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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Guerra a la heroína

Un alto cargo policial acaba de decir sobre los traficantes de heroína mortalmente adulterada: "No podemos encarcelarlos, pero interceptamos las papeletas de heroína y las analizamos para saber sí existe peligro para los adictos a esta peligrosa droga". Esta frase es expresiva de lo mal que se está enfocando el problema. Porque no es cierto que no se pueda encarcelar a los traficantes: se puede y se debe hacerlo. La ley obliga a ello, y castiga no sólo a quienes venden, sino también a quienes debiendo perseguir a los traficantes no lo hacen, ya sea por interés, negligencia, incapacidad o pusilanimidad.Hace unos días, en mi condición de abogado, defendí a un muchacho confeso de robo para comprar heroína. Ahora lleva seis meses luchando contra el hábito, y se somete tres veces por semana a análisis que garantizan su alejamiento de la droga. Pese a ello, cuando se aportaron en el juicio los certificados que reflejaban estos esfuerzos, el juez no los admitió. Esto me parece grave, tanto como que un policía diga públicamente: que no se puede encarcelar a los traficantes. Ambas opiniones reiteran que no entendemos lo que ocurre. Que a la policía le interesa sobre todo detener a los delincuentes de siempre, y que a los jueces les importa primordialmente castigar ciegamente a quien ha infringido una norma, por lo menos en líneas generales y salvando excepciones notables. Aquí el problema de la heroína merece mayor atención. Hay que atacarlo inteligentemente y de raíz, mientras lo hecho hasta ahora ha consistido en castigar a culpables secundarios mientras los verdaderos responsables se enriquecían escandalosamente. Hay que concienciar rotundamente a la opinión pública de que la heroína, a diferencia de otras drogas, es sustancialmente mala. Y hay que concienciar a las fuerzas de seguridad para que entiendan que el origen de la mayor parte de los delitos contra la propiedad no está en la maldad intrínseca de los delincuentes, sino en la trampa que unos desalmados están tendiendo cada día a personas normales, quizá los menos aptos para defenderse con éxito en la sociedad actual. /

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