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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La fuerza multinacional y el fanatismo islámico

LAS INVESTIGACIONES llevadas a cabo por diversos servicios de inteligencia no han permitido, según refleja la Prensa norteamericana, llegar a conclusiones concretas sobre los responsables de los terribles atentados llevados a cabo, con camiones suicidas, el 23 de octubre pasado, contra los marines de EE UU y las tropas francesas, y que causaron cientos de muertes. Pero no se puede excluir la posibilidad de que Siria por un lado, e Irán por otro, hayan tenido alguna participación en los preparativos. El interés que Siria podía tener en esos atentados resulta bastante claro; no cabe duda que han contribuido, sin ser el único factor, a crear un clima, en los diversos países que tienen contingentes en la fuerza multinacional, favorable a su retirada. El proceso está más avanzado en Italia, donde el presidente de la República, Sandro Pertini, traspasando incluso sus poderes constitucionales, se ha hecho eco de una opinión generalizada en pro del retorno de los soldados italianos. Aparte de lo que ocurre en ese orden en Francia e Inglaterra, el propio presidente Reagan tiene que hacer frente a, un cambio en la opinión de numerosos congresistas que, encabezados por el presidente de la Cámara de Representantes, O'Neill, exigen medidas rápidas para la retirada de los marines. La devolución por Siria del piloto Goodman, además de dar una carta electoral al candidato demócrata Jesse Jackson, ha empujado a Reagan a cambiar su lenguaje y su actitud hacia Damasco. Hasta hace poco, estaba en marcha una escalada de represalias que llevaba a la fuerza multinacional a choques armados con Siria; ahora EE UU parece reconocer los intereses legítimos de Siria en Líbano y aceptar un proceso de reconciliación entre los diversos sectores libaneses, complejo y problemático, pero en el cual los sirios desempeñan un papel que nadie discute. La política norteamericana ha colocado a la fuerza multinacional en una situación absurda en la que, por un lado, no se ve ninguna justificación para su mantenimiento, pero, a la vez, las condiciones locales en Beirut hacen difícil imaginar su retirada.El caso de Irán es completamente diferente. No cabe considerar los diversos atentados ocurridos en Beirut (el de abril de 1983 contra la Embajada de EE UU, los dos ya citados de octubre, el posterior contra el Estado Mayor israelí) como simples operaciones de comandos organizadas y ordenadas por un alto mando militar o político. Las investigaciones ponen de relieve que, además de los medios materiales -explosivos, transportes, etcétera-, los atentados han sido posibles por la existencia de grupos de combatientes dispuestos a aceptar una muerte segura, creyendo así servir a un ideal. Todo ello, en un clima de odio despiadado contra los norteamericanos y otros extranjeros. En este plano, hace falta relacionar los atentados de Beirut no sólo con el que tuvo lugar en Kuwait contra la Embajada francesa, sino con otras acciones violentas, individuales y colectivas, que han ocurrido, sobre todo en los últimos tiempos, en diversos países árabes; fenómenos que cabe englobar en un nuevo despertar del fanatismo islámico. El principal estímulo de esa corriente es hoy, indiscutiblemente, el régimen del ayatollah Jomeini en Irán. Representa, no sólo, o no tanto, un centro organizativo con ramificaciones muy extendidas, sino sobre todo el ejemplo de un régimen islámico tal como el que los adeptos de estas ideas quieren ver instaurado en todos los países de religión musulmana. El islamismo (basado en el integrismo religioso) está cobrando fuerza como consecuencia de la crisis, del fracaso del gran proyecto histórico del nacionalismo árabe, encamado principalmente por Nasser. Éste tendía a lograr la liberación y la unificación de la nación árabe; era un proyecto de progreso y modernización, que, sin chocar con la religión musulmana, ponía en primer plano los valores civiles y políticos. bespués de la muerte de Nasser, la causa de Palestina ha sido la principal arnalgama que ha permitido mantener puentes de unidad dentro del mundo árabe. Pero la división de éste se ha ido, acentuando: proyecto común ya no queda, y el último episodio, el ataque de dos países árabes, considerados progresistas, como Siria y Libia, contra la OLP y Arafat, indica a qué extremo ha llegado este proceso.

Dentro del islamismo, que preconiza prioritariamente el retorno al integrismo religioso, una corriente revolucionaria tiende a destruir todos los regímenes hoy existentes (salvo el de Jomeini) como no fieles a los preceptos del Corán. Hace una aplicación dogmática, directa, de los principios morales y religiosos del Corán a la vida estatal, jurídica y política; la lucha contra los extranjeros es considerada como guerra santa; preconiza, y en cierto modo santifica, las acciones violentas, el terrorismo, y el sacrificio individual. Es más, según las creencias chiitas, el que muere en esa lucha tiene asegurado un lugar privilegiado en el cielo. Todo indica que estas corrientes de un islamismo violento están en auge. Es exagerado atribuirles sin más cualquier agitación en un país árabe. Pero no cabe duda que este retorno a una fe mesiánica prende en sectores relativamente numerosos de pobla ciones condenadas a condiciones de vida penosas y de jóvenes que no ven perspectiva de que sus aspiraciones encuentren cauces políticos para realizarse. Sin tener en cuenta este factor pueden resultar incomprensibles una serie de acontecimientos contemporáneos.

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