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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La seguridad y las discotecas

EL CIERRE masivo de discotecas por orden de algunas autoridades después del incendio de una en Madrid parece una solución más supersticiosa que racional de un problema que tiene una escala mucho mayor. Existen, efectivamente, unas leyes y disposiciones sobre seguridad y orden público en los lugares de aglomeración y en gran parte no se cumplen: hay una desidia y a veces una imposibilidad en los propietarios, pero la hay también en la autoridad y muchas veces en sus agentes menores, que han permitido su apertura y su funcionamiento durante años sin excitar al cumplimiento de las leyes hasta que se ha producido un espantoso suceso que ha recordado, más que la ley, las responsabilidades de velar por ella. Como el incendio se ha producido en una discoteca, son las discotecas las que reciben la orden de clausura, mientras otros locales siguen impunes porque la trágica moda no los ha actualizado. O es que hay una animadversión especial a las discotecas, en torno a las cuales se teje una leyenda negra de drogas, alcohol, corrupción y desorden juvenil. No faltaron algunas voces, en el momento del suceso, que culparon a las mismas víctimas de su propia muerte, acusándolas de exceso de alcohol y de drogas que las incapacitaba para la rapidez de reflejos que requería su salvación, y hasta se habló de que no estaban "psicológicamente preparadas para el pánico", como si la edad y la llamada experiencia curtieran a los individuos para huir de un incendio.Esta suspicacia puede parecer exagerada, pero tiene un punto de apoyo, y es que en el pasado leyes, disposiciones y ordenanzas han tenido una aplicación política hipócrita: han servido para cerrar salas cuyos espectáculos, teatrales o cinematográficos o de otro orden -no hay que olvidar que el Gobierno anterior cerró los sex-shops por no cumplir las disposiciones referentes a los aparatos ortopédicos-, hacían pensar a las autoridades -otros nombres personales, pero los mismos cargos- en un peligro no físico, sino moral -de su moral- para su sociedad y su orden, y a veces la decisión de unas autoridades más conservadoras sobre otras que, ya reblandecidas -la censura-, autorizaban algo de lo que alguien -muchas veces, las terribles señoras del régimen anterior- detestaba; mientras las mismas ordenanzas se incumplían fiagrantemente en locales que eran gratos o tenidos por personas con bula. La idea de que aquel vicio no pueda subsistir en este otro régimen no puede asegurar que no subsista, sobre todo cuando se comprueba que ciertos dejos, ciertos regustos de aquellas formas todavía anidan en el cambio.

Por otra parte, las disposiciones de orden y seguridad en los espectáculos públicos y en los centros de aglomeración se han quedado anticuadas. Es posible que su renovación requiera mayor rigor aún, pero con otra actualidad. No se podía contar en las viejas disposiciones con las nuevas cargas eléctricas en la música, en los juegos de luces, ni con las materias plásticas de ornamento y decoración que son derivadas del petróleo y tienen una elevada capacidad de ignición, ni con el estacionamiento salvaje de vehículos en las salidas de urgencia, ni con las aglomeraciones de viernes y sábado noche; pero tampoco se contó con los nuevos medios de seguridad y los aparatos y técnicas contra incendios, ni con la enormidad de los edificios modernos. Como queda dicho, la autoridad se inclinó casi siempre por la utilización política de las disposiciones para sus propios fines, que eran distintos de la seguridad. Hace falta una renovación total y, desde luego, un rigor serio y sin histeria en su aplicación. Hacen falta escaleras de incendios en los edificios públicos -empezando por los de la Administración- alarmas, duchas, extintores fiables... Las discotecas no son más que una parte de ese enorme complejo. Es necesario que se revisen, que se obligue a sus propietarios y a quienes las dirigen (que muchas veces anulan circunstancialmente las condiciones de seguridad, cerrando puertas o encaminando al público por una sola vía, para tener un mayor control y obligar al cumplimiento sagrado con la taquilla y contra la fuga sin pagar la consumición) a este cumplimiento; pero el hecho de que haya sido una discoteca la víctima de un suceso no justifica la campaña exclusiva sobre la seguridad de estas. Grandes almacenes, industrias, teatros, ministerios, cuarteles, centros comerciales, transportes públicos, esperan también que se incrementen las normas de seguridad. Incluso, dicho sea sin sarcasmo, el aeropuerto de Barajas. Pues que así sea.

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