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El 'terremoto Pertini' conmociona Italia

El discurso de fin de año del viejo presidente ha creado una polémica nacional en la que se discute hasta la estructura de la República

Juan Arias

Aquella última noche de 1983 el presidente Sandro Pertini dirigió a los italianos un discurso de 20 minutos, con su habitual lenguaje abierto, y tocó temas candentes que levantaron ampollas a no pocos. Primero fue la sorpresa; después llegaron las primeras críticas en voz baja y, al final, la polémica abierta en la que han participado todas las firmas que cuentan en este país: desde Eugenio Scalfari, director de Repubblica, a Vittorio Emiliani, director de Il Messaggero.Y desde el polítologo Giorgio Bocca, que escribe a Pertini: "Tú me preocupas", a Baget-Bozzo, que le defiende afirmando que la popularidad del anciano líder socialista de ningún modo puede comprometer las instituciones democráticas del país. Sin olvidar a Alberto Ronkey, que señala que, puesto que el caso Pertini ha demostrado que el país quiere un presidente presidencialista, que "se cambie finalmente la Constitución".

Ha intervenido también el anciano padre de la patria Leo Valiani para demostrar que el discurso de Pertini era limpiamente constitucional, y todo el equipo del semanal L'Espresso, que dedica su último número a Pertini, con una foto a toda portada y el título: "Abuelo, no te pases". Clara e increíblemente contra el anciano presidente. En defensa de Pertini se han quedado el Papa, los comunistas, los radicales, los republicanos y los socialistas, aunque estos últimos, en voz baja, no ocultan que el discurso de Pertini ha creado problemas al Gobierno presidido por Craxi y al alcalde socialista de la base atómica de Comiso, después de que Pertini apoyara las manifestaciones de los jóvenes pacifistas.

El partido "P-3"

Pero quien ha defendido quizá con mayor coraje al viejo partisano ha sido todo el equipo de Il Manifesto, que ha publicado sin pelos en la lengua que "ha nacido ya el partido anti-Pertini", llamado P-3, y que, según el diario de la nueva izquierda, está formado por la Democracia Cristiana, que quiere reconquistar la colina del Quirinal y que para ello necesita antes "destruir el mito de un Pertini limpio" por el sistema de poderes ocultos que "no admite un vértice estatal independiente, incorrupto y popular". Y por diversas facciones del mundo político que "por una u otra razón se vieron tocados en'lo más vivo por el contenido del discurso del presidente", como ha escrito en su editorial Luigi Pintor, una de las plumas hoy día más sanamente corrosivas de este país.Es ridículo, dicen los defensores de Pertini, que se llegue a tener más miedo y se preocupen más los políticos por un mensaje navideno del buen Pertini que de la P-2, por ejemplo, y que se llegue a sugerir que la popularidad y la credibilidad que Pertini tiene entre -la gente en este país pueda suponer un peligro "de carácter dictatorial" cómo alguien ha insinuado.

En la polémica ha intervenido hasta el padre de la semiótica italiana, Umberto Eco, con un largo artículo en el que analiza el problema del lenguaje y la importancia de las palabras según la persona que las pronuncia. En realidad avala la tesis de quienes afirman que las palabras de Pertini, con la autoridad moral de la que hoy goza en el país, pueden tener una fuerza desestabilizadora. No es lo mismo, dice Eco, si a un reo le dice "Yo te absuelvo" un hombre de la calle cualquiera que si se lo dice el presidente del tribunal que lo está juzgando. El problema de fondo es que en este país, según la Constitución, el jefe del Estado tiene muy poco poder, pero en el pasado se ha usado tristemente el Quirinal para apoyar políticas muy concretas con gran desprestigio de dicha institución hasta el punto de que el presidente al que sustituyó Pertini, Giovanni Leone, tuvo que dimítir.

Pertini ha dado prestigio al Quirinal, ha llenado con su modo de actuar franco y con su pasado de político limpio un vacío constitucional y la gente le ha convertido en el punto de referencia más importante de Italia. "Es el único que dice lo que piensa; es como un cristal, el único político que sabe llorar con nuestros muertos y gozar con nuestros triunfos. Es el más democrático porque es el que más respeta y escucha el pueblo. Y yo no me avergüenzo de decir que cuando le eligieron fue la primera vez que lloré de emoción por un hecho político", dijo a EL PAIS un empleado de la Telefónica que ha querido que publique su nombre: Marcello Martini.

"Una vieja encina bien plantada"

Y sus palabras son un reflejo fiel de lo que de Pertini piensa hoy la gran mayoría de los italianos. Esto lo reconocen los políticos. Pero por eso les da niiedo. Dicen que en realidad con Pertini, como persona, no existe peligro para la democracia pero que si lo que él dice y hace lo repitiera mañana otro que no fuera él, ¿qué podría pasar? Es la tesis del director de Repubblica, a quien la gente le responde que otro no podría decir lo que Pertini sencillamente porque "no sería creíble", ya que es necesario tener a las espaldas un pasado como el de Sandro para poder hablar con la libertad y el coraje con que él lo hace. ¿Qué piensa de todo esto Pertini?, ha preguntado EL PAIS a sus colaboradores más estrechos: "No responde, pero no se doblega, es como una vieja encina bien plantada".El discurso de fin de año de Pertini que ha levantado tanta polvareda en realidad ha sido sólo la gota de agua que ha hecho colmar el vaso de quienes sufrieron, desde el primer momento, con su elección para la Presidencia.

Ya fue una sorpresa que llegara a este cargo a sus 82 años. No había sido entonces ni siquiera el candidato de su partido, que era Giolitti. Empezaron después sus primeras actuaciones por sorpresa. En 1979, cuando entró en crisis el Gobierno de Giulio Andreotti, democristiano, dio el encargq de formar gabinete a un laico no democristiano, al republicano y amigo suyo, Ugo la Malfa, atrayéndos las iras democristianas.

En su primer viaje al extranjero hizo otra de las suyas. Antes de salir para Bonn, a finales de 1979 alabó la Constitución alemana que pernúte crear Gobiernos estables, impidiendo que entren al Parlamento los partidos demasiado pe queños. Y se le escapó que también en Italia se podría hacer algo parecido "cambiando la Constitución". No le faltaron las críticas.

En el Mismo año, Pertini coinsi guió, personalmente, resolver una de las huelgas de controladores de vuelo más largas y peligrosas de la historia de la aviación civil. La presidencia del Gobierno, en ma nos del democristiano Cossiga, se resientió y se habló de injerencias indebidas del Quirinal. Pero la gente empiezó a plaudirle cada vez con más fuerza.

Críticas al poder político

Pertini siguió adelante: aseguró que no pondría la firma a nombramientos de ministros que sean sos pechosos de corrupción adminis trativa. Y así lo hizo. Poco más tarde se negó a firmar un decreto del Gobierno que penalizaba algu nos referendos presentados por los radicales, con lo que entonces se enfadan los comunistas.Pero el golpe de gracia fue cuando, en 1980, tras haber visitado los pueblos derruidos por el terremoto en las cercanías de Nápoles y iras haber comprobado personalmente que no funcionaba el aparato administrativo y que la gente moría viva bajo los escombros, se presentó ante la televisión y lanzó una catilinaria contra la ineficiencia del poder político, pidiendo que fueran castigados severamente los culpables. Fue como una bomba, ya que era la primera vez que los italianos oían a un jefe del Estado hablar en esos tonos.

Le respondió entonces el actual secretario democristiano, Ciriaco de Mita, diciendo que un presidente de la República "no puede convertirse en el jefe de la oposición", y subrayó que el discurso de Pertini "era la primera piedra en la construcción de la II República". Fue en aquel momento cuando Berlinguer anunció la muerte del compromiso histórico y afirmó que no volvería a apoyar a ningún Gobierno en el que figuraran los democristianos. Desde entonces el partido comunista ha defendido siempre a Pertini.

Ahora todos se preguntan cuál podrá ser el nuevo gesto espectacular del anciano presidente que, en verdad, s e ha ganado a este país no precisamente imponiendo métodos antidemocráticos, sino simplemente con esa especie de sexto sentido que le lleva a intuir como un magnífico psicólogo las ansias, los humores y la rabia que llevaba dentro la gente de la calle, a la que sabe hablar con un lenguaje que en el fondo le envidian desde el primero hasta el último de los políticos. Porque le entienden hasta los analfabetos, que ya no existen en este país.

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