El 'boom' del ordenador personal hace estragos en el Reino Unido
El hombre que inventó la primera calculadora, de bolsillo, la primera minitelevisión, el primer reloj digital al alcance de cualquier bolsillo y el ordenador más barato de la historia no es un japonés, ni tan siquiera un norteamericano, sino un británico, Clive Sinclair, que tiene sólo 43 años y que nunca estudió en la Universidad Sinclair ha creado un ordenador doméstico del que se han vendido más de dos millones de unidades y acaba de lanzar un nuevo modelo, para uso fundamentalmente de oficinas y escuelas, por el increíble precio de 399 libras esterlinas (unas 87.000 pesetas), varias veces más barato que el modelo equiparable de la IBM.
Hace sólo cuatro años, Clive Sinclair era un hombre con ideas, pero poco afortunado en los negocios. Hoy, su empresa, Sinclair Research, con menos de 50 empleados, casi todos investigadores, cierra sus balances con el beneficio bruto de más de 3.000 millones de pesetas.
El prodigio se debe fundamentalmente a la habilidad y al genio de este hombre, para el que la pregunta más importante es: ¿cómo se puede hacer esto más pequeño, más barato y más bonito? Aplicado al campo de los ordenadores, Clive Sinclair -que ostenta ahora el título de sir- logró el Spectrum -un ordenador de 340 gramos de peso, tamaño holandesa y el equivalente a menos de 22.000 pesetas-, que se puede conectar a la pantalla del televisor y que es capaz, convenientemente programado, de realizar más de 200 funciones. El inventor intuyó que rompiendo la barrera de las 100 libras existía un enorme mercado potencial para un producto de este tipo: profesionales, pequeños comerciantes, ejecutivos que pueden meter su memoria en la cartera y hasta padres angustiados por los deberes de sus hijos. El ordenador puede solucionar los problemas de todos ellos: todo consiste en saberlo programar..
Aprender a programar
Sinclair acompaña la pequeña caja negra con un manual de instrucciones. Algunos pensaron que era una locura, pero la realidad ha demostrado que, bien al contrario, infinidad de personas compraban el Spectrum para aprender a programar. En poco más de un año se han vendido más de un millón de unidades; la mayor parte, por correo. Sólo ahora Sinclair ha aceptado que una red de tiendas de electrónica ofrezca directamente el producto. Más aún, el Spectrum ha llegado a Estados Unidos y al mercado japonés, lo que supone algo así como lograr vender neveras a los esquimales.El siguiente paso ha sido un modelo más sofisticado, el Quantum Leap, que acaba de ser presentado en sociedad. El aparato -que cuesta 399 libras sin pantalla- pretende hacer la competencia directa al PC (personal computer) de la IBM y al lle de la Apple. El PC cuesta 2.540 libras (más de medio millón de pesetas), y el lle, 972 (más de 200.000). Además, su memoria es de 128 K y cuenta con 32 microprocesadores, mientras que sus competidores tienen sólo 64 K y oscilan entre ocho y 16 bits. Sinclair cree que antes del verano próximo se estarán vendiendo 20.000 unidades al mes y que en un año se pueden alcanzar los 100.000 ordenadores mensuales. En este caso, como en los anteriores, las ventas se realizarán por correo y tras una masiva campaña de publicidad y mercadotecnia.
La batalla se presenta ahora más difícil que nunca para el atrevido inventor británico. Los grandes gigantes del mercado de ordenadores empiezan a pensar que dejaron descubierto un flanco que resulta muy productivo. Mientras Sinclair se limitó a vender en el Reino Unido y en algunos puntos -pocos- del resto del mundo, el mercado no se agitó demasiado pero la continua renovación de los inventos de Sinclair y su intento de acaparar otras partes del mercado comienzan a inquietar a las multinacionales.
Cada vez más pequeños
Mientras tanto, el inventor británico -que subcontrata sus hallazgos con otra compañía para que los produzca en cadena- continúa ideando productos electrónicos más baratos y pequeños: casi al mismo tiempo que el Quantum Leap ha salido al mercado británico una minitelevisión que vale menos de 18.000 pesetas, y continúan a ritmo acelerado las investigaciones para poner a punto el sueño dorado del inventor: un coche eléctrico competitivo.Clive Sinclair merecía ser norteamericano, dicen algunos de sus amigos estadounidenses. Su historia, en efecto, se parece mucho a la del típico self made del otro lado del Atlántico. Hijo mayor de un ingeniero mecánico, nació en Londres y fue a 13 colegios distintos. A los 17 años dio por terminados sus estudios académico, empezó a aprender electrónica por su cuenta y entró a trabajar como periodista especializado en una revista británica. A los 22 se estableció por su cuenta, vendiendo por correo una radio transistor del tamaño de una caja de cerillas. Sus ideas -el reloj digital barato y el ordenador de bolsillo- no constituyeron grandes éxitos financieros porque, antes de que lograra producirlos en suficiente calidad y cantidad, fueron copiados por grandes compañías japonesas o norteamericanas. En 1978 llegó a un acuerdo con la National Enterprise Board, pero la asociación fue un fracaso y Sinclair se volvió a establecer como independiente poco tiempo después. Su irrupción en el mundo de los ordenadores constituyó el golpe de fortuna decisivo. "Yo no tengo capacidad de organización y soy físicamente un vago, así que no puedo montar una fábrica", reconoce públicamente el inventor. Afortunadamente, Sinclair encontró en las instalaciones de Timex en el Reino Unido el aliado ideal.
Delgado, pelirrojo, semicalvo y miope
Clive Sinclair -delgado, pelirrojo, semicalvo y miope- no es capaz, ni quiere, de sentarse 12 horas a una mesa. Todas las mañanas corre un buen rato por los alrededores de su casa -se dice que ha participado en alguna maratón-, lee con atención los periódicos -los conservadores son sus favoritos- y escribe artículos para revistas especializadas. Por la noche lee libros (especialmente, poesía; si es de Yeats, mejor). "No tengo gustos caros, no me atraen los yates o los viajes exóticos; prefiero unas vacaciones tranquilas, ir al teatro con amigos o quedarme en casa pensando. Mi trabajo me apasiona". En algún momento pensó volver a la Universidad para estudiar matemáticas, pero después decidió que no le merecía la pena perder el tiempo en una formación estrictamente académica. "Las matemáticas siguen siendo mi hobby favorito", afirma.
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