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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Cataluña, vista desde dentro

A la salida del marasmo de la dictadura, Cataluña, como España, o Euskadi o Galicia, intenta encontrarse a sí misma, según el autor de este trabajo. En España hay cuatro naciones en coexistencia, en su opinión, y encontrar el encaje ideal entre potencialidades y tensiones es el desafío político que tiene ahora planteado el país. Para resolverlo, es preciso examinar Cataluña desde dentro, pues su nacionalismo no es reductible a un solo partido y los resultados culturales no se pueden calibrar fácilmente desde el exterior.

Debo decir, ante todo, que me acojo al deseo claramente explicitado por el autor del artículo de Cataluña vista desde el resto de España, publicado en EL PAÍS el día 8 de enero, de enhebrar diálogo sobre el tema, aunque mucho me temo que sobre Cataluña, como sobre Euskadi, no ha habido, ni hay todavía lamentablemente, auténtico diálogo. Éste ha sido y viene siendo, a lo sumo, como diría Ortega y Gasset, un tema de conllevancia. Los políticos han debido de aplicarle siempre, antes y ahora, fórmulas de negociación, audaces prácticas de serpenteo, sesiones larguísimas de toma y daca. El resto de los ciudadanos, de una parte y de otra, por regla general, se ha quedado preso de tópico, del prejuicio y de otras formas de ignorancia mutua. Diálogo propiamente dicho, en el que Cataluña y España hayan vaciado lo que piensan y sienten sobre su voluntad o no de convivencia en plenitud y en paz, pocas veces ha ocurrido.Una reflexión personal, serena y atenta, a propósito de las apreciaciones de Juan Luis Cebrián, me lleva a las siguientes sugerencias, sin ánimo alguno de polémica.

1. Cataluña vista desde el resto de España es y será siempre una Cataluña vista desde fuera, una Cataluña inasible y nunca del todo comprensible. Hay que reconocer con todo, que para un catalán es interesante, saludable y, sobre todo, necesario conocer esa visión extrínseca, entre otras razones porque, mírese como se mire, del derecho o del revés, parece que continúa siendo cierta aquella afirmación del historiador Vicens Vives, de hace ya más de 20 años, según la cual: "El futuro de Cataluña lleva consigo, nolens volens, el futuro de Castilla y el de España".

2. El que mira y observa la realidad compleja de un ser vivo -y un país es eso, un ser vivo- no puede olvidar que lo decisivo es la perspectiva desde el interior. La clave de interpretación de un país está en la entraña de su ser, en el alma, ese sitio ilocalizable, pero omnipresente en la acción y en la pasión, en donde se albergan todos los elementos de su esencia, en donde se disparan todos los resortes de su existencia. A uno le gustaría que alguien de fuera hiciera el arduo, pero no imposible, trabajo de mirar a Cataluña no desde fuera, sino desde ella misma. Es decir, a partir de su historia, de su lucha por la supervivencia como comunidad diferencial en el marco hispánico. A saber, asumiendo en carne propia el legítimo derecho a no ser asimilado por nadie, a no ser protegido, ni tutelado, ni constreñido, ni limitado, ni dominado por nadie. Respetando la justa aspiración que todos los pueblos tienen a ser ellos, a determinar su presente, a escoger su futuro. Ése sería un esfuerzo formidable que daría pistas hasta hoy inconcebibles para llevar el diálogo a fórmulas todavía inéditas de convivencia satisfactoria entre los pueblos hispánicos.

3. Se da la coincidencia de que a la salida del marasmo de la dictadura, y aprovechando los vientos favorables de la democracia, no sólo es España la que intenta encontrarse a ella misma. También Cataluña, también Euskadi, también Galicia. Son cuatro naciones que andan en busca de su plena identidad. Ésa es la cruda realidad. Dejémonos de monsergas, de eufemismos y de inventos de gabinete jurídico-político. Aquí hay cuatro naciones en coexistencia: España, Cataluña, Galicia y Euskadi. Tres de ellas -Cataluña, Galicia y Euskadi- con problemas agobiantes de identidad y de supervivencia. La cuarta, España, con viejos y nunca del todo resueltos problemas de cohesión respecto a algunos de los diversos entes diferenciales que la componen y la configuran. Cómo deben tratarse las piezas de este puzzle de naciones para encontrar el encaje ideal que permita sumar sus potencialidades propias y evitar el desgaste de las tensiones mutuas, es un desafío que los políticos, en esta hora histórica, deben asumir. El Estado de las autonomías fue una fórmula para salir del paso, pero sería un craso error creer que ésa es la solución satisfactoria para la estructuración de un Estado plurinacional. La existencia histórica acumulada y el empleo pragmático de la razón le convencen a uno de que tanto más perfecta será la unidad de España cuanto mayor sea el grado de libertad en que se desarrolle la vida de las naciones que la conforman.

4. Afirma el articulista que "siempre ha pensado que los nacionalismos han sido una lacra para las sociedades" por sus tendencias separatistas y sus actuaciones agresivas. ¿Es esta apreciación también aplicable al nacionalismo español? Porque si así es, puede que también vascos y catalanes sientan el peso sofocante de un nacionalismo vecino expansionista y separador. Por si sirve de tranquilizante, diré que el nacionalismo catalán pertenece a la única clase de nacionalismo que el articulista parece considerar aceptable, que es aquel que surge en una sociedad "como expresión de resistencia al imperialismo de otra", que responde a la "necesidad de defensa de una agresión externa" y que "contribuye a la formación de un tipo de solidaridad y colaboración entre los hombres". El nacionalismo catalán es, efectivamente, un nacionalismo defensivo, nada amante de la fuerza ni amigo de la violencia, pero no por ello menos vigoroso, que engendra solidaridad entre los ciudadanos del ámbito que ocupa.

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No es un partido

5. No acaba uno de comprender cómo puede afirmarse que el nacionalismo catalán se ha convertido en un partido político determinado. Si atendemos las características que le definen, el nacionalismo catalán no es partidista. Cosa distinta es que, a tenor de unas circunstancias determinadas, un partido concreto reclame para sí la posesión de la quintaesencia de ese nacionalismo. A decir verdad, como bien observa el articulista, "todos los partidos de Cataluña se confiesan y quieren nacionalistas". Con gradaciones distintas, sin duda con estrategias diferentes, excepción hecha -cómo no- de los aliancistas de Fraga Iribarne, en Cataluña todos los partidos son nacionalistas, y debemos suponer que se encargarán de demostrarlo el día que detenten el poder autonómico. Si eso es así, y si es cierto que "cuanto más poderoso es el aparato administrativo y la organización de poder que los nacionalismos tienen a su alcance, más peligrosos resultan para los otros nacionalismos", debemos inferir que, gobierne quien gobierne en Cataluña, el poder nacional catalán será siempre sometido, gobierne quien gobierne en Madrid, a una estrecha vigilancia y a un estricto control.

6. Por último, hay en el trabajo que comentamos una verdadera preocupación por un presunto declive cultural de Cataluña y una no menos presunta defección de Barcelona en el quehacer cultural español. Por lo visto, Barcelona ha dejado de ser lo que era: avanzadilla progresista, correa de transmisión de corrientes ideológicas y artísticas procedentes de Europa, y cosas por el estilo. No sabe uno qué parámetros se utilizan para medir la vitalidad y el dinamismo del actual momento cultural de Cataluña. Es posible que el peso cultural de Barcelona en el conjunto de España sea hoy inferior al de los últimos años de la dictadura, en beneficio del de Madrid. Desde mi punto de vista, este fenómeno no es grave y no hay que rasgarse la vestiduras. No, Cataluña no se ha vuelto de pronto triste, pequeña, provinciana, ininteresante. Tampoco está ensimismada, a no ser que se califique de ensimismado a quien está haciendo el esfuerzo de recomponer su figura, de rehacer los cimientos del edificio colectivo, de recuperar el tiempo que le ha sido robado a punta de bayoneta o de leyes injustas. Son muchos los catalanes -de nacimiento y de adopción- los que están empeñados en sacar adelante este país, en reconstruir pieza por pieza su entidad colectiva vejada, maltratada hasta la saciedad. En el aspecto cultural se trabaja mucho, se trabaja duro. Sin presionar y sin violar los derechos de nadie. Este trabajo en intensidad y en profundidad va a dar -mejor, está dando- unos resultados para la cultura hispánica, entendida como suma de culturas diferenciadas, unos resultados que, quizá por ahora, son difíciles de medir desde posiciones extrínsecas. Porque todo eso sólo se percibe, se entiende y se valora cuando se mira a Cataluña, no desde el exterior, sino desde dentro mismo de su entraña.

Josep María Puigjaner es periodista, licenciado en Filosofía y Letras y miembro del club Arnau de Vilanova.

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