Casilda Blanco Losada, la 'abuela' de Madrid
Cumplió ayer 110 años en una residencia de ancianos de Carabanchel
Casilda Blanco Losada, viuda, natural de Ponferrada (León), cumplió ayer 110 años. La abuela de Madrid, que no tiene nietos, nació el 19 de enero de 1874, según reza en su carné de identidad. Es una mujer frágil y delgada, con unos profundos ojos azules y el rostro surcado de arrugas. Ha estado casada en dos ocasiones, ha tenido seis hijos, de los que tres murieron al nacer, y ahora su única familia es una hija de 71 años, que se encuentra enferma y que ayer celebró con ella la fiesta de cumpleaños en la residencia de ancianos donde Casilda se encuentra internada, en el número 177 de la calle del General Ricardos, en el madrileño distrito de Carabanchel.
Casilda, que físicamente se encuentra bien, aunque se desplaza en una silla de ruedas, recibió ayer encantada los regalos de su cumpleaños: un camisón amarillo adornado con puntillas, un frasco de colonia y una tarta para el postre. Está sorda, pero todavía es capaz, con alguna dificultad, de mantener una pequeña conversación y de identificar a las personas con las que convive. "Cumplo muchos, muchos años", decía ayer, sin poder precisar cuántos.Mientras Casilda posa para el fotógrafo con cierta coquetería femenina, sor Patrocinio, una de las religiosas Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl que se encargan de su cuidado, afirma que "come sola y no se hace sus necesidades en la cama. Sobre todo le gustan los dulces y los yogures, de los que quiere conservar siempre el envase porque no entiende cómo pueden tirar a la basura algo tan bonito y tan práctico".
A Casilda, que ha vivido bajo dos repúblicas, dos monarquías y dos dictaduras, de ninguna de las cuales guarda preciso recuerdo, sólo le interesa ahora estar con su hija. "Con verla de vez en cuando me pongo contenta", afirma. Y luego pide a las blancas, que es como ella denomina a las religiosas, que repartan la tarta entre todos los enfermos. "De pequeña no comía cosas tan ricas", dice, mientras suelta una espléndida carcajada cuando le cantan las auxiliares de clínica lo de cumpleaños feliz, deseándole que cumpla muchos más.
Casilda Blanco ha trabajado lo indecible, "haciendo colchones de lana con varas, preparando embutidos y lavando ropa en el río. Entonces me pagaban con céntimos". A comienzos de siglo se trasladó a Barcelona, donde trabajó como sirvienta y ama de cría.
Después volvió a Ponferrada, su pueblo natal, y allí permaneció con uno de sus hijos hasta que éste falleció. Otro, "que era militar", murió durante la Guerra Civil. Su hija Esperanza Ovalle se la trajo a Madrid hace nueve años. Las dos han vivido solas en un piso del número 63 de la calle de Arriaga, subsistiendo con las pensiones de 8.000 pesetas del Fondo de Asistencia Social por Ancianidad y con lo que les dejaban los huéspedes de la pensión pirata que montaron en su vivienda, porque les sobraban habitaciones.
El pasado año, Esperanza Ovalle fue ingresada en un hospital para operarse y no tuvo más remedio que internar a su madre en un asilo, donde desde entonces transcurre plácidamente su vida con 500 ancianos más, uno de ellos de 102 años. Casilda Blanco se levanta muy temprano, pasa el día sentada en su silla de ruedas -mirando al infinito, como sus compañeras- y a las 17 horas vuelve a la cama. El menú de ayer en la residencia de ancianos consistió en macarrones, lomo con patatas y tarta.
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