Coruñeses y montevideanos
En Montevideo hemos tenido siempre tantos gallegos que cuando ahora vamos a Galicia nos parece estar entre montevideanos. Hace pocos días pude comprobarlo personalmente en La Coruña, con motivo de la reedición facsímil de la revista Alfar, supervisada por César Antonio Molina, y de la semana conmemorativa que allí se llevó a cabo. Es claro que la afinidad no está sólo en los rostros y en la actitud acogedora, sino también en el aire salitroso, en la condición de ciudad portuaria, en la avenida de La Marina tan semejante a nuestra Rambla costanera, y hasta en la misión orientadora de los respectivos faros que aquí y allá reciben y/o despiden a los emigrantes que, en lo que va de siglo y por muy diversas razones, se cruzan o se suceden sobre el océano.No es casual que los compatriotas que hallé en tierra coruñesa me parecieran los más integrados y campantes de todo el exilio uruguayo desparramado en España. Tampoco es casual que haya muchos gallegos habituados al mate amargo ni que uno de los uruguayos me regalara un casete del conjunto musical Milladoiro. Hay un buen número de gallegos que, después de vivir felices en un Uruguay acogedor y democrático, luego, cuando sobrevino la dictadura militar y se agudizó la crisis económica, volvieron a su tierra de origen, pero trayendo consigo, además de sus hijos uruguayos, los hábitos adquiridos en la otra orilla del Atlántico y hasta sus fervores futbolísticos por Peñarol o Nacional.
La presente recuperación de Affar documenta, entre otras cosas, la evidente capacidad de comunicación entre montevideanos y coruñeses. En los años veinte fueron sectores coruñeses los que hicieron cultural y materialmente posible la aparición y continuidad de Affar y de su antecesora la Revista de Casa América-Galicia, pero fueron dos montevideanos, el poeta Julio J. Casal (por ese entonces cónsul de Uruguay en La Coruña) y el pintor ]Rafael Barradas, quienes dieron el impulso artístico y el hoy tan elogiado carácter abierto y plurilingüe a la publicación.
Basta recorrer la nómina de colaboradores regulares para apreciar el notable nivel de la doble vertiente española / hispanoamericana. La primera (que incluía lenguas regionales y escritores gallegos como Julio R. Yordi, Alonso Castelao, Vicente Risco, Ranión Cabanillas y Antonio Noriega Varela, así como los pintores Álvaro Cebreiro, Luis Huici y Francisco Miguel) proporcionó a Alfar textos inéditos de Alberti y Francisco Ayala, ambos presentes en la conmemoración, Aub, Azaña, Azorín, Bergamín, Gerardo Diego, D'Ors, Guillén, Machado, Miró, Unamuno, etcétera, y la obra gráfica de Maruja Mallo, Benjamín Palencia, Gregorio Prieto y Moreno Villa; en tanto que la segunda vertiente aportó los nombres de Borges, Girondo, Huidobro, Juan a de Ibarbourou, Alfonso Reyes, Vallejo, Hernández Catá y tantos otros.
La vocación de organizador cultural que siempre desarrolló Casal el genio artístico de Barradas, así como los amplios nexos que ambos tenían en América Latina, hallaron un complemento ideal en esa Coruña imaginativa. y viajera que siempre miró hacia el mar. Como señaló Torrente- Ballester (él y Camilo José Cela acompañaron a sus coterráneos en esta celebración), la cultura gallega en los años veinte "estaba relacionada con Europa, que era el mundo, y con el mar, que era América".
Para Nelson Marra y para mí fue todo un acontecimiento encontrarnos en la exposición Alfar y su época, montada en el ayuntamiento, con estupendos cuadros de Barradas que nunca habíamos visto, en su mayor parte pertenecientes a colecciones privadas de Barcelona, donde el pintor uruguayo residió desde 1913 a 1918 y desde 1925 a 1928 (murió en 1929, en Montevideo, cuando sólo tenía 38 años). Desde el Despertador vibracionista hasta el Figurín cubista; desde el Retrato de Carmen hasta la esplendorosa Evocación del 1900 con señorita al piano, está allí vitalmente presente toda la trayectoria de Barradas, con sus ¡nocultables rastros de cubismo y futurismo, pero sobre todo con su aire melancólico y sus toques de humor lírico. La muestra incluye una carta que aún hoy entristece: varios artistas españoles la dirigen el 29 de julio de 1928 al embajador uruguayo en Madrid, a fin de reclamar ayuda económica para el pintor, sumido en la pobreza y gravemente enfermo.
En cuanto tiene relación con su prestigio actual, el caso de Julio J. Casal se distancia del de Barradas, cuyo nombre integra, junto a Pedro Figari y Joaquín Torres García, nuestro indiscutible trío de grandes pintores. Es obvio que como poeta Casal no tuvo la envergadura de algunos de sus más célebres colaboradores. Quizá se demoró demasiado en un modernismo decadente antes de asumir el tono y el estilo que más se adecuaban a su temperamento, algo que él mismo definió como "conversar con las cosas pequeñas, hablar con voz distante, íntima, de infancia". En ese camino, no hay duda de que su mejor exponente fue Cuaderno de otoño, libro publicado en 1947, cuando el autor estaba próximo a los 60 años. Ahí aparece un ser entrañable, que disfruta (y a la vez se conduele) con las imágenes de la vida y el paisaje cotidianos. De todos modos, como escribió Domingo Luis Bordoli, "su patria poética es España y, sobre todo, el alma tierna de Galicia".
Hay, sin embargo, otra región cultural en la que Casal precisa ser reivindicado y que va más allá de su creación individual. Me refiero a su capacidad de movilizar empresas literarias y artísticas. Una de ellas (sin lugar a vacilaciones, la mejor) fue la etapa coruñesa de Alfar, pero ésta es justamente la que menos se conoce en Uruguay. Allí se le ha juzgado sobre todo por su voluminosa Exposición de la poesía uruguaya (1940), selección que en verdad fue muy poco exigente. El propio autor confesaba en el prólogo que en el tomo había pocos nombres que merecían estar en una antología ("10 a lo sumo"), pero la verdad es que incluyó a 313. La etapa uruguaya de Alfar (1928-1955) se resintió asimismo de esa falta de rigor.
Creo que de todos los invitados a los actos conmemorativos celebrados en La Coruña, soy uno de los pocos que allá por los años cuarenta y cincuenta conoció personalmente a Casal. Puedo atestiguar que era un hombre poco menos que candoroso, a quien cada vez le resultaba más dificil negarse a publicar el aluvión de malos versos con que le asediaban muchos de sus colegas y coetáneos. Cuando él elegía al colaborador, el resultado era generalmente digno, pero cuando el colaborador le elegía a él, las consecuencias solían ser lamentables.
Hay una anécdota que desde hace años integra el folklore literario montevideano y que la transmito al lector no uruguayo con la advertencia de que Casal sabía perfectamente de cuántos versos constaba un soneto. En cierta ocasión, Casal caminaba por la calle de Sarandí y se encontró con uno de esos vates tozudos e inexistentes ante quienes experimentaba un auténtico pánico. El colega le dijo, a bocajarro, que le iba a enviar "una oda y varios sonetos" para que los incluyera en el próximo número de Alfar. Casal se aterrorizó, pero no encontraba cómo rechazar a aquel colaborador crudamente espontáneo. Empezó a explicarle que ese número ya estaba a punto de salir y que era imposible incluir un material tan extenso. Pero el otro insistía, sin piedad ni autocrítica; al final, exhausto y vencido, Casal sólo encontró un resto de ironía para decirle entre dientes: "Bueno, está bien, mándeme entonces un soneto, un solo soneto, pero, por favor, que sea breve".
Así era Casal. Aun en esa etapa de sus debilidades, se rescataba por el humor, como una forma de compensar las concesiones que hacía, a contrapelo de su juicio crítico. Por eso, el día en que esta exposición y los cinco volúmenes de la reedición facsímil puedan llegar a Uruguay, será importante para el público local, pues servirá para recuperar la imagen del verdadero Casal, ya que ahí está la prueba de que efectivamente fue el excelente y riguroso director de una de las revistas culturales más significativas de los años veinte.
Es claro que quizá convenga esperar para llevar a cabo ese homenaje en la ciudad natal de Casal y Barradas, ya que uno y otro darían una triple voltereta en sus tumbas si su querida y hoy rescatada Alfar sirviera de algún modo de pretexto para que la ramplona tiranía se vistiera de culta. Ya llegará el momento en que los paisanos de Julio y Rafael dejen de sonar sus cacerolas, y al asomarse, en plena libertad, a esa linda ventana uruguaya que fue Alfar puedan disfrutar de un paisaje humano y de un aire salitroso que son coruñeses sin dejar de ser montevideanos.
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