en serio como nosotros. Se ríe de nuestras seriedades, y del personaje que siempre estamos representando.

Pensemos que al final de la vida no encontraremos un pesado cielo de santurrones, sino algo más divertido y menos solemne; porque allí "todas las criaturas conocerán el placer, el amor y la alegría; y reirán contigo, y tú con ellas, incluso corporalmente", como enseña el alegre Lutero, a diferencia del serio Calvino, que tanto ha influido para mal en el protestantismo latino.

Renovemos nuestra tradición cristiana alegre y sin pesadumbres de heredado pecado original, planeando sobre nuestras acongojadas vidas. Porque para la tradición católica española -representada por los jesuitas Molina y Suárez-, el pecado original no nos quitaba nada de nuestra positiva naturaleza, sino sólo nos dejaba sin el suplemento sobrenatural de la gracia que, por otro lado, Jesús había recuperado nuevamente para todos nosotros a través de su redención, de la que no excluía a nadie.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_